El espectáculo político y el votante-consumidor

La llamada “opinión pública” en Chile está dando muestras de estar cada día más desarraigada, des- ideologizada, y por lo tanto, ser peligrosamente cambiante

El espectáculo político y el votante-consumidor

Autor: Director

La llamada “opinión pública” en Chile está dando muestras de estar cada día más desarraigada, des- ideologizada, y por lo tanto, ser peligrosamente cambiante.

A primera vista, no parece preocupante que las preferencias políticas ciudadanas varíen constantemente, en tanto exista un consenso respecto que la democracia es el mejor sistema de gobierno. Sin embargo, si se considera que ese gran grupo desafecto y desarraigado es quien finalmente elegirá a las futuras autoridades, podríamos estar expuestos a que el populismo acapare la política chilena.

La elección de Piñera ha significado muchos cambios políticos en Chile. Sin embargo, un cambio fundamental e irreversible es el fin de la división autoritarismo-democracia, que configuró electoralmente a Chile desde el retorno a la democracia. Por primera vez el electorado no reprodujo la votación del Sí y el No, y la derecha logró posicionarse en el centro político, así como captar adherentes de forma transversal. Cerca de ello había estado Lavín el año 1999, pero sin el mismo éxito.

Ante el término de esta “fisura” que permitía –al menos de forma simbólica- diferenciar a las principales dos coaliciones, los ciudadanos empiezan a configurar su preferencias en base a aspectos distintos a lo que simbólicamente representaban los bloques en tanto promotores de la democracia o defensores del autoritarismo. El consenso transversal en torno a la democracia como modelo político, y las cada día más evidentes similitudes entre los idearios macroeconómicos y sociales de la Concertación y la Alianza llevan a preguntarse respecto a cuáles serán los criterios bajo los cuales los ciudadanos elegirán sus representantes.

La tendencia parece orientarse hacia el apoyo a líderes políticos que se destaquen independientemente de su partido o domicilio político. De ahí que ocurran cosas extrañas, como que la ex presidenta Bachelet deje su gobierno con más de un 80% de aprobación y el siguiente presidente electo sea de la coalición contraria. O el caso de Marco Enríquez Ominami, quien sin necesidad de aclarar si era socialista, liberal, ateo, judío o cristiano obtuvo un 20% de votos. Y para qué hablar del reciente caso Golborne, quien en menos de un mes pasó de ser un candidato fijo en un eventual cambio de gabinete a héroe nacional y posible pre candidato.

Frente a este escenario es esperable que la mediatización de la política sea más fuerte, y los ciudadanos -como consumidores del “espectáculo político”- opten por aquellos personajes más carismáticos.

El problema de todo esto es que los partidos dejan de ser relevantes, y por tanto se abren espacios para que líderes ajenos al sistema político, lleguen al poder sin ningún arraigo social ni proyecto político, con el único logro de haber hecho una mejor performance en materia mediática que el resto. De esta manera, si bien la democracia como forma de gobierno no está en juego con la desafección partidaria, sí resulta problemático el hecho de que los partidos políticos -uno de los principales motores de éstas- generen cada vez menos identificación en los individuos. Esto, en última instancia, implica un alejamiento de los procesos de competencia que validan a las democracias, y a la vez, se aumenta la volatilidad electoral, haciendo cada día más impredecibles las elecciones.

Si bien Chile, no ha tenido riegos serios de que un líder outsider llegue al poder, vale la pena estar atento a este nuevo flanco que se está abriendo en la política chilena.

Por Rodrigo Silva

Cientista Político UDP. (c) Magíster Ciencias Sociales U Chile


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