Educación, historia y avaricia

La reforma educacional —simbolizada por la reducción de las horas de historia en beneficio de las matemáticas— ha dado lugar a derroches de saliva y de tinta perfectamente inútiles, porque cualquier madre o padre sabe que lo poco que aprenden sus hijos en las escuelas públicas ni siquiera les sirve para postular a la universidad

Educación, historia y avaricia

Autor: Wari

La reforma educacional —simbolizada por la reducción de las horas de historia en beneficio de las matemáticas— ha dado lugar a derroches de saliva y de tinta perfectamente inútiles, porque cualquier madre o padre sabe que lo poco que aprenden sus hijos en las escuelas públicas ni siquiera les sirve para postular a la universidad.

Baste para demostrarlo la existencia de los pre-universitarios. En ningún país del mundo existe un estamento escolar destinado a formar a los alumnos en las materias que la escuela no les supo enseñar. Si la educación en Chile fuera excelente, desaparecerían los pre-universitarios. Porque, como lo afirmara con orgullo mi sabio profesor de latín en la Sorbona, si los alumnos no entienden una materia no es culpa de ellos —los alumnos idiotas no existen—, sino del profesor, que no supo explicarla. Así que los famosos “liceos de excelencia” vienen a ser una simple canallada más en el sistema escolar chileno que se ha mostrado, sin embargo, ejemplar en ese rubro.

En vez de reformas que no cambiarán nada, le propongo al ministro Lavín una idea sencilla y eficaz: Reinstalar en todo Chile una red de Escuelas Normales de Profesores, como las que formaron a Gabriela Mistral y a generaciones de escritores, historiadores y hombres políticos chilenos. Para ayudarle a tomar esa decisión, le doy a meditar esta reflexión de un hombre que se desempeñó toda su vida como profesor, primero en Oxford y luego en Cambridge: “La tarea de la educación moderna no es talar junglas, sino irrigar desiertos” (C. S. Lewis).

A propósito de educación, dos palabras de la cívica. Se acaba de abrir en París (el 8 de diciembre, y se habrá cerrado probablemente cuando se publique esta nota) el proceso en los tribunales franceses contra los responsables chilenos del secuestro, la tortura, la muerte y la desaparición de tres ciudadanos franceses (se dicta una condena moral a los responsables). No habrá fuera de Chile otro proceso de la dictadura chilena. Se juzga in absentia a una mayoría de militares y otros brutos. Una vez más no se mencionará a los civiles, cuya responsabilidad fue tan grande como la de los militares y que refregaron sus manos en los uniformes antes de seguir funcionando impunemente.

Todos los medios de comunicación franceses le dieron importancia a la noticia: Alcancé a verla en cuatro canales de televisión, a escucharla en tres noticieros radiales, y toda la prensa escrita nacional le dedicó páginas especiales. Se habla de Chile. Cuando se trataba de los mineros, toda la prensa en Chile hablaba del impacto de la “imagen país” en el exterior. Pero cuando se trata del proceso, nada. Un artículo antes de ayer en El Mercurio, otro ayer en La Tercera. Nada más. ¿Por qué los franceses le dan tanta importancia a este asunto? Porque la memoria forma parte de un dogma republicano: Si se ocultan las atrocidades del pasado, tienden a penarnos como animitas antes de reproducirse con toda su crueldad.

¿Qué dicen los libros escolares de historia de nuestro pasado reciente? ¿Qué dirán del bochornoso compromiso sellado por la Concertación para asentar una “transición” hacia ninguna parte? Nada. Y con el recorte de las horas de historia, menos que nada.

Le cobro su palabra a Sebastián Piñera, a quien oí declarar en un anfiteatro del Instituto de Ciencias Políticas de París que la educación era “la madre de todas las batallas”: ¿Será capaz de gastar los centenares de millones de dólares que merece la educación en Chile, incluyendo un aumento sustancial de los sueldos de los profesores? Si uno juzga por el reajuste a los empleados públicos, parece que la madre de todas las batallas se reducirá a un par de trompadas de fantasía. Con el paso del tiempo y el ahondamiento de la crisis mundial, el aumento de los salarios empieza a ser estudiado en Europa como una hipótesis para relanzar el crecimiento. Un semanal económico francés (L’Expansion) lo puso en su portada esta semana: “Por qué hay que aumentar los salarios – Expertos denuncian un desequilibrio salarios/dividendos histórico, que penaliza el crecimiento”. Ya no es un tabú. Salvo en Chile, por cierto.

Un economista calcula que en Francia, en el 2009, 100 mil millones de euros pasaron de las billeteras de los trabajadores a las cuentas bancarias de los accionistas. En el mundo, esa transferencia se evalúa en 580 mil millones de dólares. Ya no se trata de principios morales ni políticos: Una mejor repartición de los ingresos es sencillamente lo que posibilitaría el crecimiento. Y, cuidado, no lo dicen peligrosos terroristas mapuches ni flaites extremistas de izquierda. Lo propone lo más granado de la élite económica de derecha en Francia, que es algo más seria, más inteligente y más productiva que la chilena.

Por Armando Uribe

Politika, primera quincena enero 2011

El Ciudadano N°94


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