El modelo convencional de producir alimentos en Chile y la ausencia de políticas de desarollo agrícola

El modo de producción agrícola convencional que prevalece prácticamente en el 100% de la superficie cultivada Chilena, es un proceso de artificialización de la naturaleza

El modelo convencional de producir alimentos en Chile y la ausencia de políticas de desarollo agrícola

Autor: Matías Rojas

MundacaEl modo de producción agrícola convencional que prevalece prácticamente en el 100% de la superficie cultivada Chilena, es un proceso de artificialización de la naturaleza. “Modernamente” este sistema de producción de alimentos, ha derivado en la simplificación de la estructura del medio ambiente sobre vastas áreas, reemplazando la diversidad natural por un pequeño número de plantas cultivadas y animales domésticos, destruyendo los equilibrios que pueden mantener una agricultura saludable. Las plagas y enfermedades de las plantas y animales son presentadas como enemigos arbitrarios, implacables, ciegos, que atacan cuando menos se espera y que deben por tanto ser “exterminados” o erradicados en la forma más violenta, fácil, rápida y lo menos costosa posible (esto en términos de dinero).

“La agricultura convencional es poco diversa, simplificada y requiere grandes cantidades de insumos químicos externos. El método científico por disciplinas independientes, nos lleva a estudiar los sistemas agrarios como una caja negra: sabemos lo que entra (insumos) y lo que sale (rendimiento), pero olvidamos lo que pasa dentro y mas allá. La agricultura moderna ha resuelto algunos problemas pero ¿a que costo? En el mundo se emplean más de 2.000 millones de Kg. de pesticidas por año, lo que supone la pérdida de fauna útil y problemas de contaminación ambiental, del consumidor y del propio agricultor” (Altieri, 2010).

La especialización excesiva y la utilización de insumos y tecnologías externas al predio, la pobre integración entre los diferentes subsistemas prediales (silvicultura, agricultura y animales), pérdida de variedades locales adaptadas, la erosión de conocimientos referente al manejo de la biodiversidad local, la degradación de la calidad del suelo y del agua, hacen que las unidades productivas “modernas” sean ineficientes económica y energéticamente, aumentando dicha ineficiencia a medida que pasan los años en producción.

La agricultura convencional que se practica en Chile, implica la simplificación de la biodiversidad y alcanza una forma extrema en los monocultivos. El resultado final es una producción artificial que requiere de una constante intervención humana. En la mayoría de los casos, esta intervención ocurre en la forma de insumos: plaguicidas y fertilizantes químicos, los cuáles, a pesar de aumentar los rendimientos en el corto plazo, derivan en costos ambientales y sociales de magnitudes imposibles de cuantificar.

Características de la agricultura convencional

1.- Utilización intensiva de productos químicos, Fertilizantes y Plaguicidas, basados en energía fósil no renovable (petróleo y rocas fosfatadas por ejemplo).

2.- Utilización de semillas híbridas y transgénicas

3.- Visión del suelo desde el aspecto puramente físico (soporte de las plantas) y químico (nutrientes), descartando la vida que hay en él.

4.- Uso intensivo de insumos externos al predio

5.- Mecanización intensiva (potencia sobredimensionada y de gran peso)

6.- Reducción de mano de obra

7.- Monocultivo, uso intensivo e irracional de los «recursos naturales», suelo y agua, y pérdida y reducción de la biodiversidad

Consecuencias

a.- Mayor inestabilidad, pérdida de la biodiversidad

b.- Pérdida del potencial productivo de los suelos (afectando propiedades físicas, químicas y biológicas)

c.- Emigración rural

d.- Contaminación de alimentos (agrotóxicos), del ambiente (ríos, suelos, atmósfera) y de los trabajadores rurales

e.- Absorción desequilibrada de nutrientes (alimentos desequilibrados nutricionalmente por fertilizar el suelo con pocos nutrientes)

f.- Aumento de los costos de producción.

g.- Aumento de la resistencia de malezas e insectos por el uso indiscriminado de herbicidas e insecticidas.

h.- Disminución de la productividad del suelo por pérdida de materia orgánica y nutrientes debido a la erosión.

i.- Destrucción de la vida silvestre, insectos benéficos y polinizadores.

j.- Agotamiento de las cuencas hidrográficas, usurpación de aguas.

La producción industrial de alimentos fue vendida y “extendida” en Chile por empresas trasnacionales, organismos internacionales, facultades, organismos de extensión públicos y privados, cooperativas agrarias, sociedades de fomento e institutos de enseñanza, diciendo que las semillas híbridas, transgénicas, el uso intensivo de maquinaria agrícola, la aplicación de plaguicidas (insecticidas, herbicidas, funguicidas y muchos más biocidas) y de fertilizantes químicos, eran la única receta para combatir el hambre y la pobreza actual y futura. La excusa del hambre es un argumento muy loable en principio, pero el hambre no es resultado de técnicas de cultivo nuevas o tradicionales, sino de procesos sociales, económicos y políticos.

En este sentido, a las empresas encargadas de proveer insumos sintéticos, siempre les ha preocupado más, tener clientes que compren y no pueblos que coman. En la búsqueda de la productividad y la eficiencia a corto plazo, por encima de la sustentabilidad ecológica, en las últimas décadas, estas prácticas han dejado un saldo a nivel mundial de contaminación y envenenamiento donde el pretendido remedio universal (Revolución Verde) ha resultado ser peor que la enfermedad.

Hoy la humanidad produce más alimento y paralelamente hay más hambre y estamos más contaminados a nivel planetario, lo que resulta en una paradoja, además hay que considerar la pérdida de soberanía alimentaria de nuestros respectivos países, incluyendo Chile. Luego de varias décadas de rápida extensión de los “milagros” de la Revolución Verde, tenemos hoy a nivel mundial, más de 950 millones de personas que pasan hambre en forma permanente, tres cuartas partes son campesinos, productores, campesinos sin tierra y trabajadores agrícolas. Más de 2.000 millones de personas de todo el mundo obtienen su único sustento de la agricultura familiar y la pesca artesanal, para contextualizar, sólo en Chile las familias campesinas son alrededor de 250.000 familias.

El paradigma de la agricultura convencional, nos dice y casi sin alternativas, que no se puede producir sin aplicar plaguicidas, fertilizantes, semillas híbridas, semillas transgénicas, tornándose la producción mundial de alimentos cada vez más dependiente de estos insumos.

El llamado «proceso de modernización» de la agricultura iniciado en la década del cincuenta con base en la utilización de semillas híbridas, plaguicidas y maquinaria de alta capacidad operativa, se continúa en la actualidad con la adopción de los cultivos transgénicos, situación que en Chile es manejada con absoluta prescindencia de la opinión popular, y en total secreto.

Esta agricultura industrializada empobrece y margina a millones de campesinos, productores de todo el mundo, concentrando el control de la producción y de la venta de alimentos en media docena de multinacionales, tornándose en un modelo de agricultura insostenible. Hemos pasado a un modelo agrícola que envenena y agota la tierra y las aguas, consume grandes cantidades de energía fósil, destruye paisajes y diversidad biológica y supone un grave riesgo para nuestra salud.

En Chile, el modelo de producción agrícola existente no es motivo de reflexión, ni tampoco motivo de análisis, en rigor las autoridades ministeriales del sector agrícola, antes de la Alianza, hoy de la autodenominada Nueva Mayoría, se han caracterizado por darle continuidad a este modelo de desarrollo caracterizado por el uso irracional de los «recursos naturales», caracterizado por la privatización de las aguas y por la sobrequimización de los suelos de cultivo, sin considerar las externalidades sociales y ambientales que provocan este tipo de conducta, y decimos conductas, y no políticas, porque si ellas existieran, el centro de la mismas debería estar en la implementación de un modelo de producción agrícola que fuera viable económicamente y competitivo, pero también socialmente justo y ecológicamente más sano.

Hoy la reflexión necesaria acerca de cómo nos relacionamos con la naturaleza en el proceso de producción de bienes alimenticios, brilla por su ausencia, y no forma parte de programa de gobierno alguno, es más, en el último discurso presidencial del 21 de mayo del 2015, Bachelet señaló en relación a la agricultura de exportación, «Pese a las dificultades que ha representado la sequía para la actividad, el 2014 se obtuvieron resultados positivos. Tuvimos un récord histórico en exportaciones, con un monto que bordea los 16 mil millones de dólares, apuntamos a que en los próximos 10 años dupliquemos el valor de nuestras exportaciones alimentarias», por cierto que estas expresiones no se condicen con la necesidad de utilizar el agua de forma racional y democrática, tampoco con preocupación alguna relativa a la preservación de bienes naturales finitos, suelo y agua, en rigor, producir más, sin preocuparse de las externalidades sociales y ambientales que el modelo convencional de producción de alimentos hoy provoca en el medio natural.


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