Hace poco tiempo la joven directora de la Escuela de Cine de Cuba (EICTV) me pidió mis documentales como material de estudio y análisis. «Para los alumnos -me decía ella- representan un campo de observación, crítica, indagación, revisión, etc., o simplemente la toma de contacto con un cineasta». Esto me pareció satisfactorio y accedí a su petición de buen grado, más ciertas aclaraciones que yo le envié por escrito.
La primera cosa que le resalté es que no podían usar mis imágenes para fabricar otras obras sin pedirme una autorización previa. «Si ustedes -le expresé con detalle- van a utilizar mis planos como «banco de archivo» para sus propias creaciones, recuerden que yo soy el propietario de los derechos de autor de esas imágenes y que necesitan una autorización mía por escrito para utilizarlas». Ya que el único patrimonio que un documentalista tiene son sus imágenes.
Yo no creo para nada en la gratuidad de la cultura. En América Latina se ha extendido el concepto de que todo lo que viene del mundo artístico tiene que ser gratis. Las clases magistrales son gratis. Las conferencias son gratis. Las películas son gratis. Los videos son gratis. ¿En nombre de qué son gratis?
Siempre que se llama a los artistas aparece, por arte de magia, una causa para justificar la gratuidad de sus obras. Existe la tendencia generalizada a rellenar innumerables «actos» (homenajes, premiaciones, aniversarios) con fragmentos de obras documentales, trozos de piezas de teatro, pedazos de música, poesía, todo más o menos gratis y casi siempre sin avisarle a los autores. Se les paga poco o no se les paga nada. Es necesario aclarar que la mayoría de los que hacemos películas documentales no disfrutamos de la regularidad económica que tienen los funcionarios en general. Nosotros no somos personas estables desde el punto de vista económico. Nuestros contratos con los canales de televisión son esporádicos. Nunca hemos tenido una relación de amor con los productores. No tenemos trabajo fijo. No tenemos seguro de vida. No tenemos vacaciones pagadas. No tenemos jubilación.
Mi carta terminaba con otro párrafo muy necesario. «Ustedes, como alumnos, tienen una coartada extraordinaria. Son jóvenes, están estudiando, se sienten con derecho a pedirlo todo sin pagar. Muy bien. No hay problemas. Pero si la película de fin de carrera que ustedes enviarán con inesperado éxito a muchos festivales y que después acabará exhibiéndose por un canal de televisión local o vendiéndose modestamente a una institución, en tal caso no olviden nunca este principio: no se deben robar las imágenes impunemente, no se revenden sin avisarle antes a su autor. Recuerden también otra cosa: no se puede escribir una novela a base de frases que otros ya escribieron antes sin mencionar a su creador original. Reducir al anonimato a un autor es aún peor que robarle».
La joven directora de la Escuela me respondió con gran rapidez y seriedad. Prometió tomar en cuenta mis consideraciones. Tratándose de una escuela y sobre todo de una escuela cubana, me sentí muy contento con su respuesta.
Lo que me produce menos alegría y bastante mal humor es que nuestro flamante MUSEO DE LA MEMORIA Y DE LOS DERECHOS HUMANOS quiere poner en marcha una gran filmoteca sobre la memoria histórica completamente gratis, en lo posible con nuestras obras documentales, sin pagarnos un centavo a nosotros los autores… ¿Por qué razón?… ¿De dónde sacan ellos que nosotros tenemos que donar obligatoriamente nuestros documentales?…. ¿Ellos piensan que a los documentalistas nos sobran los recursos económicos?… ¿No saben ellos que fabricar y vender una película documental constituye un esfuerzo tremendo en el mundo mercantil en el cual vivimos?
¿En nombre de qué tenemos que ceder nuestras obras? ¿Por qué causas en el ambiente político y empresarial de América Latina se ha extendido la idea de que los documentales y otras expresiones artísticas no tienen valor material, sobre todo utilizando la coartada de los derechos humanos?… Yo pienso todo lo contrario: quienes ejercen distintas formas de poder, con mayor razón que otros sectores de la sociedad, tienen que respetar los derechos del autor, que es el único derecho inalienable que tiene un artista.
El problema en el fondo es muy simple: cuando a un pintor no le paga su cuadro no puede comprar nuevos colores ni pinceles ni nada y viene el día en que no puede comprar comida, sobre todo cuando se hace viejo. ¿Por qué se piensa que esto es diferente para un cineasta? ¿Cómo creen ellos que se generan nuevos proyectos y nuevas películas ¿De qué vive un documentalista que hace películas de autor, películas independientes, si las televisiones, bibliotecas, universidades, museos, escuelas, no les pagan?… En el fondo la idea de la gratuidad llevada hasta el final significa el fin de una parte de la producción artística. El creador tiene que dedicarse a otra cosa para sobrevivir y abandonar su trabajo, su talento y su profesión para convertirse en un «artista de día domingo». Si un arquitecto o médico no puede vivir de su profesión, es complicado encontrar otra actividad para la cual no ha sido formado ni siente vocación. Toda obra artística es la resultante de un largo trab ajo, mucho tiempo y mucho esfuerzo. (Yo me demoré ocho años en terminar «El Primer Año» y «La Batalla de Chile», cuatro largometrajes sobre el período de Allende hechos sin ninguna ayuda estatal. Cristóbal Vicente tardó nueve años en terminar «Arcana», sobre la antigua cárcel de Valparaíso, también sin ninguna ayuda estatal). La lista es interminable.
Y si estas obras no se pagan razonablemente, una parte de la vida cultural desaparecerá. Al mismo tiempo desparecerán otras cosas. Desaparecerá «el álbum de fotografías» de Chile, ya que el documental retrata la realidad a través de la subjetividad de un autor. Un creador que filma hombres, paisajes, oficios, alegrías y conflictos de un país por encima de las modas, el periodismo y la televisión mercantil. Dar la espalda al cine documental es dar la espalda a la historia filmada. Pero no solamente es dar la espalda a la Historia con mayúsculas, sino a la vida de un barrio, una calle, un poeta, un árbol, es decir, dar la espalda a la historia de la convivencia, la sensibilidad y la solidaridad en las relaciones humanas de la vida cotidiana. Se destruye una parte de la «casa» que habitamos todos. Es necesario estimular, motivar y traspasar a los jóvenes documentalistas la idea de que vale la pena dedicar una vida a este arte. Sin los documentalistas la sociedad retrocederá e n lugar de avanzar. La vida cultural hay que cuidarla, apoyarla, desarrollarla, diversificarla, agrandarla. La vida cultural ennoblece la vida de los ciudadanos. La actitud contraria es una amenaza para todos.
Las bibliotecas y los museos constituyen para nosotros una discreta fuente de entradas en todas partes del mundo. Las universidades norteamericanas (de Estados Unidos y Canadá) pagan los derechos de exhibición cuando alquilan documentales para sus alumnos. El Centro Pompidou de París paga a los autores de las películas documentales que están en sus salas a disposición del público. El conjunto de las bibliotecas públicas de Francia (B.P.I.) también paga esos derechos. El Museo de la Memoria de La Plata en Argentina también lo hace. El Museo de Antropología de México lo hace. Los países de la Comunidad Europea lo hacen. El Memorial de Sao Paulo lo hace. En general, los títulos cinematográficos que componen la colección de los museos son adquiridos, igual como son adquiridos los cuadros, las esculturas, las fotografías… El artista siempre tiene la posibilidad de donar su obra, pero ésta forma parte de SU DECISION VOLUNTARIA.
La puesta en marcha del Museo de la Memoria chileno permitió desbloquear fondos públicos. Se compraron los terrenos. Se organizó un concurso internacional de arquitectos. Se consolidaron distintos equipos para su gestión y ponerlo en movimiento… ¿Por qué se han olvidado de colocar en el presupuesto la adquisición de los documentales sobre la memoria de nuestro país, de los cuales somos los productores y autores independientes?… El Museo NO contempla en sus principios la adquisición de obras. Ellos lo afirman con claridad en sus papeles.
Como una tragedia siempre es el preludio de otra, lamentablemente, tenemos delante de nosotros otra tempestad peor. Dentro de los meses o semanas siguientes, el gobierno de la Concertación tiene el propósito de hacer aprobar en el Parlamento una Ley sobre la Propiedad Intelectual (uno de los textos más reaccionarios que ha caído en mis manos). Este proyecto autoriza a los canales de televisión utilizar sin permiso las imágenes documentales que otros cineastas han realizado antes, sin pagar los derechos y sólo mencionando el nombre de la obra citada (o mejor dicho ROBADA) al final.
También está en peligro nuestra libertad de expresión. No podemos hacer películas documentales sobre cualquier tema que se nos ocurra. Esto siempre ha sido un problema para nosotros. No es algo nuevo. Pero antes – al menos- podíamos idear una estrategia con astucia para abordar un tema difícil. El encarcelamiento de la joven documentalista Elena Varela prueba lo contrario. Ella estaba realizando el año pasado una obra documental sobre la cultura Mapuche. Su prisión y el grave proceso que se le viene encima nos indica a todos que existen aspectos intocables, zonas prohibidas, zonas de interdicción, adentro de la realidad nacional, cuya violación se castiga con la cárcel y la incautación del material grabado o filmado.
Por Patricio GUZMAN
Presidente de Fidocs