Los periodistas no hablamos de otra cosa en estos días. Que si el reportaje de Contacto sobre discriminación amerita considerarse “periodismo de investigación” o que si el método, que el programa calificó de “ejercicio”, corresponde a otra categoría de cosas. Y luego de si la drástica reducción de la segunda entrega del programa constituye censura o es una reacción natural y legítima de la estación en procura de la protección de sus estándares editoriales.
La renuncia del director interino de prensa, Patricio Ovando, un periodista de impecable trayectoria, y de la prestigiada editora de reportajes, Pilar Rodríguez, nos agrega el peso de la lealtad profesional, poniéndonos en la falsa dicotomía de defender las técnicas del oficio o defender valores ético-profesionales.
El Colegio de Periodistas lo resolvió en un comunicado en que rechaza el acto de censura, “más allá de cualquier consideración respecto de la calidad del reportaje en cuestión”. Gonzalo Saavedra, académico de la Universidad Católica y editorialista de El Mercurio, en cambio, condenó derechamente los métodos usados en la realización periodística, más allá del acto de censura.
Es cierto que es difícil poner las manos al fuego por la forma en que se realizó el reportaje si uno analiza el caso desde las reglas del oficio, en particular, desde lo que ha dado en llamarse “periodismo de investigación”. Las normas de comportamiento profesional más o menos universalmente aceptadas indican que en casos, excepcionalísimos, en que una información relevante para el bien común no puede obtenerse de ninguna otra manera, los periodistas podemos usar una cámara oculta. Pero eso no hace del uso de cualquier cámara oculta una pieza de periodismo de investigación. Saavedra compara el “ejercicio” hecho por el reportaje, en que se usa una actriz para montar una situación en que los funcionarios de exclusivos colegios de Santiago son confrontados con la posibilidad de que una mujer ataviada con uniforme de “nana” quiera pedir matrícula para su hija, con el método usado por los programas de entretención en que se montan bromas contra incautos transeúntes y que luego se difunden en esos shows del tipo “just for laughs” y que sirven para calmar la paciencia de los clientes en las colas de los bancos y de los pasajeros, en los aviones.
En beneficio del reportaje de Contacto se puede agregar que el “ejercicio” se acompañó de entrevistas con mujeres que verdaderamente ejercen el oficio de “nanas”, quienes ratificaron que los actos de discriminación que constata la actriz son para ellas cotidianos.
Comparto con Saavedra que el método usado para el reportaje probablemente no pasaría la prueba de aquellas circunstancias excepcionalísimas que justificarían el uso de una cámara oculta. También estoy de acuerdo en que la edición en su conjunto, si bien aborda un tema relevante y muy contingente en la realidad chilena, tiene un tratamiento más cercano a los programas de entretención, del tipo reality show, que a un documental propiamente periodístico. ¿Había otra forma de entregar los contenidos en un reportaje periodístico televisado? Ciertamente. Hay modelos admirados en nuestro gremio que podrían haberse emulado, como los usados por Frontline del canal público estadounidense, PBS.
No obstante, creo que este análisis elude las condicionantes estructurales de fondo y la realidad global del ejercicio del periodismo en televisión en Chile hoy –fenómeno dicho sea de paso, que no es exclusivo de la televisión-: el modelo de financiamiento de todos los canales –incluyendo la estación pública, TVN– demanda una parrilla de programas de bajo costo y alto rating.
No han sido pocas las veces que me ha tocado compartir en instancias profesionales, congresos, seminarios, con periodistas de Contacto o de Informe Especial, en que cuando los más ortodoxos de nosotros les demandamos a nuestros colegas que traten temas de relevancia pública, usando datos por sobre la manipulación de las emociones, su respuesta es que en este modelo de televisión que tenemos, no se puede.
Para difundir cualquier contenido en sus canales, estos programas tienen que superar dos brechas. Una es la dictadura del “mono”, es decir, cualquier cosa que quieran informar debe estar ilustrada por imágenes y ojalá no estáticas, como en una entrevista, sino que en movimiento, engarzadas en algún tipo de libreto dramático. La segunda, es el rating. Cualquier cosa con menos de 15 puntos de rating se considera un fracaso y los canales han llegado a la conclusión que aquello que no entretiene, por mucho que informe o eduque, no traspasa esa barrera.
Por lo tanto, los programas periodísticos (no sólo los de periodismo de investigación, véase lo que ocurre con los noticiarios de todos los canales, todos los días) han ido adecuándose a estas reglas. La cámara oculta entretiene. Los efectos musicales añaden lo suyo. Los datos duros, los gráficos, las entrevistas con protagonistas reales, las complejidades, los matices, tiran el rating al suelo y, por consiguiente, se evitan. Esas son las reglas del juego y es en ese contexto en que se le pide a Contacto jugar. Dicho de otra forma. ¿Tenía ese equipo la posibilidad de poner en la parrilla programática el mismo tema, usando métodos clásicos? Lo dudo. La evidencia es que los periodistas con mayor apego a nuestras reglas de comportamiento tradicional han ido saliendo, voluntaria o no tan voluntariamente, de los equipos de este tipo de programas.
Dicho esto, creo que sería miope desconocer que, aún inoculado en un programa más inclinado a entretención que a lo periodístico, los profesionales de Contacto expusieron un contenido altamente relevante y muy incómodo para nuestras elites. La reacción de René Cortázar de censurar gran parte del contenido programado para una segunda entrega no fue, como se trata de hacer creer, en resguardo de los estándares de calidad periodística que imperan en el canal. Patrañas. Esos estándares hace rato que no se respetan ni en canal 13 ni en el resto de la televisión chilena. La censura obedece al alarido que provocó la discriminación tan flagrantemente expuesta en su estación usando métodos narrativos que normalmente sólo se usan para hacer reír.
Por Alejandra Matus
El Ciudadano Nº125, segunda quincena mayo 2012