La salida de Mubarak del actual escenario político, no sólo egipcio sino de todo el Medio Oriente, inaugura un interesante debate sobre el curso de los acontecimientos. Mientras la multitud celebra la salida del otrora “hombre fuerte” de Egipto por treinta años en la ya histórica plaza Tahrir, un análisis desapasionado de la situación señala con claridad que estamos asistiendo al despliegue de un guión redactado en Washington. Un guión lleno de improvisaciones que, a ratos, parecía una tragedia griega y otras veces una comedia de equivocaciones. De hecho, el director de la CIA había expedido el certificado de defunción del régimen egipcio -públicamente- con veinticuatro horas de antelación, el cual se vio desmentido por un agónico y obstinado Mubarak esa misma tarde.
Lo cierto es que el gobierno de Barack Obama acompañó el proceso de crisis en Egipto desde el primer momento, sea a través de sus aparatos de inteligencia, sea desde el Pentágono, y lo hizo, fundamentalmente, a través del ejército egipcio. Recordemos que el ejército de este país sólo es superado por el ejército israelí en cuanto al monto de ayuda militar, y al igual que sus vecinos posee baterías antimisiles Patriot y ha comenzado la fabricación de tanques Abrams de última generación. En pocas palabras, el ejército egipcio ha sido equipado, entrenado y financiado por los Estados Unidos. Nada tiene, pues, de extraño que hayan sido las fuerzas armadas egipcias las que se hagan cargo del país una vez depuesto Mubarak.
El “American script” constituye el itinerario político garantizado por el Alto Consejo de las Fuerzas Armadas de Egipto, encabezado por el Ministro de Defensa. Esta fórmula se resume en la manida frase esgrimida por los políticos occidentales respecto del futuro inmediato en el país del Nilo: una transición pacífica y controlada hacia una genuina democracia. Es demasiado prematuro para especular sobre la suerte de muchos personeros del “ancien régime”, incluidos Suleiman y el mismo Mubarak, cómplices tanto en las políticas represivas como en negociados que les enriquecieron.
Para el gobierno de los Estados Unidos, ésta es una inestimable oportunidad para demostrar a todo el mundo árabe que es posible construir una democracia próspera en la región, más allá del evidente fracaso político en Irak y Afganistán. Una empresa nada fácil en un país que no ha conocido instituciones propiamente democráticas por décadas y que ha vivido más bien en un clima de corrupción y pobreza. Con todo, se debe destacar que la sociedad egipcia haya sido capaz de superar sus diferencias y haya actuado como una sola voz en las calles de sus grandes ciudades para exigir reformas y lo haya hecho de manera más o menos pacífica.
Todo esto señala la irrupción de un nuevo espacio político en el país que puesto en perspectiva, es, en efecto, de la mayor trascendencia histórica, pues constituye un punto de inflexión desde varios puntos de vista. Por de pronto, hagamos notar la inusitada importancia adquirida por las redes sociales, especialmente entre los jóvenes egipcios, que si bien no constituyen agentes de cambio en sí mismas, son capaces de “catalizar” fenómenos sociales y políticos. Notemos, de paso, que tales redes anularon la poderosa red estatal de televisión en cuanto al control de la información. En suma el “broadcast” fue derrotado por el “podcast”.
Por el momento, son más las interrogantes que las respuestas. No se sabe hasta dónde se puede desplegar el guión previsto por la Casa Blanca, o el rol que va a jugar el ejército en esta nueva configuración de fuerzas e intereses. Tampoco se puede adelantar el papel que va a asumir el islamismo egipcio en este nuevo cuadro. Por ahora, todas son palabras de buena crianza y muchas expectativas y esperanzas en el seno de la joven sociedad egipcia. En estas circunstancias históricas, la mejor garantía para llevar adelante un proceso democrático auténtico no la constituye el ejército sino un pueblo que ha aprendido que la única manera de promover cambios y defender sus derechos es la movilización social.
Por Álvaro Cuadra