La gran preocupación entre la derecha y algunos sectores de la izquierda es que el nuevo papel jugado por las fuerzas armadas en México conduzca a una militarización del país. Ciertamente, es un riesgo el que Ejército y Marina cumplan cada vez más funciones que podrían ser realizadas por sectores civiles. Pero prefiero esta reinvención del rol de estos dispositivos que verlos enfocados en el exclusivo desempeño de acciones represivas sin control alguno, como sucedió particularmente en el sexenio de Felipe Calderón. Como sobreviviente de una dictadura militar, prefiero ver al Ejército y la Marina en labores de construcción, distribución de medicamentos, enfrentamiento de desastres naturales y emergencias de cualquier tipo, que dedicados a la represión de movimientos sociales, metidos en una guerra interna, actuando como ejecutores de una guerra sucia y sumiéndose cada vez más en un mar de sangre.
Sostengo que el gran peligro para México no está en la militarización. La historia de México durante el siglo XX lo mostró. Mientras al sur del río Suchiate, las fuerzas armadas sustituyeron a las dictaduras oligárquicas unipersonales y emergieron las modernas dictaduras militares, en México ese tipo de dictadura (encarnada en Porfirio Díaz) fue sustituida por un régimen autoritario de partido de Estado. Los dos grandes jefes militares que sobrevivieron a la turbulencia revolucionaria y empezaron a construir el México posrevolucionario, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, se esmeraron por construir un partido hegemónico y con tentáculos corporativistas en el seno de la sociedad civil. Ese régimen que devino en autoritario y corrupto tiene dos pilares que a su vez constituyen los ejes de la cultura política priista: el presidencialismo y el partido de Estado.
Metafóricamente hablando, presidencialismo y partido de Estado constituyen el ADN de la cultura política mexicana. Aunque resulte erróneo decir que Andrés Manuel López Obrador fomente un régimen presidencialista, su carisma y enorme autoridad moral reactiva el espíritu presidencialista que existe la clase política mexicana, la que se encuentra en la 4T y en la que ahora protagoniza el transfuguismo desde el PRI y el PAN. Ese presidencialismo se reproduce en todos los ámbitos del Estado y el sistema político mexicano. Desde el gobierno federal y sus diferentes dependencias, las distintas instancias estatales, las gubernaturas, presidencias municipales, partidos políticos y hasta universidades, el mandamás de turno en el ámbito respectivo actúa verticalmente y espera genuflexión.
Todo esto lo he vuelto a pensar cuando veo a un Mario Delgado cada vez más desdibujado ante la luz irradiante de Claudia Sheinbaum, más aún ahora cuando Morena cada vez más se asemeja a un partido de Estado. En la medida en que Morena permite la fusión de servidores públicos con dirigentes partidarios, Mutatis mutandis repite aquello de que “el presidente es el jefe nato del partido”. Cuando observo a Ignacio Mier que ha falsificado un saludo de la propia Sheinbaum a su quinto informe legislativo reciclando el que le envió para el cuarto. Y advierto que Alejandro Cruz, un nuevo pretendiente a la presidencia municipal, tiene como carta de presentación a espectaculares en los cuales aparece con López Obrador y blasona íntima cercanía con la propia Sheinbaum. O al propio Alejandro Armenta diciendo en vida de Luis Miguel Barbosa, que el gobernador tenía una voz decisiva en la elección de su sucesor o sucesora.
Los propios resultados de la votación en el Consejo Estatal en Puebla para elegir a lo/as pretendientes a estar en la encuesta que designará a la Coordinación Estatal de Comités de Defensa de la Cuarta Transformación, me revela que son el gobernador Céspedes Peregrina y Julio Huerta (el heredero del gobernador Barbosa) las figuras que determinaron los resultados. Así las cosas, me pregunto qué sucederá cuando entre los ocho finalistas de las encuestas salgan el hombre y la mujer que obtuvieron mayores intenciones de voto. Más aún cuando se sepa cuál es el género de la persona que abanderará a la candidatura de la 4T en la entidad.
Un hombre o una mujer según el caso, será el próximo/a gobernador/a de la entidad y la cultura presidencialista y de partido de Estado, generará una nueva manifestación de la cultura priista: la cargada. No se necesita ser muy perspicaz para suponer que habrá una reconfiguración de la correlación de fuerzas en el Consejo Estatal, en Morena, en sus partidos aliados y aun entre los que supuestamente son de oposición. Esto último ya es posible verlo cuando se sabe que figuras prominentes del PRI y del PAN son figuras gravitantes de un gobierno supuestamente de la 4T.
Recientemente he leído un artículo de Fabrizio Mejía en el cual siguiendo las pistas de Albert Hirschman, denuncia que una de las trampas de la derecha es imponer la idea de que por más esfuerzos que se hagan, lo que se quiere cambiar siempre seguirá siendo más de lo mismo. Concuerdo con Fabrizio y su paráfrasis de Hirschman y deploro la maniobra reaccionaria que repite que estamos igual o peor que antes. México ha cambiado en estos cinco años de una manera extraordinaria, pero como decía Gramsci lo nuevo siempre viene impregnado de lo viejo. Y hay que señalar esto, para que lo viejo no termine devorando a lo nuevo.
Foto: Archivo El Ciudadano
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