El dilema que hoy enfrenta el candidato presidencial Jorge Arrate no es el de optar entre seguir captando votos para restarle porcentajes “útiles” a los dos candidatos de centro liberal-progresistas (Frei y Enríquez-Ominami) o retirarse de la lid para que las intenciones de sufragio duro de izquierda a favor de su candidatura (actualmente del 3,5 al 5% pero que pueden alcanzar el 9% dependiendo de la forma de encarar esta nueva etapa de la campaña) se vayan automáticamente al que pase a segunda vuelta a enfrentarse con el candidato de la ultraderecha neoliberal Sebastián Piñera.
Es evidente que el porcentaje obtenido por Arrate tendrá un peso y valor electoral determinante en la balanza que defina a los triunfadores de la primera y segunda vuelta. Pero eso no es lo fundamental si lo que se quiere es construir una alternativa diferente a las ofertas políticas del sistema actual.
El temor de la política binominal es que un actor de izquierda se instale con sus temas y con un porcentaje que influya en el juego político y que cuestione el carácter superficial de los debates hoy enmarcados en el espíritu del consensualismo reductor y funcional a los intereses de las elites dominantes.
Recordemos a tal efecto que Jorge Arrate —según sus propias declaraciones— dejó la Concertación no por el “gusto” de ser candidato, sino porque ésta ya no era el instrumento con voluntad de desarmar y cambiar el sistema de dominación imperante. Ni su régimen constitucional, ni menos el sistema oligárquico con su trenza financiera-empresarial-mediática que como bien lo expresa el candidato “ordeña” a los chilenos, ya que se nutre del trabajo asalariado y del endeudamiento, exacerba el mercantilismo desenfrenado de los oligopolios empresariales e inyecta cada día una dosis de individualismo, pasividad y alienación en los chilenos.
Los retos, el candidato del Junto Podemos y del Allendismo los tiene claros. Él los expresa en sus encuentros con los estudiantes universitarios; con los sindicatos y gremios; con los profesores iracundos en contra de las maniobras del ministro de Hacienda de Bachelet; con los mapuches que viven bajo la represión implacable del aparato policíaco estatal, bajo el mando del ministro Pérez Yoma; con los pescadores artesanales sensibles a la destrucción de los ecosistemas marinos por la pesca industrial.
Jorge Arrate es el único candidato que permite proyectar al futuro una rica tradición de izquierda que se apoya en las luchas obreras, estudiantiles, antidictatoriales y de género para construir una democracia vigorosa y participativa. No hay otro que se exprese con fluidez y argumentación política ante los estudiantes universitarios ansiosos de escuchar un registro diferente acerca de la necesidad de elegir una Asamblea Constituyente que redacte una nueva Constitución.
O que confronte en su propio terreno al periodismo mediocre y servil de Tolerancia Cero cuando se discute de desinformación periodística y déficit de pluralismo informativo en los medios dominantes.
No obstante, el dilema real al cual se enfrenta hoy Jorge Arrate es: o seguir siendo un gentlemen de izquierda de la política chilena, una especie de Pepe Grillo o voz de la consciencia en versión decorativa o, ir definitivamente al meollo del asunto político, al fondo del conflicto de clases e intereses que atraviesa a la sociedad chilena —que se expresa, por ejemplo, en una cesantía del orden del 15% real que viven los trabajadores resultado de los despidos empresariales y que significa una presión a la baja en los salarios—.
Para esto el candidato presidencial debe confrontar su programa de Izquierda con los programas liberales, pro-mercado de sus contendores. Tendría que explicar sin ambages las causas y consecuencias de aberraciones como el de la colusión de las farmacias, del negocio de la salud privada, del robo y escándalos de las AFP, de la mercantilización de la educación y de la carrera armamentista en la cual Chile gasta miles de millones desatendiendo las necesidades básicas de sus ciudadanos.
Y tendría que designar a los autores de tanta irracionalidad y a los responsables políticos de la Concertación, cómplices por dejar hacer. Ni el concertacionismo freísta ni M. Enríquez-O asumirán esta tarea de pedagogía política.
Si Jorge Arrate hace esto último y si opta por proyectar los conflictos sociales políticos y económicos al terreno de la lucha electoral (de los trabajadores en huelga, del magisterio, de los estudiantes, del pueblo mapuche, de los ciudadanos consumidores y deudores habitacionales, de los ecologistas, etc), su candidatura atraerá necesariamente a sectores de la izquierda durmiente y auto marginada del proceso, así como a concertacionistas de izquierda, a los que apoyan por despecho a M. Enríquez-O, y a los defraudados por la falta de claridad y las contorsiones de los otros candidatos.
Sólo así Arrate podrá convocar más izquierda y ampliar su base social de apoyo y obtener una votación políticamente significativa de más de un 9%.
Para esto hay que sacudir la jaula. Utilizar la crítica de frente y sin reparos. Por supuesto, la que se hace con argumentos sólidos y articulados a los que hoy, desde el concertacionismo, administran el sistema neoliberal de democracia excluyente, productor de desigualdad y represión institucionalizada. Arrate sabe cómo hacerlo. Él ya demostró en el debate de TVN sus dotes de tribuno socialista y libertario.
Es una evidencia. La candidatura de Jorge Arrate puede crecer e ir a buscar un 9% instalando el debate donde les duele e incomoda a las otras tres candidaturas. Planteando temas vedados y tabúes como: ¿quiénes se benefician con el precio y la propiedad del cobre? o ¿por qué no aumentar la carga impositiva a los altos ingresos? ¿Hasta cuándo la ocupación y el terrorismo de Estado en el País Mapuche? ¿Por qué no terminar con la hipocresía del aborto clandestino y dejar la libertad a las mujeres de decidir de lo que sucede en su vientre?
Le corresponde a Jorge Arrate denunciar con fuerza las declaraciones incendiarias y provocadoras del ministro del Interior Pérez-Yoma, recalentadas por el duopolio (Copesa y El Mercurio) para amedrentar al pueblo mapuche. Es él quien debe indicar con el dedo al responsable directo del no pago de la Deuda Histórica al magisterio, el ministro de Hacienda Andrés Velasco y la ministra de Educación. Tampoco el candidato de la izquierda debe someterse a la espiral del silencio que en un régimen presidencialista (un atentado flagrante contra el sentido común) absuelve a la Presidenta que estatutariamente designa y apoya a sus ministros y avala las medidas antidemocráticas y brutales que éstos aplican.
Si en el peor de los casos el candidato Arrate decidiera abandonar la lucha electoral como resultado de las posibles presiones disfrazadas que encierra el discurso del “voto útil”, que sobre él harán los sectores del Juntos Podemos que pactaron una lista electoral binominal con el concertacionismo y de las abiertas que vendrán de los operadores gobiernistas del PS y la DC (**), las consecuencias serían desastrosas en el plano político para un proyecto de izquierda a mediano y largo plazo.
Sin olvidar la principal consecuencia para la democracia: el impacto del efecto “desaliento y frustración” en aquellos que con sus luchas desafían el sistema para transformarlo. A la anterior se le añade su corolario: el consecuente desprestigio de la actividad política de un sector de la izquierda que sería percibida en contubernio con las elites con el único fin de ser aceptado en los círculos de poder binominal, sin que nobles ideas y proyectos puedan ser debatidos en el seno de la sociedad. Es así como se despolitiza un pueblo.
No es la función de la izquierda.
Si la candidatura de Jorge Arrate se baja, sus instigadores le darían razón a quienes quieren borrar la línea divisoria entre derecha e izquierda. Estaríamos frente a algo así como a un “totalitarismo ‘democrático”, ya que se impediría por presiones y estratagemas políticos, ideológicos y mediáticos que se expresen públicamente en un debate los proyectos alternativos con potencial antisistémico.
La decisión que el propio candidato del Juntos Podemos debe tomar no es binaria. Ella es de una dialéctica que un político perspicaz, lúcido y un trabajador infatigable como Jorge Arrate puede y debe asumir con perspectiva estratégica. Es evidente que la candidatura del PC, la IC y los Socialistas Allendistas ha ganado posiciones gracias a la personalidad y a la altura intelectual de Jorge Arrate, que se destaca frente los otros tres comparsas sistémicos.
Por lo mismo, Arrate debe aprovechar las tribunas conquistadas y abiertas para pasar a una segunda etapa. Debe hacerlo con ganas de construir una alternativa de Izquierda con futuro que ponga los debates necesariamente conflictivos que las otras candidaturas, el sistema mediático y sus amos, aplastan y ocultan.
Por Leopoldo Lavín Mujica*
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(*) El autor pudo, gracias a una cordial invitación de Jorge Arrate acompañarlo el pasado martes 20 durante su gira por Valparaíso, in situ, constatar la prestancia política y capacidad de trabajo y análisis del candidato presidencial, así como la acogida que tiene entre los jóvenes, trabajadores, profesores y ciudadanos del puerto.
(**) El presidente de la DC Juan Carlos Latorre acaba de expresar : «La primera vuelta no es una oportunidad para darse gustitos entre aquellos que piensan que en Chile no debiera haber un gobierno de derecha».