Divina pereza

Reflexiones sobre un texto de Paul Lafargue (1842-1911) «Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar y al beber, excepto al ser perezosos»

Divina pereza

Autor: Cesarius

Reflexiones sobre un texto de Paul Lafargue (1842-1911)

«Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar y al beber, excepto al ser perezosos».
(Gotthold Ephraim Lessing, poeta alemán)

Casado con Laura, la segunda hija de Carlos Marx, y protagonista de un suicidio en pareja con ella  misma en el año 1911, Paul Lafargue fue médico y periodista, entre muchas otras ocupaciones durante su para nada improductiva existencia. Pese a ser el autor del valioso tratado: El derecho a la Pereza, este hombre no se cansó de pensar, escribir y discutir acerca de la necesidad de cambios en la longitud de la jornada laboral, la valoración de ocio y el indispensable tiempo libre.

Jehová, el dios barbado y huraño, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal; después de seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad”, escribe el yerno de Marx y saca ronchas en los diferentes círculos religiosos de hoy y de la época, al colocar a la máxima deidad como el exponente por excelencia de la temida pereza, flojera, holgazanería, vagancia, haraganería y ociosidad, entre otras palabras afines con que se conoce a esta necesaria condición.

En su ensayo, Lafargue -fundador también del Partido Obrero Francés– dispara a diestra y siniestra frente a la tendencia a “sacralizar el trabajo” que domina su época y, por supuesto, la nuestra. Como buen revolucionario marxista, no sólo responsabiliza a los dueños de los medios de producción del vicio laboral, sino que también apunta hacia la clase obrera y su debilidad frente al dañino exceso de esfuerzo.

“Y sin embargo, el proletariado, la gran clase que abarca a todos los productores de las naciones civilizadas, la clase que, al emanciparse, emancipará a la humanidad del trabajo servil y hará del animal humano un ser libre; el proletariado, traicionando sus instintos y olvidando su misión histórica, se dejó pervertir por el dogma del trabajo. Rudo y terrible fue su castigo. Todas las miserias individuales y sociales nacieron de su pasión por el trabajo”, afirma.

No por nada existe como otro significado para la palabra trabajo el de “penalidad o molestia”. Por la misma razón los griegos lo despreciaban y sólo a los(as) esclavos(as) se les permitía trabajar. Es la pereza un regalo de los dioses a la que dedicaban sus odas los(as) poetas. Es la ociosidad la madre de la creación. Es la holgazanería, también, la madre de todos los vicios, esos deliciosos vicios cuya existencia e ingesta cataliza diariamente la llegada de quizás cuantos poemas, esculturas, teorías, canciones y quién sabe que más.

“La moral capitalista, lastimosa parodia de la moral cristiana, anatemiza la carne del trabajador; su ideal es reducir al productor al mínimo de las necesidades, suprimir sus placeres y sus pasiones y condenarlo al rol de máquina que produce trabajo sin tregua ni piedad”, afirma Lafargue. Nada muy diferente a lo que sucede hoy. Hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en inertes consumidores. Nuestro poco tiempo libre está destinado a gastar.

“Trabajen, trabajen, para que, volviéndose más pobres, tengan más razones para trabajar y ser miserables. Tal es la ley inexorable de la producción capitalista”, escribe el marido de Laura y termina rescatando la importancia que otorga Aristóteles a las máquinas: “Todavía no comprenden que la máquina es la redentora de la humanidad, el Dios que liberará al hombre de las sórdidas artes y del trabajo asalariado, el Dios que le dará el ocio y la libertad”. Sin duda la tecnología bien usada es, en el día de hoy, esa máquina salvadora.

Nota: Para leer en extenso El derecho a la pereza, de Paul Lafargue, haga clic AQUÍ.

Por Ana Lazo Malig


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