Las grandes crisis conllevan grandes decisiones. Hay decisiones que significan vida o muerte para ciertas sociedades, instituciones o personas. La situación actual es la de un enfermo al cual el médico le dice: O controla usted sus altas tasas de colesterol y su presión o tendrá que enfrentarse a lo peor. Usted elige.
La humanidad como un todo tiene fiebre y está enferma; debe decidir: o continuar con su ritmo alucinado de producción y consumo, garantizando siempre el crecimiento del PIB nacional y mundial, ritmo altamente hostil a la vida, o enfrentarse dentro de poco a las reacciones del sistema-Tierra que ya ha dado claras señales de estrés global. No tememos un cataclismo nuclear, no imposible pero sí improbable, que significaría el fin de la especie humana. Recelamos, eso sí, como muchos científicos advierten, de un cambio repentino, abrupto y drástico del clima que diezmaría rápidamente muchísimas especies y pondría en grave peligro nuestra civilización.
Esto no es una fantasía siniestra. El informe del IPPC de 2001 indicaba ya esta eventualidad. El informe de la U.S. National Academy of Sciences de 2002 afirmaba «que recientes evidencias científicas apuntan hacia la presencia de un acelerado y vasto cambio climático; el nuevo paradigma de un cambio abrupto en el sistema climático está bien establecido por la investigación hace ya diez años, sin embargo este conocimiento está poco difundido y es escasamente tomado en cuenta por los analistas sociales». Richard Alley, presidente del U.S. National Academy of Sciences Committee on Abrupt Climate Change comprobó con su grupo que, al salir de la última glaciación, hace 11 mil años, el clima de la Tierra subió 9 grados en solo 10 años (datos tomados de R.W.Miller, Global Climate Disruption and Social Justice, N.Y 2010). Si eso sucediera con nosotros tendríamos que enfrentarnos a una hecatombe ambiental y social de consecuencias dramáticas.
¿Qué es lo que está en juego con la cuestión climática? Están en juego dos prácticas con relación a la Tierra y a sus recursos limitados, que fundan dos eras de nuestra historia: la tecnozoica y la ecozoica.
En la tecnozoica se utiliza un potente instrumento, inventado en los últimos siglos, la tecnociencia, con la cual se explotan de forma sistemática y cada vez con más rapidez todos los recursos, especialmente en beneficio de las minorías mundiales, dejando al margen a gran parte de la humanidad. Prácticamente toda la Tierra ha sido ocupada y explotada. Ha quedado saturada de toxinas, elementos químicos y gases de efecto invernadero hasta el punto de perder su capacidad de metabolizarlos. El síntoma más claro de esta incapacidad suya es la fiebre que se ha hecho presente en el Planeta.
En la ecozoica se considera a la Tierra dentro del proceso evolutivo. Desde hace más de 13,7 mil millones de años el universo existe y está en expansión, empujado por la insondable energía de fondo y por las cuatro interacciones que sostienen y alimentan cada cosa. Es un proceso unitario, diverso y complejo que produjo las grandes estrellas rojas, las galaxias, nuestro Sol, los planetas y nuestra Tierra. Generó también las primeras células vivas, los organismos multicelulares, la proliferación de la fauna y de la flora, la autoconciencia humana por la cual nos sentimos parte del Todo y responsables del Planeta. Todo este proceso envuelve a la Tierra hasta el momento actual. Respetado en su dinámica, permite a la Tierra mantener su vitalidad y su equilibrio.
El futuro se juega entre quienes están comprometidos con la era tecnozoica con los riesgos que encierra y quienes, asumiendo la ecozoica, luchan para mantener los ritmos de la Tierra, producen y consumen dentro de sus límites y ponen su interés principal en perpetuarse y en el bienestar humano y de la comunidad terrestre.
Si no damos este paso difícilmente escaparemos del abismo que espera delante de nosotros.
Febrero 18 de 2011
Por Leonardo Boff
Teólogo de la Liberación brasileño