La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) dejará tras de sí muy pocos resultados concretos y una avalancha de anuncios de acuerdos voluntarios (promesas) para mejorar el clima para el 2050. La COP26 que se realizó en Glasgow dejará también incertidumbre sobre el diagnóstico que está verdaderamente detrás de la inacción de los gobiernos.
Es probable que hoy estén en pugna dos visiones políticas diametralmente opuestas que tienen en común la misma conclusión: que en el futuro inmediato (en el corto y en el mediano plazo) no podremos hacer nada para revertir la crisis climática. Esto sería así por la inercia climática (las partículas de CO2 permanecen en la atmósfera más de cien años) o porque las tecnologías mitigadoras que se están diseñando no están aún preparadas para entrar en acción.
Greta Thunberg, la más importante activista climática del mundo, en su discurso el viernes 5 de noviembre, sentenció: “No es un secreto que la COP26 es un fracaso”. Sin embargo, desde el punto de vista de la ciudadanía mundial, han existido novedades y se ha puesto en práctica en las calles de Glasgow una nueva estrategia de presión social que podemos denominar “la rebelión climática”.
Los dos movimientos ciudadanos más importantes del planeta, nacidos para enfrentar la crisis climática, han convergido en Glasgow para crear un movimiento social más poderoso que pueda actuar coordinadamente en todo el mundo. Por un lado, se encuentra Extinction Rebellion (XR) que nació en febrero de 2020 y que es un movimiento pacífico de desobediencia civil conformado por activistas ambientales y por científicos de distintas edades tanto “millennials” como adultos mayores. Y, por el otro lado, está el movimiento creado por Greta Thunberg que se caracteriza por la presencia masiva de jóvenes escolares que instalaron en el escenario internacional la necesidad de una movilización permanente los días viernes (o por lo menos una vez a la semana).
De esta forma, la rebelión que está naciendo tiene una marcada participación intergeneracional y es permanente por lo que el mensaje de urgencia climática podría llegar al conjunto de la población mundial. Como hemos afirmado en otras oportunidades, esta convergencia puede impulsar una rebelión contra la élite mundial, la que es considerada como incapaz para resolver la crisis.
El patético accionar de los líderes mundiales durante la COP26 no sólo es notorio por la ausencia de muchos de ellos sino también por lo contradictorio de sus mensajes. Es llamativo el caso del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que dos días antes de participar en la ceremonia de inauguración, en la reunión del G20 en Italia, clamó públicamente por el aumento en el uso de los combustibles fósiles para enfrentar la crisis de energía y tan sólo dos días después, en su fugaz paso por la COP26, declaró ante los asistentes que había que cumplir con los Acuerdos de París; los mismos que suponen una reducción de este tipo de combustibles (gas, petróleo y carbón). Tan contradictorio fue su mensaje que, al regresar a su país, tuvo que explicar a la prensa que le había tocado participar en una “ironía” de la vida. ¿Es ironía o hipocresía la de esta dirigencia que no quiere decir la verdad acerca de la crisis climática y el colapso ecológico?
Una reciente investigación difundida por el Washington Post reveló una enorme brecha entre las emisiones que declararon los países y los gases de efecto invernadero realmente emitidos. La investigación que analizó cerca de 200 países señala que no se han declarado entre 8,5 y 13,3 billones de toneladas de CO2 anuales. En este contexto, ¿qué credibilidad le podemos dar a nuestros gobiernos?
Cada día resulta más evidente el fracaso de nuestra generación a la hora de resolver una crisis como la climática que fue provocada por nosotros mismos y que supone, como lo señalan también las filtraciones de los informes del IPCC, la necesidad de cambiar el sistema económico vigente. El cambio del modelo económico ya no es sólo una reivindicación política y social, sino que también es científica. Es una verdad que nadie quiere enfrentar.
Nuestra generación, la nacida después de la Segunda Guerra Mundial, los Baby boomer, entre 1946 y 1965 y cuya edad promedio hoy está entre los 55 y 75 años, fue la generación responsable del auge relativo pero muy significativo del bienestar que goza actualmente el mundo. Lo que no previmos fue que ese crecimiento económico continuo iba acompañado de una expoliación creciente de nuestra naturaleza que ahora nos tiene al borde de la extinción como especie.
Hoy me pregunto: ¿Pasaremos a la historia como la generación que le robó el futuro a las demás? Espero que no sea así…
Por Manuel Baquedano
Presidente del Instituto de Ecología Política
Publicado en Poder y Liderazgo 11.11.21