Por Héctor Tejada, ex presidente Unapyme y ASOF
La actual movilización de característica nacional nace sin conducción política, carece de liderazgo al surgir por autogeneración, aun cuando los eventos que vivimos son expresión política y, por lo tanto, la masa que protesta, haciendo notar su fuerza, expresa su indignación indicando a las jubilaciones, seguridad, salud, educación, endeudamiento, bajos salarios, abusos generalizados en todos los ámbitos, pero sin visualizar la raíz de tanta rabia.
La prensa y los sectores de derecha, incluyendo algunos de centroizquierda, ponen en ellos el acento reduciendo el análisis, se encuentran atrapados por los efectos de su formación intelectual y política que les impide aceptar que estos acontecimientos tengan razones más profundas.
La dictadura, que siempre fue un gobierno de la derecha -nadie podría afirmar que fue un régimen de izquierda o neutro-, pretendió refundar Chile y casi estábamos convencidos, hasta hoy, que lo había logrado.
Sin oposición social, producto del terror generalizado, penetraron las poblaciones con sus alcaldes designados con actitudes generosas, pero siendo implacables en la despolitización del pueblo que transformaron en “gente”; eliminaron la educación cívica que produjo generaciones apolíticas; atomizaron la organización sindical, juntas de vecinos, lo que les permitió convertir los derechos en mercaderías transables en el mercado. La educación, la salud, pasaron a ser bienes de consumo.
Levantaron con fervor religioso el rechazo a la política -y por derivación a los políticos-; demonizaron al Estado reduciéndolo a niveles de inoperancia, traspasando a vil precio las empresas estatales como las de energía, comunicaciones, sanitarias y, por lo tanto, el agua, que era propiedad de todos. Antes un niño nacía en nuestro país con ese activo. Crearon un nuevo código minero que despojó al Estado de la propiedad del subsuelo minero para regalárselo a las grandes empresas mineras. Las pérdidas del país por este concepto suman cientos de miles de millones de dólares. No pudieron, pero no es que no lo intentaran, también privatizar a Codelco. Se crearon las AFP, agencias financieras, que traspasan los dineros de los trabajadores a empresas nacionales y transnacionales a cambio de miserables retornos de sus ahorros llamados “pensiones”. Las grandes empresas se apropiaron, vía pagos a 150 días, de los capitales de las Pymes.
Inevitablemente aparecieron dos países. Uno pequeño, que lo tiene todo, y uno grande que tiene poco, pero que le enseñaron a que podía tenerlo todo y lo endeudaron. Entramos a una competencia irracional de quién tiene más y mejores bienes desechables, a precios más caros que en Europa, generando utilidades insultantes. No contentos con eso, se coludieron.
Planificaron la muerte de la cultura del desarrollo, que se había iniciado en la década de los ’40 del siglo pasado con el lema del Presidente Pedro Aguirre Cerda de “Gobernar es Educar”. Fueron los tiempos de la creación de Corfo, ente estatal responsable hasta 1973 de la industrialización del país, y del Servicio Nacional de Salud. Nuestros profesionales eran educados y formados para el desarrollo, en que no solo lo económico importaba, sino que éste debía estar íntimamente ligado a lo social. Incluso, teníamos una parte importante de la derecha que adhería a estos principios, las Fuerzas Armadas hasta 1973 eran desarrollistas. La Constitución sancionaba esta cultura, la normaba y, en lo principal, consagraba un Estado solidario.
Aparece -entonces- la cultura del crecimiento, este es solo lo importante, el resto es música, ya no solo lo dice la derecha sino que Ricardo Lagos Escobar, Presidente socialista del nuevo Chile que a la mayoría se les impuso y otros entusiasmados la compraron. Aparece la autodenominada “Clase Política”. Los elegimos, pero ellos se sienten UNGIDOS y, por lo tanto, no responden a sus electores y no hago excepciones -aunque existen-, porque todos se sentirían excepciones. ¡La política no es para los comunes, cómo van a llegar patipelados al Congreso! Cómo podrían atreverse, a lo más a ser concejales, sin poder alguno en las municipalidades.
Tenemos que recuperar la cultura del desarrollo, con los avances de estos tiempos. Debemos volver a lo colectivo, a recuperar una sociedad que nos incluya a todos, hay que reeducar y reformar a los profesionales, las universidades tienen que reformularse, toda la educación hay que orientarla a que el país está primero y sin que sea contradictorio decir que ‘mientras más rico es el país, más rico soy yo, y no que mientras más rico soy yo, más rico es el país’.
No es posible superar el actual estado de cosas sin una nueva Constitución construida desde la base sancionada en un plebiscito nacional. No es tarea fácil que el pueblo comprenda el origen de sus males y seamos capaces de darle conducción política al descontento expresado en las calles, el que -a su vez- se manifiesta con desconfianza hacia “la clase política”.
La integración de actores sociales, que permita ampliar el debate, se hace indispensable, y que las organizaciones de base, juntas de vecinos, sindicatos, iglesias, deportivas, políticas, empiecen a reconstruir la red social, con vocación de participación y poder, que es el mandato subyacente en todo este despertar de las mayorías nacionales.