Por supuesto, Estados Unidos está confundido hasta la médula respecto de la figura histórica de un ya mítico Fidel Castro. Desde el sábado, cuando se supo de su fallecimiento, los canales de televisión y los periódicos han caído en una cacofonía de contradicciones respecto a su figura. El esfuerzo por destacar los conceptos de “dictador” y “tirano” en voz de los acérrimos anticastristas de Florida (encabezados por Marco Rubio e Ileana Ros-Lehtinen), se mezclan a cada segundo con sus fotos con el papa Francisco, Mandela y su presencia en las cumbres iberoamericanas. Tanto el Presidente Obama como su vocero Josh Earnest se han negado a caer en ese tipo de calificativos y han preferido destacar las posibilidades de profundización de relaciones hacia el futuro, mientras el Rey Juan Carlos se prepara para asistir a los funerales de Fidel y liderar la delegación española.
En un minuto, las noticias en Washington DC se centran en destacar a los grupos conservadores celebrando en Miami la muerte del líder de la Revolución Cubana, para luego enumerar la larga lista de índices macro-nacionales que ponen a Cuba entre los países con mayor expectativa de vida, mejor niveles de alfabetización y uno de los sistemas de salud más progresistas y efectivos del planeta.
Un Fidel “norteamericanizado”
Fidel Castro tiene, en ese sentido, vida propia y particular en este país, y no tiene absolutamente nada que ver con la visión más diversificada en el resto del planeta. En Meet the Press este pasado domingo, uno de los programas más prestigiosos de opinión de EEUU, de la cadena NBC, la corresponsal en el Pentágono del New York Times Helene Cooper lo dijo claramente, luego de los exabruptos anti-castristas de parte de panel. “Ustedes presentan una visión (de Fidel Castro) centrada en Estados Unidos (…) Lo que la declaración del Presidente Obama refleja es que nadie en el resto del mundo concuerda con ustedes. El Castro que yo conocí creciendo siendo una niña en Liberia fue el Castro que luchó contra el régimen de Apartheid en Sudáfrica, que Estados Unidos estaba apoyando. Es el Castro que envió soldados cubanos a Angola y que ayudó a terminar con el Apartheid en Sudáfrica. Entonces hay muchas ambivalencias a la hora de mirar a Castro, las que usualmente no se reflejan aquí”.
La línea argumentativa sobre la figura de Fidel se ha trazado casi exclusivamente en función de la política exterior de EEUU hacia la isla. No hay valoración intrínseca, interna, comparativa. Solo meramente anecdótica, ideologizada, simplista. En la cobertura de prensa se ha destacado que Castro sobrevivió a doce presidentes estadounidenses que no pudieron derrocarlo. Se han gastado minutos largos criticando el record en derechos humanos de la isla, sin entrar en detalles precisos sobre el tema. Se han hecho constantes revisionismos respecto a la crisis de los misiles, se ha hablado sobre la alianza con la Unión Soviética, se han rescatado archivos con un Fidel hablando en inglés en alguna de las visitas tempranas a EEUU tras haber derrotado a Batista, y se destacaron, además, los múltiples intentos de la CIA para asesinarlo. Pareciera que en EEUU la figura de Castro quedó congelada en un muro imaginario estancado en los 60, cruzado como un fantasma permanente en blanco y negro junto a las figuras de Kennedy y Jrushchov. Un Fidel estático, la amenaza comunista contra la médula capitalista del modelo estadounidense. Es decir, un Fidel de la Guerra Fría. Anacrónico. Estereotipado según los temores políticos de la potencia del norte.
Para una generación de estadounidenses que supera los 60 años, es comprensible. Ese grupo creció escuchando sobre la amenaza comunista, y quedó marcado por los simulacros en las escuelas sobre la llegada de los misiles rusos que se abalanzaban sobre la tierra del Tío Sam como fauces rojas, ayudados por una islita del Caribe llamada Cuba. El mismo uniforme verde-olivo que daba fuerza a las guerrillas de izquierda del continente contra el establishment de elites de derecha significó para esa generación de estadounidenses una amenaza militar increíblemente distorsionada, de una isla de apenas 7 millones de almas en 1959, con una economía pequeñísima comparada con la potencia capitalista del planeta. Cuba, en ese sentido, es una hipérbole para Estados Unidos, un gigante en el imaginario de los norteamericanos. Fidel Castro simbolizó, en ese sentido, todo el miedo irracional plantado en los estadounidenses impresionables frente al avance ilusorio del comunismo de Europa del Este, aunque la amenaza concreta fuera solamente el de las ideas.
Nace, ahora, el “fidelismo” más allá del “castrismo”
El fallecimiento de Fidel Castro es sin duda un fuerte golpe simbólico y emocional al imaginario de izquierda del continente, aunque el castrismo, y aún más, el “fidelismo”, sobrevivirá creo yo, por un enorme tiempo como influencia para todo el progresismo latinoamericano. Y el “fidelismo”, me parece, a medida que Cuba vaya profundizando en las reformas económicas, se irá quizás perfilando en su esencia más profunda y filosófica, decantando los valores fundamentales que emanaron como manantiales irrefrenables a medida que los barbudos fueron bajando de la Sierra Maestra en la marcha triunfal sobre la Habana mientras huía Batista. Por eso diría que para entender a Cuba y su influencia continental hablaremos de ahora en adelante del castrismo-fidelista o del fidelismo a secas. El “fidelismo” será la corriente histórica que se identifique con el legado personalísimo de Fidel, de su concepción humanista del hombre y el Estado, que es a su vez una continuación de Martí y su cubanismo anti-colonial y fundacional, con una fuerte raigambre moral e ideológica basada en una “cubanía” que valora profundamente la independencia y la autonomía, con un nacionalismo férreo solo matizado por el latinoamericanismo anti-imperialista. El castrismo, en ese escenario, pasará a personificar el fondo y forma del constructo institucional y de gobierno que nació tras la Revolución. El castrismo seguirá su evolución a medida que el recambio de líderes vaya perfilando el futuro del sistema político ya en el siglo XXI, con una agenda programática del gobierno-Estado desarrollada a partir de la praxis del Comité Central del Partido Comunista y la estructura de base. El castrismo es, en ese sentido, la praxis de la Revolución. El fidelismo será la esencia moral y política que quede más allá de los vaivenes cotidianos de una historia complejísima.
Los dos Fidel, irreconciliables
Fidel Castro es sin lugar a dudas la figura más respetada en la izquierda latinoamericana en la historia del siglo XX, por la gesta “imposible” que significó el triunfo de la Revolución Cubana, y por la capacidad que tuvo para mantener con vida el sistema político de la isla durante tantas décadas pese a la presión enorme de numerosos gobiernos de Estados Unidos y con el presupuesto militar, de operaciones encubiertas y de espionaje más grande del planeta. Y también una figura mítica para cualquier político tradicional de derecha, que nunca resistió retratarse dando un apretón de manos al ex abogado hijo de terrateniente que una vez se hizo guerrillero y venció con una tropa inicial de 12 hombres a un ejército profesional de miles. Por supuesto, la historia hará decantar la figura de Fidel a través de los años que están por llegar, pero su genialidad militar, su carisma, su manejo político magistral interno e internacional, goza de admiración a lo ancho del espectro político. Obviamente, las familias afectadas directamente tras el triunfo de la Revolución, que perdieron su riqueza o el deseo de vivir en una Cuba que rompió con el modelo tradicional, nunca aceptarán a ese Fidel. Para ellos es el tirano que fusiló a 500 agentes de Batista y lideró un sistema de partido único, y que ha hecho todo lo posible por neutralizar a la disidencia que encontró constantemente en la Embajada de Estados Unidos apoyo moral y logístico, internet gratis y ayuda comunicacional. Esos dos “Fideles” nunca lograrán reconciliarse.
El Fidel romantizado tras la Revolución se confunde un poco con el mismo destino del pueblo cubano, pues ambos se han mantenido incólumes frente a una multitud enorme de crisis económicas, crisis políticas, aislamiento internacional, asesinato comunicacional, caída o cierre de los mercados de sus productos, la caída de la Unión Soviética, el embargo comercial de Estados Unidos. Con todo y aquello, Cuba y el sistema político que lideró Fidel, fueron capaces de mantenerse fuertes y sobreviviendo, pese a adversidades que hubieran tumbado en cosa de horas a cualquier otro gobierno del continente. El análisis no aguanta mayor explicación: al contrario de la visión anti-castrista de Miami, no se puede explicar la sobrevivencia de Fidel como líder de la Revolución solo como el resultado de la represión contra la disidencia. Eso es, me parece, un insulto a uno de los pueblos más educados y de mayor carácter del continente. Quienes insisten en “idealizar” negativamente a Cuba como un simple régimen totalitario debieran entender que la propia Guerra Fría que creó una conciencia de repulsión contra la Revolución Cubana desde Estados Unidos, es la misma fuerza que creó a su vez una identificación personalísima y solidaria entre el cubano y Fidel, el mismo cubano que ha sufrido limitaciones económicas de una isla bajo permanente embargo comercial. A pesar de la contra-campaña anti-castrista, nada puede desconocer la admiración honesta que el cubano de a pie tiene por la figura de Fidel, matizado por el sacrificio que significó no doblegar el país a la gigantesca presión de Estados Unidos. Tanto es así que los grupos disidentes, incluidas las Damas de Blanco y otros, prefirieron explícitamente no salir a manifestarse o alegrarse públicamente por la muerte de Fidel Castro, según sus propias declaraciones de prensa. Ellos saben que pese a sus amplias denuncias de atropello a los derechos humanos centrados en la disidencia, la figura de Castro inspira profundo respeto entre la mayoría de los cubanos.
Hacer sobrevivir un proyecto alternativo
Al otro lado de la gesta épica de los barbudos de la Sierra Maestra, y luego de las más de cinco décadas de sobrevivencia de la Revolución Cubana, con todo y el embargo de Estados Unidos, para el progresismo de América Latina esto demostró y demuestra que es posible construir proyectos alternativos a la ortodoxia política que impone el modelo estadounidense político y económico. Ahí está el centro de los temores de la elite estadounidense, que Cuba se haya desmarcado de la influencia geopolítica de Estados Unidos, y que pese a eso no se transformara en un Estado fallido. Y en ese sentido, Fidel fallece con un gesto clarísimo de nunca haber claudicado ante la influencia externa de EEUU, respetando siempre la soberanía cubana. Todos los medios de comunicación de Estados Unidos han destacado este punto, como crítica o como alabanza.
Fidel alcanzó por cierto a vivir cercanamente todas las recientes reformas cubanas en el plano económico, que diversifican el modelo tradicional comunista, pero ese proceso se generó desde adentro. En ese sentido, Estados Unidos fue el que finalmente tuvo que generar cambios en su política exterior hacia Cuba, al fracasar el aislacionismo por tantas décadas según admitió el propio presidente Obama, por lo que el castrismo-fidelista en rigor nunca cedió a esa presión foránea. Y eso lo reconoce el ala dura del Partido Republicano, que critica justamente el hecho de que Obama abriera las relaciones diplomáticas sin exigir mayores concesiones a la isla. Nuevamente, no hay duda que el «fidelismo» finalmente se impuso ante esa historia, y su figura principal, Fidel Castro, fallece sin haber transado ante Estados Unidos.
En rigor, Fidel Castro demostró que es posible crear una alternativa de gobierno y un modelo socio-económico totalmente al margen de la influencia hegemónica de Estados Unidos. Muchos gobiernos de izquierda de América Latina han creado sistemas políticos que se han enfrentado a ese modelo, y ninguno tuvo éxito, con excepción del bolivarianismo de Hugo Chávez especialmente durante la primera década de gobierno. Bolivia desarrolla un proceso fuerte de autonomía, hasta ahora con éxito. Es cierto que las revoluciones al estilo cubano, mexicano, ruso, francés, correspondieron a una época, y que son difíciles de llevar adelante en este periodo contemporáneo, pero el simbolismo de refundar a los países desde las bases obreras, las clases medias empobrecidas y el campesinado, de crear un nuevo contrato totalmente distinto entre el Estado y el ser humano basado en valores socialistas, comunistas o comunitarios, y de citar valores supra-continentales desde esa antigua utopía de unión latinoamericana, se renovaron y mantuvieron con vida gracias a la Revolución Cubana. Y hasta la llegada de la Venezuela de Chávez esa visión sobrevivió casi como una reliquia. Aunque con realidades distintas, Cuba sin duda ha influenciado a procesos reformistas o de inspiración revolucionaria en innumerables momentos de la historia y en los últimos años. Desde los procesos de guerra civil en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, hasta el Chile de Allende, se ha evolucionado hacia experiencias de profunda reforma dentro de la estructura tradicional de democracia representativa como las llevada a cabo en la Bolivia de Morales, el Ecuador de Correa, el Brasil de Lula y, por supuesto, la Venezuela de Hugo Chávez. Todas han sido experiencias que han tomado al castrismo-fidelista como piedra fundamental de inspiración. Hasta que Chávez articuló el bolivarianismo desde Venezuela, Cuba había sido el único país en producir una convocatoria amplia y en convertirse en un referente a nivel continental de todas las fuerzas progresistas de América Latina. Y de otras regiones del mundo, especialmente África, donde Cuba participó activamente con tropas en varios procesos de independencia y reforma, entre ellos la Sudáfrica de Mandela, el Premio Nobel que siempre agradeció el apoyo de Fidel y del llamado “internacionalismo cubano” en la lucha contra el Apartheid. La verdad, es comunicacionalmente muy incómodo para el establishment estadounidense explicar ante los medios la gran cercanía de Mandela con Fidel, el hecho de que en el funeral del líder africano los invitados de honor fueran Obama y Raúl Castro, y el hecho de que el presidente sudafricano fue por muchos años también considerado un terrorista por el gobierno de Estados Unidos…
Hugo Chávez logró un efecto similar, de aglutinar a los grupos más progresistas no social-demócratas de América Latina, y en ese sentido es un continuismo del castrismo-fidelista, en la forma del bolivarianismo continental y socialista. En ese sentido, el legado de Fidel Castro es sin duda fundamental para entender lo medular de todas estas experiencias de reforma profunda y a nivel constitucional en varios países de América Latina, que reniegan del carácter internacionalista del capitalismo, que rechazan la influencia negativa de Estados Unidos, que defienden el derecho a la autonomía y a la soberanía, y que buscan rescatar el antiguo sentimiento bolivariano de una América Latina que se asocie en bloque para su propio beneficio y el de sus pueblos.
Un proceso histórico que EEUU no entiende
Todo este proceso nunca ha sido entendido ni respetado desde Estados Unidos. La principal crítica ideológica a Cuba en relación a América Latina, el apoyo a las guerrillas latinoamericanas, fue parte de una época en plena Guerra Fría, donde Estados Unidos cumplió su propio rol a la inversa, apoyando a los grupos reaccionarios de choque. Es impactante cómo los análisis del castrismo y su influencia en otros movimientos guerrilleros, hechos ampliamente documentados, no son acompañados en EEUU por el mismo análisis sobre las acciones reactivas generadas desde el país del norte hacia esos procesos, en un conflicto militarizado que alcanzó niveles continentales, especialmente en América Central.
Asimismo, la Cuba post 2000 no tiene nada que ver con ese contexto histórico. Es la Cuba que prestó su suelo para el proceso de paz entre el gobierno colombiano de derecha de Santos y la guerrilla de las FARC, esfuerzo que el propio Estados Unidos apoyó. Es la Cuba que recibió la presidencia de la CELAC de parte de Sebastián Piñera, presidente de la derecha chilena. La Cuba con relaciones diplomáticas y comerciales normales con el resto del planeta, excepto con Estados Unidos.
Fidel y el fidelismo, y muy al pesar de muchos anti-castristas que nunca aceptarán ninguna legitimidad de quienes lideraron la Revolución Cubana de 1959, es sin duda una de las corrientes primordiales para entender la historia latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, factor protagonista de la Guerra Fría y de la lucha Este-Oeste soviética-estadounidense. Una pequeña isla situada en una encrucijada mundial de primer orden. Y aunque los anti-castristas cubanos de Miami celebren sin duda la muerte del líder que perjudicó sus intereses económicos y que afectó fuertemente sus vidas personales, la verdad es que la figura de Fidel trasciende largamente la política partidista pre y post Revolución. Y el apoyo y admiración entre gran parte de la población cubana es sin duda real y palpable, pese a todas las penurias económicas de estos años.
El fallecimiento de Fidel o el potenciamiento del fidelismo no es lo suficientemente fuerte en todo caso para impactar a la corriente electoral-pragmática que empapa a los sistemas políticos de América Latina, que fluctúa más bien bajo el vaivén del avance o retroceso económico de las clases medias y los trabajadores no ideologizados. El fidelismo, en ese sentido, no tiene fuerza electoral, no es una agenda programática en nuestras sociedades debilitantemente pragmáticas.
Pero el fidelismo siempre estará presente como fuente moral, histórica e ideológica para los grupos políticos progresistas que vendrán en el futuro. De eso no hay duda. Pese a toda la crítica anti-castrista interna y externa, el Fidel joven treinteañero y el nonagenario, el de la barba y la labia explosiva, el del fusil romántico en el brazo alzado celebrando junto al pueblo la huida humillante de Batista que no fue capaz de doblegar a doce barbudos enfrentados contra un reto inverosímil de la historia, fue y será un referente fundacional para otros futuros jóvenes y viejos latinoamericanos, para otras Sierras Maestras, y otros sueños revolucionarios.