Las masacres en escuelas y centros de estudio pueden considerarse una emergencia de la violencia en la sociedad estadounidense. En los primeros 45 días de 2018, hasta la masacre de San Valentín, hubo 18 tiroteos en escuelas, en diez de las cuales hubo muertos, según el Everytown for Gun Safety, un grupo que defiende un mayor control sobre la venta de armas. En el mismo lapso se han registrado 18 tiroteos en escuelas de EEUU, en 10 de los cuales hubo heridos o muertos. Desde 2013 la cifra trepa hasta los 290 tiroteos en centros educativos.
Otro informe de prensa asegura que en el primer mes y medio hubo 1.800 personas que murieron en Estados Unidos por herida de bala. Desde 2011 fueron 200.000. Una verdadera guerra. La notable cantidad de muertes por armas de fuego, y en particular la sucesión de matanzas en escuelas, han llevado a diversas organizaciones a convocar la Marcha por Nuestras Vidas (March for our Lives, en inglés) el sábado 24 de marzo en Washington, para que la libertad de poseer armas de grueso calibre sea regulada.
Los convocantes de la protesta demandan la prohibición de la venta libre de fusiles de asalto, por considerarlas armas de guerra que van más allá de la defensa personal. Pero defienden «el derecho de los estadounidenses respetuosos de la ley a poseer y portar armas, como se establece en la Constitución de los Estados Unidos».
Los organizadores también reclaman la prohibición de las revistas especializadas en armas de guerra, asegurando que aquellos estados que las prohíben tienen la mitad de tiroteos. Y sostienen que la verificación de antecedentes de los compradores reduce drásticamente los sucesos violentos.
Lo que sorprende es que aún los opositores a las armas de fuego muestran su respeto por la «segunda enmienda» de la Constitución que defiende «el derecho del pueblo a poseer y portar armas». Lo cierto es que en EEUU hay más armas que habitantes y que la mitad de las armas del mundo en posesión de civiles está en este país.
El Congreso nunca autorizó la creación de una base de datos sobre la cantidad de armas en poder de particulares ni la cantidad de muertos por armas de fuego. No cualquiera tiene un arma. Una pista sobre los poseedores la ofrece el Departamento de Justicia de Estados Unidos: en 2013 se vendieron 16,3 millones de armas de fuego (45.000 cada día), un aumento del 130% en relación a 2007, cuando Barack Obama llegó a la Presidencia y se desató el pánico a que el Gobierno restringiera la venta.
Aunque la violencia crece, cada vez son menos los ciudadanos de EEUU que tienen armas. En la década de 1980, la mitad de las familias tenían armas, cifra que cayó a un tercio en la actualidad. Lo que indica que los que tienen un rifle, una escopeta o una pistola cada vez acumulan más cantidad de armas. Según un estudio de EFE, el 66% de los estadounidenses posee más de un arma en su casa.
El estudio ofrece algunas pistas sobre quiénes tienen armas y contra quiénes las utilizan. El 65% afirma que posee un arma para protección, seguido de los que las tienen para uso deportivo y caza, y muy lejos por los coleccionistas. La mitad afirma que creció en un hogar con armas.
La distribución entre grupos sociales es la clave. El 57% de los republicanos está armado frente a sólo el 25% de los demócratas. La mitad de los blancos (49%) tiene armas frente a menos de un tercio de los negros (31%) y apenas una quinta parte de los latinos (20%). El 72% de los estadounidenses disparó alguna vez un arma.
El panorama se aclara. Una minoría de hombres blancos republicanos está armada. Por otro lado, sabemos que la policía ha disparado y matado más de mil personas cada año desde el comienzo de la crisis de 2008, en su inmensa mayoría negros, lo que ha dado pie al nacimiento de movimientos como Black Lives Matter (Las vidas negras importan, en inglés), entre otros.
¿CÓMO ENTENDER Y CÓMO ANALIZAR ESTOS DATOS?
La primera cuestión es que estamos ante un país que vive una larga guerra civil. Cada día 309 personas reciben heridas de bala y 93 mueren por disparos. Desde 1967 murieron por disparos 1,59 millones de personas, más que los ciudadanos de EEUU que perdieron la vida en guerras, que suman 1,2 millones en estos 50 años.
Son cifras elocuentes. Es una guerra interna de la que no se puede acusar a ninguna potencia extranjera. Es una forma de vida que está en el ADN de los estadounidenses y que probablemente esté arraigada en la forma como se creó la nación. Por algo la segunda enmienda se formuló en 1791, cuando la rebelión contra la monarquía inglesa llevó a los rebeldes a crear milicias armadas para defenderse de los ejércitos coloniales.
La segunda cuestión es la identidad de los estadounidenses, punto en el que aparecen fuertemente divididos. El hecho de que ‘sólo’ la mitad tenga armas, y que apenas uno de cada cuatro votantes demócratas las posea, enseña una fractura identitaria muy fuerte. Más aún porque cada vez son menos los que creen que las armas resuelven los problemas de seguridad, tal y como muestran el descenso constante en la posesión y los movimientos que se han disparado este año contra las armas de guerra.
El tercer aspecto es el que siento más importante. Los más oprimidos, negros e hispanos, los más débiles socialmente, son los que menos armas tienen. Son las víctimas principales de los que tienen armas, tanto de los civiles como de los policías, guardias nacionales y militares que son mayoritariamente blancos, en particular los mandos medios y superiores.
Por lo anterior, debemos concluir dos cuestiones: el Estado no tiene el monopolio de las armas y la violencia se ejerce principalmente contra los pobres, focalizada en negros e hispanos. Una frase casi prohibida en EEUU, resume la cuestión: lucha de clases.
Por Raúl Zibechi
Publicado originalmente el 22 de marzo de 2018 en Sputnik.