Las crecientes y masivas protestas alrededor del mundo, impulsadas por colectivos, agrupaciones y ciudadanos comunes y corrientes, la mayoría sin partido o desencantados de estos, hablan distintas lenguas pero, en la traducción, se repite la palabra “indignados” o la exigencia de “¡democracia real ya!”.
En la histórica Atenas, los “aganaktismeni” (indignados) ocupan la plaza Sintagma, y recorren el barrio de Exarjia, donde hace unos días una bala disparada por la policía acabó con la vida de un muchacho de 15 años de edad.
Ese mismo barrio, por décadas, ha sido escenario de manifestaciones en contra del poder; y también la Universidad Politécnica, a pasos de donde cayó abatido el adolescente, y que en 1973 cobijó a cientos de estudiantes atrincherados en contra de la dictadura de los coroneles.
Soldados fuertemente armados y precedidos de tanques, invadieron, entonces, el Campus, dejando una estela de destrucción y muerte: más de 40 estudiantes fueron masacrados. La radioemisora instalada artesanalmente por los jóvenes transmitió hasta el final, y sus ondas llevaron la voz desesperada de una muchacha que clamaba por ayuda para detener la barbarie. De nada sirvieron sus ruegos. Lo último que se oyó fue el crujir de una puerta derribada por un tanque.
Lo que comenzó en París, hace pocos años, a raíz del asesinato de un joven francés de origen árabe a manos de la policía, y que develó también las pésimas condiciones en que vive la segunda y tercera generación de inmigrantes en Francia, se hizo fuerte a contar de marzo último en Madrid, en Sol, el kilómetro cero de la ira: el movimiento 15-M tiene réplicas telúricas en Europa, Asia, Africa y América.
Lisboa y Oporto, en Portugal, no han sido ajenas al llamado de una generación que se autocalifica como perdida, y cuya edad no sobrepasa los 34 años. En la Plaza del Rossío de la capital lusa, los policías antidisturbios golpearon a diestra y siniestra a los allí acampados, en tanto que en Siria, cuyos jóvenes también se alzan contra un régimen oprobioso, militares dispararon a la masa, dejando un saldo de medio centenar de muertos. Como si ello fuera poco, y para evitar autoconvocatorias, las autoridades de ese país ordenaron interrumpir el servicio de Internet.
Quienes protestan representan, además, un segmento etáreo asfixiado en la incertidumbre, con niveles de desocupación laboral que sobrepasa el 40 por ciento de esa fuerza laboral con formación técnica y universitaria.
En Argentina, Brasil, México y Chile también cunde la rabia. En Santiago y Valparaíso, así como Temuco y Concepción, entre otras ciudades, las sedes de las principales universidades se encuentran tomadas. Miles de estudiantes secundarios y universitarios han salido a las calles desde hace poco más de un mes. El Ministerio de Educación hace oídos sordos a la demandas por una educación de calidad, pública y gratuita, y el ministro Lavín, así como el Gobierno, avalan la educación de mercado.
Ecologistas, pueblos originarios, cesantes, jóvenes y una amplia gama de personas que representan distintas exigencias han sido objeto de dura represión. Y es sólo el comienzo, pues el actual gobierno chileno, cuyo presidente y ministros son empresarios y dueños de grandes fortunas, no cederán sus prebendas. Menos cuando no existe una oposición real de partidos políticos, ya que la Concertación es un muerto caminando.
Quienes están en las calles, en el fondo, simbolizan el hastío y desprecio generalizado contra una clase política miope, corrupta y que no logra sintonía alguna con el pueblo. De allí la indignación.
El clamor de “democracia real ya”, sentó sus bases y marcó un antes y un después en un mundo globalizadamente convulsionado, cuyos detentores del poder no dudarán en utilizar la violencia para proteger sus intereses.
En los meses siguientes, Europa y esta parte del mundo mirarán horrorizados el actuar de los poderosos. Esperemos que prime la cordura, aunque lo dudo.
Por Enrique Fernández Moreno
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