Frente a La Moneda se sientan. Vestidos de negro, rodeados de banderas negras. “En el nombre de los pobres”, les arenga su dirigente. Alzan sus brazos en señal de saludo. Gritan. Se levantan. Reinician la marcha. Son los estudiantes de la Utem, poco más adelante marcha un grupo pequeño de estudiantes del Saint George, entre medio, unos mimos, y una orquesta con las caras pintadas de blanco y vestidos de riguroso negro, con una bandera chilena caída entre sus brazos.
Al llegar a Los Héroes, las chicas y chicos de la Utem se ganan sus puestos cerca del escenario y logran que su dirigente tome el micrófono. La arenga es contra todos. El volumen de los parlantes curiosamente disminuye en ese momento. Los suyos le aplauden. El estrado, poblado de dirigentes estudiantiles y algunos políticos se muestran incómodos.
A la sociedad entera pareciera incomodar la presencia radical de las y los estudiantes de la Utem. No son los de la Confech, tampoco de las PRIVADAS. Son los denostados, los humillados. Son a quienes un Ministro les sentenció con la desacreditación.
Son, como su dirigente dice, las y los pobres de la educación superior. Los que llegaron, los que la hicieron. Aquellos a quienes sus madres y padres les miran con orgullo y cuyos logros evocan el ensueño de salir de la pobreza, de que por fin no se aglomerarán camas en las piezas ni piezas en la casa. El sueño de que por fin habrá al menos una polera nueva en el verano y un traje para la oficina. La oficina, sí. Una profesión, por fin. ¿Un sueño? “Pero lo hizo”, piensa el abuelo, orgulloso del nieto. No cargará la niña con el precio de la humillación cotidiana de un trabajo doméstico. No. Es, será bibliotecóloga, y deberán llamarla señora.
Los sueños de los desposeídos incomodan a la sociedad en general. Es cierto, hay un movimiento estudiantil y el Cruch reclama las mejores porciones de la remesa estatal. Pero las poblaciones marginales están en silencio, nadie sabe de los excluidos del país. Se les intuye en el grito con que las y los jóvenes de la Utem irrumpen en Televisión Nacional. Hay una voz, pareciera, que está hablando con voz propia. Y como las voces que así lo hacen son discordantes, de seguro que no serán parte del concierto de las negociaciones, que en ellas no tendrán micrófono o parlante para vocear sus demandas. Por lo pronto, no hay ministro que se retracte ni autoridad que reconozca la particularidad de sus reclamos.
La fuerza del grito, no obstante, da cuenta de un quiebre más profundo, más fundamental. Es el quiebre de la sociedad chilena y, si no se les oye, si no se les toma en cuenta, si no hay una respuesta sustantiva a los reclamos de las y los estudiantes de la Utem, se seguirá cometiendo el error del que no quisiéramos arrepentirnos después. El grito lo es de los que no están y, de tanto desoírlos, no será que llegue la hora de oírles cuando ya sea un poco tarde.
Por Juan Carlos Skewes V.