Recientemente, discutí, al calor de los tacos, con el filósofo y especialista en comunicación política Mario Martel sobre la muerte del periodismo. Quizá el picor de la salsa aceleró el ritmo de nuestros ya permanentes y exaltados debates. El intercambio de ideas, en forma de gritos, es una de las maneras más deleitables de sentirse vivo.
Martel escribió hace algunas semanas sobre la muerte del periodismo. En su indescifrable, ocultista e iniciático estilo. El presente texto no busca en ningún momento complementar o abonar a la discusión del suyo. Simplemente, es producto de la necesidad terapéutica de escribir, sobre los tormentos mentales propios, y así desintoxicar las neuronas.
En sentido estricto, el periodismo es la acción de informar sobre hechos noticiosos de trascendencia e interés público. Siendo una de sus hipotéticas cualidades, la aparente imparcialidad y la falsa democratización de los puntos de opinión.
Pablo Iglesias -quien a mi gusto es el mejor comunicador político de habla hispana- lo simplifica de la siguiente manera: El periodismo sobre un hecho “está lloviendo”, no debe narrarse por parte del periodista dando ambos testimonios (de quien dice que llueve y quien dice que no), sino, es su responsabilidad abrir la ventana y corroborar si es que llueve.
El ejemplo anterior es muestra de que el hecho periodístico lo es, en función de su editorial, de la narrativa con que se cuenta. Es decir, la noticia y su impacto es totalmente vinculante a la forma en la que se expone. A la línea editorial de donde emerge.
El progresismo latinoamericano ha experimentado -y padecido- el uso del periodismo como instrumento propagandístico. En las llamadas guerras híbridas, dos son los elementos que han hecho tambalear las democracias progresistas: el poder judicial (lawfare) y la guerra mediática. Actualmente, las balas tienen formas de palabras, y las granadas, forma de encabezados o videos cortos.
En el plano local (Puebla), he tenido oportunidad de entrevistar a influyentes periodistas y de convivir amistosamente con comunicadores -casi históricos- de la Puebla de Zaragoza. En las conversaciones públicas y privadas, el consenso se da en torno a la aceptación de que la imparcialidad periodística es inexistente. De que, hasta el más inexperto reportero, tiende a contar el testimonio de la nota desde su visión ideológica o conceptual del deber ser. Deber ser que no precisamente tiene una relación con el bien social. –Debe ser lo que más me conviene-.
Es en ese lago de conveniencias donde se unen y se separan las motivaciones editoriales. En la que las lógicas comerciales se imponen sobre cualquier otra visión o intención periodística, y la redacción actúa de forma pendular, en donde las casas editoriales o plumas influyentes son superpuestas por sí mismas, con latentes contradicciones de lo expuesto antes. La adulación unísona es parte de las formas sistémicas – vitales, del periodismo.
Esa férrea vocería, que aparece y desaparece al compás del convenio, se nubla en las grandes narrativas nacionales, mismas que son la base de los proyectos locales.
Pensemos en los gobiernos estatales que convergieron con la 4T nacional (el de Miguel Barbosa y el de Sergio Salomón): En ambos gobiernos, reductos importantes de la prensa local, se abalanzaron en elogios, masificando a veces de forma burda las acciones gubernamentales. Y a la par despotricaban sobre las políticas de gobierno del presidente López Obrador. No escuchando -a conveniencia- las múltiples citas que los gobernadores en funciones daban sobre el gobierno federal. Mostrándose en todo momento replicador, a escala local, del mismo.
Sintetizo: el absurdo nace y se observa diáfanamente cuando se elogia a la 4T local y se desprecia a la 4T nacional. Aun cuando los jefes políticos de la 4T local atribuyan sus propios éxitos al movimiento nacional.
El periodismo murió y quedó la propaganda. No está mal. Lo ético sería defender las narrativas editoriales, a partir de una convicción genuina; y no a través del forzado y moldeable elogio.
Es malo el malo, pero es bueno, el que dice que el malo es bueno.
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