El mesianismo parece amenazar constantemente a Chile. No es una característica que pueda atribuirse, sin más, a sus habitantes en general. Si estoy en lo cierto, proviene de las autoridades. Pero las consecuencias las padecemos todos. Tal vez un psicólogo podría decir que la nuestra es una sociedad bipolar.
Ahora estamos en la etapa de la alegría exultante. El responsable, el Índice de Actividad Económica (Imacec), que constató un crecimiento de la economía del 7,1% en el mes de julio. Tal incremento no se lograba desde 1996, cuando el guarismo fue 8,3%. Y eso bastó para que cayera sobre el país un grueso manto de optimismo autosuficiente. El presidente Sebastián Piñera explicó la Buena Nueva: “La economía está de vuelta, está creciendo con fuerza…de forma sana y sustentable”, sentenció. Más de alguien puede molestarse, porque el gobierno anterior no se dio cuenta que la economía se había ido. Y, por si eso solo fuera poco, en medio de una profunda crisis global. Pero en estos momentos todos los números exudan buenas vibras. Para el 2010 se calcula un crecimiento entre 5% y 6%.
Hasta ahora, uno de los principales responsables de las promisorias novedades es el comercio. Su crecimiento en julio se empinó a 25,1%. Otro logro histórico. Y así seguimos batiendo récord, cuestión que a los chilenos tanto nos agrada. En el segundo trimestre del año, las importaciones subieron en más de un 60%. En general, se trata de bienes como automóviles, computadores portátiles, celulares, televisores, que se adquieren a través del crédito.
Y aquí entramos en otra arista del milagro chileno. La banca que opera en el país se ha transformado en el gran motor de la economía. Más bien, en un implacable dictador. Entre enero y julio de 2010, también ostenta otro récord histórico. Su rentabilidad llegó a 20,3%. Para el superintendente de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF), Carlos Budnevich, se trata de una utilidad bastante razonable. Ni siquiera se extraña de que el diferencial entre las tasas que aplican los bancos para los depósitos y para los préstamos presente diferencias de hasta dos dígitos. Tampoco le parece reprochable que la banca haga diferencia entre grandes y pequeñas empresas. Las primeras son tratadas con créditos preferenciales y a las segundas se les aplican intereses elevados, cuando logran “calificar” para un préstamo. Budnevich parece no estar de acuerdo con un Informe que entregó el Fondo Monetario Internacional (FMI), en 2005. En aquella oportunidad advirtió que la banca chilena presentaba uno de los menores niveles de competencia a nivel mundial. En otras palabras, que no enfrentaba presiones para entregar mejores productos a sus usuarios. Y, por lo tanto, con escasa oferta, éstos tenían que adecuarse a lo que había. Una realidad que llevaba a rentabilidades mayores a la media. Y tal situación sigue vigente hasta ahora.
Con la banca imponiendo condiciones y con el comercio como locomotora, la economía chilena puede alcanzar las cifras anunciadas por la autoridad para este año. Sin embargo, es difícil que logre llevar al país a un nivel de desarrollo, que es la gran meta propuesta. Esta aspiración ha sido planteada por los cuatro gobiernos de la Concertación y también por la actual administración. Claro que los plazos se han ido corriendo. El ex presidente Ricardo Lagos llegó a señalar 2010 como fecha para el despegue definitivo. Hoy, personeros de gobierno de Piñera hablan de 2018.
Todos son anuncios que se dan en el marco de esta aspiración tan mesiánica de hacer de Chile un surtidor de milagros. La realidad que no permite ver la alegría exultante es que el endeudamiento del chileno medio ha crecido de manera exponencial. En 2003, la deuda representaba el 33% de sus ingresos. En 2008, esa cifra ya se ubicaba en 60%. En los últimos meses el fenómeno se ha incrementado.
Si esta realidad es proyectada, queda en claro -como lo señala el periodista Paul Walter, en la última edición de Le Monde Diplomatique– que en el corto plazo el poder adquisitivo de los chilenos menguará de manera considerable. Todo ello como reflejo de que los ingresos han tenido incrementos más bien magros -sólo 0,3% en lo que va del año. Y, en cualquier caso, muy por debajo del nivel en que ha crecido el endeudamiento.
Cabe señalar que este fenómeno es transversal a las clases sociales y no es nuevo. Prácticamente se inicia con la dictadura militar. Cuando ésta decide transformar a Chile en un laboratorio del neoliberalismo. Pero son los sectores más vulnerables los que deben pagar intereses más altos. Las tasas para los sectores de mayor riesgo superan el 50% anual. Y en el caso de las casas comerciales, incluso van más allá.
Si a esto se agrega la exacerbada concentración económica en pocas manos, el panorama es más bien desalentador. Es posible que el país siga creciendo. Pero también es muy probable que sean pocos los que disfruten de enormes ganancias y muchos los que tengan que pagar ese milagro.
Por Wilson Tapia Villalobos