El 11 de septiembre de 2005, mientras miles de chilenos recordaban la pasada dictadura, el joven José Huenante llevaba nueve días como víctima de una nueva, la dictadura del cálculo, de lo conveniente.
A este joven puertomontino de 16 años le ocurrió lo mismo que a los que se rememoraba ese día: Una noche de septiembre lo subieron a un furgón de carabineros y se convirtió en un detenido desaparecido. Era pobre, como aquellos a los que los militares sacaban en calzoncillos desde las poblaciones los primeros días del régimen militar. Tenía apellido mapuche, como a los que torturaban con doble ojeriza los soldados de Pinochet en el sur. Le tenía bronca a los pacos, como todos los que los veían como perros falderos de los que acumulaban plata. No era militante de ningún partido de Izquierda, como muchos de los campesinos de Paine asesinados después de ese 11. No alcanzó a cumplir los 18, como Carlos Fariña y Rodrigo Anfruns. Dejó a una madre sin poder ir a colocarle una flor en septiembre en algún cementerio, como tantas a lo largo del país.
¿Por qué entonces la indiferencia? ¿Por qué el desprecio de quienes vieron cómo sus seres queridos sufrieron lo mismo que José? ¿Por qué no han visto nunca en él a un hermano, a un papá, a un vecino, a un compañero? ¿Por qué no los persigue la pregunta de dónde está José Huenante?
Cuando la Universidad Diego Portales decidió hacer algo de justicia calificando de detenido desaparecido a Huenante, a Edmundo Pérez Yoma, vicepresidente de Michelle Bachelet, esta definición le resultó “insólita”, “irresponsable”, un “desprestigio” para lo que se había hecho en la defensa de los Derechos Humanos durante tantos años. A José Antonio Viera-Gallo, ministro secretario general de la Presidencia durante el mismo gobierno, le pareció “completamente inexacto e inapropiado”, argumentando que en el caso del muchacho de Puerto Montt no había persecución política. El crimen de Huenante fue “ignorado por el gobierno de Ricardo Lagos” y “ninguneado por el gobierno de Michelle Bachelet”, escribe el periodista Nicolás Binder en su libro “La vida breve de José Huenante”.
La Concertación y la Nueva Mayoría han usado el tema de la violación los Derechos Humanos durante la dictadura hasta la majadería. Cada mes de septiembre y cada elección presidencial, parlamentaria o municipal, desempolvan lápidas y nombran a los sin paradero para chantajear emocionalmente al electorado con el cuco de Pinochet. Sin embargo, cargan entre sus víctimas al único detenido desaparecido en democracia.
Es la cosecha de renunciar a las ideologías. Es el acomodo en la élite, el desprecio hacia los sectores marginados de donde provenía José. Es la resaca de la adicción al poder. Es la dictadura del cálculo. Es la desmemoria que se viene una vez que cicatrizan las heridas propias. Es lo provechoso de explotar el pasado e ignorar el presente. Es la conveniencia de hacer las paces con la represión, la tortura y la muerte. Es lo beneficioso de guardar silencio frente al horror, como hacían los civiles de la dictadura. Es la mejor expresión de la justicia en la medida de lo posible.
Por Daniel Labbé Yáñez