Hay quienes desprecian lo amargados que somos quienes siempre levantamos la alfombra para que se vea la mugre escondida debajo, quienes somos incapaces de ver algo bueno en nada y siempre le encontramos el lado feo a las cosas.
No saben esos críticos cuánta razón tienen: Es durísimo ser incapaz de disfrutar a plenitud, como todos los demás, momentos como el de la salida de los mineros de su encierro de 70 días. Porque vemos apenas oportunismo allí donde se nos escenifican emociones profundas: Será porque uno tiene el ojo entrenado, pero no sé qué otra cosa, qué ironía puede provocar ver al Presidente cantando el himno nacional con los ojos apretados en lo que parece un llanto reprimido, mientras se ocupa reiteradamente de no despeinarse.
Es terrible encontrarse pensando que toda esta alegría nacional tiene pies de barro, porque los héroes de la jornada son en realidad adalides del modelo de crecimiento que originó la tragedia.
Los amargados no sólo vimos al Presidente, a su esposa Cecilia, a los ministros y funcionarios felices por su éxito, sino que nos preocupamos más por aquellos a quienes no vimos, a quienes dejaron fuera de la fiesta: Los dirigentes sindicales, compañeros de los que estaban enterrados, que año tras año se la juegan porque estas cosas no pasen. Los amargados, recordamos que esta misma semana se anunció que los trabajadores “desvinculados” de la minera San Esteban recibirán sus finiquitos sólo en diciembre, y ni siquiera completo.
Nosotros, los aguafiestas, advertimos que al amparo de la emoción, de la ansiedad, del ingenio de los especialistas y de la solidaridad de clase de los trabajadores, se privatizó veladamente el Centro de Investigación Minero Metalúrgico de Codelco y se aprobó -con el debido apoyo de la Concertación- una nefasta ley de royalty en el Congreso.
Los plomos que escribimos en este tipo de periódico somos incapaces de sentir orgullo patrio mientras observamos cómo, mientras se rescataba a los mineros, se anuncian nuevos despidos en organismos como en el Consejo de Monumentos, donde empezó una huelga semi-clandestina -nadie le da bola- porque de pronto se acabó el presupuesto de honorarios.
Los desagradables no nos conformamos con el súbito olvido de la causa mapuche, que se había convertido en un tema nacional. Criticones como somos, no vemos gracia en que ningún medio se haya percatado de que en Grecia condenaron a cadena perpetua al policía que mató a un adolescente durante una manifestación de protesta, mientras aquí andan libres y en servicio activo los carabineros que han asesinado jóvenes mapuche. Sólo los pesados leemos que a los prisioneros del “caso bombas” les tomaron con violencia muestras de sangre para elaborar un “perfil genético” y que eso suena fascista.
Hay que ser aún más amargado para considerar que a Harold Mayne-Nicholls y a Marcelo Bielsa les están haciendo una formidable guerra sucia porque se tomaron en serio esto de sanear el fútbol.
Cuántas reflexiones y ansiedad le habrán costado al “Capitán Urzúa” la decisión de exigirle al Presidente, ahí sobre mojado, que nunca más ocurran crímenes alevosos como los que precipitaron su encierro forzado bajo tierra. Ese tan elogiado Urzúa, de cuyo padre “fallecido” la TV habla pero no cuenta que era comunista y que fue asesinado por los mismos sectores que hoy apoyan a este Gobierno.
Urzúa, me tinca, es un amargado como yo, que ama la vida pero no es conformista ni se deja embrutecer.
Por Alejandro Kirk
Polítika, primera quincena de noviembre 2010
El Ciudadano N°90