La categorización en el pasado reciente del denominado “Cuarto Poder”, aludiendo a los medios de comunicación como un factor de poder real, se sustentaba en la hegemonía informativa que tenían los medios de comunicación tradicionales sobre la proyección de audiencias. Al estar limitados en el acceso de entretenimiento o de información, quedaba ajustarse a la voluntad autoritaria de la programación televisiva.
En estricto sentido, los anuncios comerciales, no son una oferta para los televidentes. Son en sí los televidentes la oferta misma. Es la capacidad de audiencia la que se vende con las grandes marcas que deciden anunciarse en los tiempos televisivos. Históricamente, entonces las audiencias hemos sido objetos mercantilizados, por parte de los grandes medios de comunicación.
Partamos entonces de que la transacción económica se da en función de la venta de audiencia. Es la audiencia la que se pone en el centro de la operación monetaria y no los productos que se ofertan para que adquieran las audiencias.
En el tránsito de la comunicación tradicional, hacia la comunicación cibernética, el término “audiencia” es remplazado por el concepto de “seguidores”.
En estricto sentido, en la comunicación política digital, los estrategas venden “audiencia”, venden “seguidores”.
Los políticos, que tienen la necesidad vital de anunciarse ante el electorado, deben acceder a los canales de compra-venta que oferta el mercado, en este caso el mercado de la comunicación política. Y están ahí, al asecho, los falsos gurús.
Un falso gurú es aquel que externa ser la respuesta y solución a todas las problemáticas. Es aquel que afirma puede ganar cualquier contienda, independientemente del talento o carisma del candidato en cuestión, solamente siguiendo sus esenciales recomendaciones comunicativas. Recomendaciones, por cierto, cuantiosísimas.
Sobre todo, si el gurú en turno, tiene acento español o colombiano.
El potencial e hipnotizado candidato despilfarra al son que cante el gurú.
Y si cuestiona el alto costo, el indignado gurú referencia a sus amigos gurús.
Recomienda a equis o a ye.
Falsos e igual de cuantiosos en los precios al cobrar.
Los falsos gurús, que en apariencia trabajan independiente en sus consultoras, colaboran en equipo. Es un cártel de simuladores comunicativos que venden sus servicios en la subjetividad presupuestaria de quien vende una obra de arte. La demanda es basta y la oferta poca. El amasiato entre los falsos gurús ha creado un oligopolio.
El guruísmo se monta en la retórica de las redes sociales, de las campañas de aire.
La primera y gran estrategia es inflar los “seguidores”, principalmente de Facebook. “Hay que meter muchos seguidores, es un tema de percepción”, dicen.
Acto seguido aparece el perfil de Facebook del político en cuestión, ahora con miles de seguidores, pero con las mismas reacciones. –La misma flaca respuesta por parte de la audiencia virtual-. Tiene el político ahora cien mil seguidores, pero tiene los mismos cincuenta likes, que obtenía cuando tenía diez mil seguidores.
Es lo equivalente a ser cantante y pasar de tener diez oyentes a cien. Pero ser aplaudido solamente por los mismos diez iniciales.
La comunicación política no es tener más seguidores, sino, tener más respuesta de ellos. Respuesta última, que pueda materializarse en el plano de la tierra y no sólo de la virtualidad.
Los políticos deben hacer política su comunicación. Politizar desde las redes sociales, abonar al proyecto político e ideológico desde las ventanas de Facebook, tiktok y demás medios.
Solamente para los liderazgos consolidados es funcional la fotografía de la tortilla y la salsa. Del baile y la recreación.
El resto, que no son populares, ni dentro y fuera de las redes; debe comunicar políticamente. Y convencer a sus seguidores de su propuesta política. Más allá de la tortilla y la salsa.
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Foto: Archivo El Ciudadano
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