El arte de emborracharse viendo videos de Youtube

No hay duda de que los últimos años han sido años de cambios

El arte de emborracharse viendo videos de Youtube

Autor: Arturo Ledezma

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No hay duda de que los últimos años han sido años de cambios. Tecnologías que antes eran un divertimento han pasado a ser formatos de vida, estilos de existencia, sentidos comunes que tenemos que entender como orgánicos y funcionales. Los que jugaron Atari en la casa del vecino entenderán la diferencia entre esperar 40 minutos para que un juego se cargue a la velocidad en la que hoy podemos ver un video o compartir una aplicación desde la taza del water. Lo mismo que, quienes vieron con asombro en los 90’s las pasadas de videos de MTV en las que nunca sabías si íban a tocar la canción de tu banda favorita, me entenderán cuando les digo que la posibilidad de ser tu propio VJ en Youtube es lo más cercano al delirio musical que jamás existió.

En los años 70’s los discos de vinilo se encargaban al extranjero y llegaban por correo meses después de ser lanzados. En los 80 te tardabas largo rato en copiar un cassette a otro cassette vírgen y por cada nueva copia el cassette iba perdiendo fidelidad.En los años 90´s los CD’s prometieron un paraíso que, en un Discman, duraba una hora y las pilas se morían. En los años 2000 la televisión y las primeras páginas de internet, sumado a los reproductores MP3, empezaron a darnos una nueva forma de entender la música y, además, de entendernos a nosotros mismos dentro de una sociedad que aprendió a conmoverse a sí misma con la posibilidad de que cada cual pudo tener al fin un soundtrack personal; algo así como la banda sonora de tu vida, de tu día a día, y que fue la perfección de esos compilados con las canciones favoritas que uno se hacía a sí mismo (o a alguna polola o pololo) durante un domingo entero en un cassette vírgen y que escuchaba sin parar durante un mes o hasta que la cinta se rompía. Hoy tenemos Youtube y somos inmensamente sexys e independientes.

 

Carretes Youtube

Cualquier ser humano con poca destreza puede ser un muy buen pinchadiscos. Desde el papá que se entretiene poniendo canciones de la Nueva canción chilena durante todo el asado y termina llorando con un vino en la mano y cantando Quelentaro, hasta la tía que se vuelve loca viendo canciones del Pollo Fuentes y hasta baila y cuenta de los calcetines amarillos y esas cosas de la época. Lo mismo que un amigo mío que, cada vez que vamos a su casa a carretear, tiene una lista de reproducción de vídeos de Youtube que va proyectando con un Data sobre la muralla de su depa y nosotros, a medida que vamos cantando -no hay karaoke más lindo que el de las piscolas en la casa de este weon- vamos sumando performances de interpretación. La última vez un compadre que cantó Lady Gaga sacó aplausos y una multa de la junta de vecinos. Esa onda.

Pero quizá lo que más me gusta de todo esto, como fenómeno, es el hecho de esos carretes en la propia casa en los que uno, a veces solo, pone un video de Youtube y saca una cerveza del frío y se sienta como que no quiere la cosa y termina hasta bailando. Además uno entre medio ve vídeos estúpidos que no tienen nada de banda sonora, pero pasan piola. Una vez, a propósito, estaba en un carrete y una mina se puso a poner unos vídeos del tipo “La cumbia matemática” y todo se fue a la mierda cuando empezaron a hablar del sistema educativo y la manera en que esos vídeos podían ser una solución al problema estudiantil. Mal carrete. Pero volvamos al punto. Como decía el Youtube ha pasado a ser el placer culpable más hermoso del mundo ya que, querámoslo o no, terminamos poniendo canciones inconfesables que nadie sabe ni sabrá que estamos viendo y eso, más que anonimato, es una ventaja indiscutible por sobre todas las generaciones anteriores.aw

Tenemos libertad de elegir. Incluso para los antimperialistas acérrimos Youtube es una herramienta de sentir que la libertad de la creación no está mediada por transacciones de compra-venta. Eso, en muchos casos, puede ser incluso un beneficio filosófico en un carrete rancio. Ya que no hay nada más lindo que hacer callar a un hinchapelotas con una canción que le guste. Todos, y cuando digo todos es “todos”, nos calmamos como animales recién almorzados cuando alguien pone una canción que nos toca la fibra. Definitivamente Youtube es la solución a los problemas del mundo.

Por horario no voy a entrar en detalles de cuando en un carrete alguien “aprieta mal” y pone YouPorn o Yuvutu o esas páginas que transforman los carretes en algo más performático que lo de mi amigo cantando Lady Gaga. Ahí pasamos al estilo Lady Godiva, pero ese es ooootro tema.

 

El único problema

 

El único problema de carretear y emborracharse viendo videos en Youtube es que uno, de solo, de idiota o de masoquista, a veces pierde la cabeza y siente que la felicidad propia es digna de ser compartida. Entonces viene ese momento de debilidad, torpe, irremediable, en el que uno -no contento con estar poniendo canciones ridículas que escucha el vecino- va y coloca el enlace de la canción en el facebook y le pone una frase del tipo “miren la wea que estoy escuchando” o, peor aún, sentencia el vídeo con algo así como “Juanita te extraño y te dedico esta canción”. Mal. Eso es la muerte. Eso es regalar la intimidad gratuitamente y vender un chorizo que después, aún borrando el enlace a la mañana siguiente, alguien recuerda y te saca en cara y te dice cosas como “¿Te acuerdas cuando me dedicaste una canción de Marco Antonio Solis?”. No hay vuelta atrás. No lo hagan. Créanme que es mejor tatuarse un delfín en la frente antes que dejar registro de una canción mamona y borracha en el muro de facebook.

Pero aparte de que uno borracho puede llegar a compartir demasiado en las redes sociales respecto del propio gusto musical, igual sabemos que vivimos en una época privilegiada. Donde nadie tiene un disco que tú no tengas. Donde no existe ese vecino de mierda que viajó a EEUU y tiene un CD que no te quiere prestar y que lo pone fuerte los sábados por la mañana. Ya no existe la mala cueva de tener que ver por seis horas el MTV para que toquen una canción que te gusta. Y no tenemos que estar cambiando el cassette para que salga una canción con la que engrupirnos a la mina del fondo. Tenemos el poder. Somos feroces y la banda sonora, por muy penca que sea, cuando uno está borracho al menos chucha que la disfruta. Sobre todo y cuando, en un exceso de felicidad, uno lo pone subtitulado y ahí si que no hay nadie más feliz que el roto que, por primera vez, sabe el maldito coro de la canción de Sopa de Caracol y entiende lo que por años ha sido simplemente un “Watanericonsu, yupi pa ti yupi pa mí”, o de plano al fin entona con elegancia la canción de Pearl Jam que más ama, o canta de corrido y en un perfecto inglés el estribillo de la canción de la película Grease, esa que dice You’re the one that I want (you are the one I want)… aunque si, es cierto, esa letra es mejor no saberla porque no se puede cantar esa estrofa sin decir a coro “Chupa la callampa”.

Bueno. Seguimos. Viva la revolución de la web. Mueran los vecinos que no prestan los discos.


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