La última vez que escribí sobre el aborto me dijeron que ojalá hubiese sido legal antes, para que mi madre hubiera tenido la oportunidad de abortarme y esa idea terminaba con un fantástico: ¡Hija de puta!
Y es que claro, cuando uno hace opinión y está bien hecha (flores a parte), lo que tienes que provocar es el 50 y 50 de adhesión y de diferencia. Sin embargo, debo reconocer que me dejó pensando.
Comienzo así esta columna porque vengo llegando de la segunda marcha pro aborto y fue ma-ra-vi-llo-sa. Así, care palo. Cerca de cinco mil personas marchamos por la Alameda con velas, antorchas, bailes y gritos tan inteligentes que me llegué a sentir orgullosa del aparato teórico que se está hablando y democratizando a través de carteles y panfletos que se reparten y circulan por la calle.
Es verdad, no éramos una multitud, pero lo cierto es que hace diez años (o sea, cuando tenía 20 años) era impensable siquiera imaginar que uno pudiera hablar de aborto –incluso con las amigas- sin que eso significara otra cosa que llanto y drama. Incluso un par de años antes, estando todavía en el cole, obviamente me vi en situación de consejo y de buscar info al respecto y todo daba terror ya que ante la sola posibilidad de que alguien se enterara de que alguna de nosotras estaba en situación de preñez era como el Apocalípsis, con jinetes, trompetas y muertos saliendo de sus tumbas. O sea, cero posibilidad. Recuerdo las vacas que hacíamos para juntar las lukas para los test de embarazo que tantas veces tuvimos que hacernos en los baños y la espera de las más cercanas como si estuvieras en el patíbulo esperando que la biología pusiera el pulgar en la posición de vida (la tuya). Y luego de que salía, insistentemente, negativo, venían las dudas de las más desgraciadas que indicaban que en verdad no eran tan seguros y que tenías que ir a una farmacia a que te sacaran sangre, porque eso era mejor que enfrentar a un médico y explicarle a lo que ibas. Sin embargo, también aparecían las otras, en contraposición a las primeras, señalando que ellas conocían a una señora o que la mamá era amiga de un enfermero que por 300 lukas (de la época) te podía hacer “un trabajito piola”.
Con esto quiero retratar un ápice de la desolación que había, hace tan poco, respecto del tema. Sin embargo hoy (y aquí voy a sonar como vieja culiá) “se me hinchó el corazón de alegría” al darme cuenta de que hay tantas agrupaciones de mujeres (más de cincuenta) que arman redes de apoyo en la diversidad y que hay teléfonos de aborto seguro, manuales, que hay libros de ginecología que se apoya en la herbolaria, que hay profesionales de la salud y de humanidades que te dan, no sólo apoyo y soporte en términos técnicos, sino también en términos de teoría, para ayudar a las mujeres –hoy- a entender que realmente tenemos derecho sobre nuestro cuerpo.
Para los hombres (ojo, no voy por el feminismo de la diferencia, yo creo en que los hombres pueden ser feministas, porque tengo la fortuna de tener uno a mi lado como compañero) debe sonar raro esto de “tener derecho sobre tu cuerpo” porque en verdad es algo lógico. Sin embargo, es un hecho que las mujeres no tenemos –socialmente- libertad de decidir sobre muchos aspectos de nuestro “desplazamiento social” y de eso se desprende, necesariamente, nuestra corporalidad.
Y eso se multiplica al infinito cuando pasamos a ser “receptáculos de un feto” y ojo, porque esto lo digo con conocimiento de causa, porque soy dos veces madre y a pesar de ser muy feliz por serlo, también tengo que reconocer que la experiencia fue un trauma. No quiero sonar cruel, por favor, no se me entienda mal, pero estar embrazada significa que tienes que dejar de carretear, dejar de fumar, cambiar tus hábitos alimenticios por más de un año y eso está bien, pero los que están al rededor de uno repiten como mantra la idea del “hazlo por tu hijo” y eso lleva implícitamente el: porque vos ahora importas una raja. Para qué hablar del nacimiento y de todo el proceso de ser madre, porque sería una tontera ya que, de ahí en adelante, cada una vive su maternidad según sus subjetividades. Pero con esto, quiero decir que todo ese proceso no lo decide una, sino que está tan incorporado en las familias y en la sociedad que uno no puede evitarlo y para vivirlo plenamente una debiera tener la opción de vivir, como yo, una maternidad consciente.
Y ojo, como se dijo en la marcha, esto es un problema social. Porque no es un misterio para nadie que en Chile se provocan más de 160 mil abortos al año y tampoco es un misterio que las mujeres con recursos pueden optar a una clínica en el extranjero o al “médico de la familia” para interrumpir un embarazo y con toda una red de apoyo familiar para que la niña no deje los estudios, para que siga progresando en la vida o para que no manche el buen nombre de la familia. Sin embargo, en las poblaciones, o en los colegios públicos como en el que yo estudié, las niñas sólo tiene los palillos de tejer de la mamá, la ramita de perejil o de ruda metida en las paredes del útero con riesgo a que se pudra adentro y nos de una septicemia, o una clínica insalubre cuando el pololito atina a conseguirse doscientas lukas y en varios casos el trabajo se hace sin anestesia porque “cuando lo bueno gusta, lo malo entretiene”.
Y ahora vuelvo con la primera idea, porque si todo era tan inhóspito cuando yo partí con el merequetengue, pienso justamente en mi mamá y en todo lo que sufrió por nosotros (sus hijos), más encima, le tocó ser mamá en dictadura, en condiciones sanitarias de perro y ella es increíblemente inteligente y sacrificada y con sólo esas dos herramientas hubiera llegado lejos en la vida, pero debe conformarse con 270 lukas de premio de 35 años de servicio en una institución de mierda en la que ha dejado su vida, justamente porque tuvo hijos y no tuvo la opción de decidir. Entonces pienso: ojalá hubiera sido legal el aborto antes, porque es una mina a toda raja y quizás, si me hubiera abortado hubiese tenido la vida maravillosa que se merecía y entonces, en el supuesto de que me hubiera abortado, a cambio de su felicidad, de verdad me importaría una callampa no haber existido nunca.
Por eso esta marcha es algo histórico, y es maravilloso que se haga, que se insista y se reitere en la idea de leyes para prevenir, anticonceptivos para no abortar y aborto seguro para no morir. Hoy fuimos cinco mil, pero estoy segurísima que el próximo año seremos muchos más y así, hasta que no quepa duda que nuestros cuerpos son nuestros y que tenemos todo el derecho a decidir lo que cargamos adentro. Hasta que no quepa duda que la iglesia patriarcal y misógina puede meterse los rosarios en sus propias rajas, pero no en las ajenas y hasta que el estado entienda que tiene soberanía en lo social y en lo geográfico, pero no en lo personal, en lo privado, en lo íntimo y menos si no es capaz de proveer las condiciones óptimas para que todos tengamos igualdad de derechos, tal y como lo cita la constitución, porque si somos puntillosos en el asunto, hasta ahora eso no es cierto.