La ideología desempeña una función clave e indispensable para preservar el consenso social, perseverar en cierta coherencia y garantizar la legitimidad del poder político, claves de la estabilidad. Modernamente, en China, dado su atrasado punto de partida (la sociedad feudal se prolongó hasta el siglo XX), la ideología debe inspirar un modelo político, económico y socio-cultural capaz de dar satisfacción a los anhelos de una sociedad que en los últimos 200 años ha tendido a asociar con la utopía el logro de significativos avances. Hoy día, esa ideología debe brindar la oportunidad de dejar atrás el relativo pesimismo que ha impregnado los anhelos de anteriores generaciones.
¿Qué trazos ideológicos definen el pensamiento político chino en la actualidad? A priori, cualquiera respondería que el nacionalismo es una de sus señas de identidad. Y en doble sentido: tanto para significar el afán sinocentrista del proyecto de un partido Comunista (PCCh) que convierte el sueño de la revitalización de la nación china en el catalizador esencial de su sociedad, como también para reconocer el decidido empeño en no renunciar a su soberanía, rechazando de plano cualquier intento de incluir a China en las instituciones que vertebran la red de dependencias de EEUU. Ello a pesar de reconocer la interdependencia como la principal novedad en su relación con el mundo exterior desde hace siglos.
Si nos atenemos al texto de la resolución política aprobada recientemente sobre la historia de los 100 años del Partido, es constatable igualmente una reafirmación del ideario marxista. Es esta una constante en el mandato de Xi Jinping desde que asumió en 2012 y lo explicitó en el bicentenario del nacimiento de Karl Marx (2018) al calificarle como “el pensador más brillante de los tiempos modernos”. A su localidad natal de Tréveris, China regaló una escultura, elaborada en bronce y de 5,50 metros de altura, del artista Wu Weishan, convertida ya en un nuevo atractivo turístico.
Lo que Xi ha reivindicado se inscribe en una larga trayectoria. En realidad, las bases ideológicas fundacionales del comunismo chino, formalmente, nunca se alteraron. En los años de la reforma y apertura, a partir de 1978, muchos querían ver en ello un mero paripé, en la seguridad de que más temprano que tarde se sustituirían la hoz y el martillo por cualquier otra cosa. Los coqueteos con el orden liberal en consonancia con una realidad muy alejada del ideal comunista, convertían en papel mojado la irritante retórica en la que insistían los dirigentes del PCCh, obstinadamente adheridos a lo que llamaban los “cuatro principios fundamentales”, el principal de ellos, el liderazgo del Partido, lo cual no podría significar otra cosa que el mero interés de aferrarse al poder.
El marxismo que reivindica el PCCh siempre se ha conjugado con la adaptación. Salvo en el breve periodo de significativa influencia soviética (1921-1935), la exigencia de integración con la realidad china persiste desde Mao Zedong, quien, asumiéndolo, vio en el campo o en la estrategia armada, las vías para el triunfo de la revolución, respetando pero desoyendo las lecciones de la Revolución de Octubre rusa. Su “pensamiento” se nutre de esa reflexión, que desarrolló en una densa y creativa producción teórica.
Fue también en nombre del marxismo que Deng Xiaoping formuló a partir de 1978 su reforma y apertura, incluso reconociendo a la par que la “toma de la lucha de clases como eslabón clave”, característica esencial del maoísmo en el poder, habría resultado en una calamidad monumental para el Partido y para el país. El giro de Deng hacia el desarrollo económico como obsesión central partía del reconocimiento de que el socialismo, en un país tan pobre, no podía construirse de un día para otro, que China permanecería durante un largo período en su etapa primaria y que en ese tiempo lo esencial era progresar materialmente sin perder de vista el horizonte. La originalidad de Deng al empeñarse en alentar otra vía hacia la modernización cristalizó en lo que se bautizó como el socialismo con peculiaridades chinas. A su evolución cabe adscribir los conceptos de la triple representatividad de Jiang Zemin y la concepción científica del desarrollo de Hu Jintao.
El PCCh considera esas nuevas teorías y conceptos como expresión inequívoca de la sinización del marxismo, dan forma a un sistema teórico e ideológico en constante enriquecimiento y responden a la identificada como contradicción principal del periodo que arranca en 1949, la existente entre la demanda social y un desarrollo insuficiente de la economía.
Por tanto, el maoísmo como el denguismo tendrían en común tanto su inspiración marxista como el propósito de idear respuestas teóricas a la necesidad de desarrollar el país adaptándose a las circunstancias cambiantes. Eso incluye la apuesta por la evolución de una economía planificada a una economía con mercado, la reconsideración de las formas de propiedad, etc., matizando alternativas a problemas característicos de una sociedad como la china y difícilmente equiparables a los de cualquier otra sociedad en el mundo.
EL XIÍSMO, ¿GIRO A LA IZQUIERDA?
En la actualidad, Xi Jinping lidera una nueva ola de reafirmación y desarrollo de este proceso de sinización del marxismo cuya esencia es garantizar la perennidad del PCCh en el poder, culminar la modernización del país que se encuentra en una etapa decisiva (será en dos fases, hasta 2035 y hasta 2049) y sentar las bases de una nueva legitimidad del modelo chino, basada no solo en la eficiencia de su gobernanza o en la mejora general de la economía y el énfasis en la prosperidad común sino también en un desarrollo efectivo del Estado con derecho. El xiísmo desgrana respuestas nuevas en todos los dominios importantes apelando a su necesidad en virtud del cambio operado en aquella identificación principal que modeló el desarrollo chino entre 1949 y 2012 y que ahora pasaría a ser la existente entre la demanda social y un desarrollo no ya insuficiente sino desequilibrado e ineficiente.
La resolución aprobada en noviembre pasado por el PCCh define el xiísmo como “el marxismo de la China contemporánea y del siglo XXI” y como un nuevo episodio en el proceso de sinización del marxismo. Hay en todo el documento una reivindicación de los ideales y convicciones, de la disciplina y del alma política del Partido pero igualmente la formulación de una integración de sistemas que profundiza al completo en todos los contenidos principales de la agenda china. La “posición rectora” del marxismo en el terreno ideológico se instituye como un valor esencial y se señala que el éxito del proceso chino es expresión de la nueva y flamante imagen del marxismo en el mundo, anticipando un reequilibrio de fuerzas que por su evolución histórica favorecería al socialismo. Adiós al pesimismo.
La cultura tradicional consagra su valor también como referencia de apoyo en las “colisiones culturales mundiales”. El Partido, que en otro tiempo la vilipendió culpándola de la situación de postración del país liderando un inédito ajuste de cuentas, hoy abandera su continuidad y desarrollo como una muestra de la excelencia de la nación. Con la reivindicación civilizatoria triunfa el compromiso con un progreso con identidad, un reencuentro marcado por la necesidad de establecer un sólido equilibrio entre modernización y tradición, una síntesis cultural que guarda distancias con una occidentalización sin matices pero también con una bendición o condena indiscriminada del ideario tradicional, en buena medida asociada al confucianismo y sus virtudes. En tal sentido, frente a la idea de estancamiento, de rigidez, de anquilosamiento de la tradición, esta se ve activada por los progresos desarrollados por el país permitiendo una actualización de los valores positivos de la cultura tradicional.
La combinación de los principios fundamentales del marxismo, la realidad concreta de China y su cultura constituyen un magma complejo que se aleja de los prototipos imaginados por los clásicos y representan una versión innovadora que se fundamenta en la exigencia de la autodecisión, sin concesiones al internacionalismo de viejo cuño. Por otra parte, los más de 95 millones de militantes comunistas chinos se adscriben así a un ideario ecléctico que integra visiones universales como nacionales para fundamentar el rechazo de cualquier invocación de alternativas externas, también, naturalmente, las de signo liberal.
Marxismo, leninismo, maoísmo, denguismo, xiísmo son expresiones de permanencia y desarrollo de los fundamentos ideológicos del PCCh a los que cabe añadir las corrientes del pensamiento tradicional (tanto confucianismo como legismo) como ingredientes que acentúan la ósmosis nacional. Así, el singular corpus ideológico del PCCh es una muestra característica de la originalidad de la “vía china”, que la convierte en un modelo de imposible imitación, por más que algunos aspectos parciales puedan o deban ser tenidos en cuenta en las estrategias de cualquier país.
La configuración de todo este cosmos ideológico no quiere decir, ni mucho menos, que exima de contradicciones a la hora, sobre todo, de establecer el contraste con una terca realidad. Algunas especialmente desconcertantes. En un informe reciente de la consultora McKinsey & Co. se señala que China es ya el país más rico del mundo, superando a EEUU. Pero en ambas potencias, más de dos tercios de la riqueza está en manos del 10% de los hogares más ricos, y su proporción ha ido en aumento, indica el informe. En Estados Unidos, la cantidad de riqueza del país en manos del 10% de los hogares más ricos creció del 67% en 2000 al 71% en 2019. Mientras que en China, el 10% de los hogares más ricos poseían el 48% de la riqueza del país en 2000, y en 2015 el valor aumentó hasta el 67%. ¿Servirá el eclecticismo ideológico chino para corregir esta realidad? ¿Hay interés realmente en ello? En perspectiva, claro, en 1949 más del 90 por ciento de la población vivía en la pobreza…. ¿Cuestión solo de tiempo?…
Por Xulio Ríos
Director del Observatorio de la Política China
Publicado originalmente el 26 de noviembre de 2021