La locomotora china avanza imparable. Ya el principal motor de la economía mundial. Y, de acuerdo con un informe del McKinsey Global Institute, superó a Estados Unidos como la nación más rica del planeta.
El informe de la consultora analiza los balances nacionales de 10 países, que poseen más de 60 por ciento de la renta mundial. Documenta cómo la riqueza neta en el mundo pasó de 156 billones de dólares en 2000, a 514 billones de dólares en 2020. Concluye: el gigante asiático generó 50 por ciento del crecimiento del patrimonio neto en estos últimos 20 años.
Pese a la pandemia, China es la única de las grandes economías que no sufrió recesión en 2020. De hecho, aumentó 2,3 por ciento. De acuerdo con expertos, alcanzará entre 2021 y 2025 un crecimiento promedio anual de 5,7 por ciento. Encarrerada, el año pasado rebasó a Washington como principal socio comercial de la Unión Europea (UE). Según el Foro Económico Mundial (World Economic Forum), se perfila para ser el principal socio comercial de América Latina y el Caribe en menos de 15 años.
El gran dragón oriental es clave en la economía de América Latina. Es voraz consumidor de los alimentos, minerales, metales y combustibles que se producen en la región. Los intercambios comerciales, la ayuda financiera y las inversiones de ese país han sido centrales en permitirle al área, más allá del signo político de sus gobiernos, enfrentar sus retos de crecimiento.
Según Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), “la cooperación entre China y América Latina y el Caribe ofrece una oportunidad para reducir las asimetrías globales y apoyar una recuperación económica transformadora inclusiva que promueva el desarrollo sostenible”.
Aunque el gigante asiático ha restringido sus préstamos en el hemisferio, aumenta aceleradamente en los demás rubros: intercambios comerciales, inversiones directas, cooperación al desarrollo e, incluso, actividades culturales. En el marco de la pandemia, se han intensificado los acuerdos de investigación y desarrollo, sobre todo en el área farmacéutica. Su apuesta (sin abandonar los otros sectores) es avanzar en logística, servicios, telecomunicaciones y transporte. Nada parece indicar que esta tendencia vaya a desaparecer.
La nación asiática es el segundo socio comercial de América Latina, por encima de la Unión Europea. Ahora representa 15 por ciento del comercio de la zona. Simultáneamente, es la tercera fuente de inversión en las economías del área. Entre 2015 y 2020, empresas privadas y paraestatales invirtieron unos siete mil 850 millones de dólares en el hemisferio. Países como Chile tienen desde 2006 un tratado de libre comercio con la patria de Mao Tse-Tung. Y Perú se convirtió en el destino favorito de las inversiones de empresas chinas en el continente.
Según el Centro de Estudios China-México (Cechimex), el coloso de oriente tiene 138 proyectos de infraestructura en América Latina, con una inversión aproximada de 94 mil millones de dólares, que han generado 600 mil empleos directos.
La creciente presencia China en un área tradicionalmente de influencia estadunidense se topa con la creciente inquietud de Washington. El imperio ha buscado contener y administrar el impacto de la potencia oriental y circunscribirlo a la esfera económica. A su vez, Pekín ha actuado con cautela y ha dejado claro que su intención es ampliar sus fronteras económicas.
Se trata de negocios, inversiones y préstamos no condicionados a la aceptación de dogmas de desarrollo, consideraciones ideológicas o criterios estrictamente políticos. Ellos hablan siempre de cooperación y apoyo mutuo.
En entrevista con La Jornada, el ex presidente de Bolivia, Evo Morales, explicaba así esta relación: “China apoya el desarrollo sin chantajearnos, sin condicionarnos. Estados Unidos apoya, pero a cambio de la privatización de los recursos naturales y de servicios básicos, además de condicionar la lucha contra el narcotráfico. China sí te da crédito, no te pone ninguna condición. Esa es la profunda diferencia. Igual Rusia y otros países. En mi experiencia, estamos peleados con un imperio, pero no con otras potencias. Nos equilibramos bien”.
En un breve mensaje videograbado difundido en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en septiembre pasado, el presidente chino, Xi Jinping, ofreció ayuda a los países de América Latina y el Caribe para contribuir con su pronta recuperación tras la pandemia y para avanzar en el desarrollo socioeconómico. Las relaciones –señaló– “han entrado en una nueva era caracterizada por la igualdad, el beneficio mutuo, la innovación, la apertura y el bienestar para los pueblos”. Su país –dijo– está dispuesto a trabajar coordinadamente para crear oportunidades en la región y construir un futuro compartido. Según Enrique Dussel Peters, uno de los más profundos conocedores de la relación entre China y América Latina, el videomensaje “no es detalle menor”.
La contundencia de la presencia china en la región significa, lisa y llanamente, que no hay proceso de integración regional latinoamericana viable al margen de ella. El dragón del oriente llegó a la región para quedarse.
Por Luis Hernández Navarro
Publicado el 27 de noviembre de 2021 en Portal Alba.