Por Jean Flores Quintana
No le convenía a la derecha que la inmensa figura de Salvador Allende, además de héroe para los pueblos oprimidos del mundo entero mientras estaba vivo, sea un mártir caído en combate defendiendo la libertad y la democracia en manos de un ejército miserable, rastrero y servil a los intereses de la clase patronal y la oligarquía financiera norteamericana.
Si fueron capaces de conspirar con el Departamento de Estado norteamericano para desestabilizar al país, matar al general del ejército René Schneider leal a la constitución y bombardear el palacio de gobierno a plena luz del día, evidentemente, manipular la escena del crimen fue el menor de los problemas.
A 51 años de estos hechos es insostenible la tesis del suicidio. No calza ni cuadra por ninguna parte. Excepto, claro, para los golpistas. Elías Canetti, premio nobel de literatura en 1981, dice que la imagen del primer caído y la forma de su muerte puede desencadenar rebeliones y resistencias, o puede decantar en sumisión, vergüenza y resignación.
Primero. Ordenar el patio trasero.
A mediados del siglo XX, George Orwell popularizó la frase: “la historia la escriben los vencedores, que a su vez se encargan de borrar la memoria de los vencidos”
En el caso chileno se aplica a la perfección. La maquinaria de dominación capitalista no solo exporta bienes y servicios; también modelos políticos y económicos. Esto incluye manuales para derrocar gobiernos y tumbar democracias. La Guerra Fría en América Latina significó 14 intervenciones militares contra gobiernos democráticos.
Para el año 1976, todo el conosur estaba bajo dictaduras serviles a los intereses norteamericanos: Chile, Augusto Pinochet; Argentina, Julio Rafael Videla; Perú, Francisco Morales-Bermudez (3ro del régimen militar); Bolivia, Hugo Banzer; Brasil; Ernesto Geisel (4to del régimen militar); Uruguay; Juan María Bordaberry; y Paraguay, Alfredo Stroessner.
Así, proyectos políticos transformadores como el liderado por Allende, que bregaron por la redistribución justa de la riqueza para garantizar derechos esenciales a los sectores populares, encontraron férrea oposición en las oligarquías locales, quienes conspiraron con militares y norteamericanos para quebrar los procesos democráticos en beneficio de sus intereses económicos.
Segundo. El Goebbels chileno.
Tras 24 horas del bombardeo a La Moneda, el encargado de propaganda del régimen, Federico Willoughby, redactó la primera declaración oficial.
«1. A las 13.09 horas de ayer martes, Salvador Allende ofreció rendirse incondicionalmente a las fuerzas militares.
2. Para ese efecto, se dispuso de inmediato el envío de una patrulla, cuya llegada a Palacio de la Moneda se envió retrasada por la acción artera de francotiradores apostados especialmente en el Ministerio de Obras Públicas que pretendieron interceptarla.
3. Al ingresar esta patrulla en La Moneda, encontró en sus dependencias el cadáver del señor Allende.
4. Trasladado al hospital, una comisión médica integrada por los jefes de los servicios de sanidad de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, junto a un médico legista, constataron su deceso y dictaminaron el suicidio».
Los objetivos perseguidos tras estos cuatro puntos fueron anular cualquier levantamiento o resistencia de los sectores leales a la Constitución y al presidente de la República, como adelantaba Canetti. Se buscó desmoralizar a la mayoría popular que depositó su confianza en el proyecto político que lideró Salvador Allende.
Tercero. Miente, miente que algo queda.
El fusil. Algunas de las imágenes que dieron la vuelta al mundo fueron el palacio de La Moneda en llamas, Allende con casco y fusil al hombro capturada por Luis Orlando Lagos, que sería reconocida como la foto del año del World Press Photo 1974, y finalmente el montaje de los golpistas donde el presidente aparece muerto, en el sofá con un fusil sobre su cuerpo, cual si se acabara de quitar la vida.
La narración así quedaba perfecta para la derecha. Allende se mató con el fusil que le regaló Fidel Castro en su visita eterna a Chile. Pero la verdad siempre se cuela por entre las rendijas de la historia. El fusil obsequiado por el líder cubano era un AKMS, no el AK-47 que aparece en la fotografía junto al cuerpo. Tampoco en esa fotografía aparecen restos de sangre propios de un disparo bajo el mentón. Estos dos elementos dan cuenta de una serie de pruebas que constatan la manipulación de la escena del crimen, incluido el traslado del cuerpo del salón Rojo al salón Independencia.
Nadie puede suicidarse con dos disparos en la cabeza de dos armas distintas. El vicepresidente de la Asociación Mundial de Medicina Forense, Luis Ravanal, demostró científicamente que según la evidencia es imposible que Salvador Allende se haya suicidado. Lo que sostiene el experto en medicina forense es que el líder de la Unidad Popular recibió un tiro en la frente a corta distancia, y, estando ya muerto para simular el suicidio, se le propinó otro disparo bajo el mentón. Esta investigación forense que descarta el suicidio de Allende como causa de muerte recibió el máximo reconocimiento en el Congreso Mundial de Medicina Legal en 2014.
«La discrepancia balística era, sin lugar a dudas, el principal elemento de controversia respecto de la existencia de más de un disparo por arma de fuego, distinto al disparo asociado a un fusil de guerra”. “El elemento de prueba de mayor relevancia es el fragmento de hueso que presentaba un orificio de salida redondeado, descrito literalmente como segmento de orificio redondeado, tallado a bisel externo de aproximadamente 2 o 3 cm«. Marín & Ravanal, (2023). Allende, autopsia de un crimen. Ceibo Ediciones.
El general Javier Palacios asesinó a Salvador Allende.
«El general Javier Palacios ingresó por la puerta de Morandé 80. En el segundo piso, fue recibido con ráfagas de metralletas de Allende y de algunos de sus hombres que estaban en el Salón Rojo. En ese momento, Palacios grita a los miembros del GAP que se rindieran y fue Allende que responde gritando: «¡Soy el presidente de Chile y si te crees muy valiente, ven a buscarme conchatumadre!»
Una bala de Allende hiere en la mano derecha a Palacios. Dos militares hirieron al combatiente que portaba metralleta, casco y máscara antigases. Al sacarle la máscara antigases y el casco, reconoce al presidente Allende y fue en ese momento que Palacios saca su pistola de ordenanza y dispara a quemarropa a la cabeza del presidente Allende. Los militares trasladan el cuerpo del presidente Allende al salón Independencia. Comienzan entonces a preparar el montaje para decir que el presidente Allende se había suicidado». Este relato se encuentra en la investigación judicial caratulada como «caso Allende», dirigida por el juez Mario Carroza, extraída por el periodista de investigación Francisco Marín.
Disputar el pasado para construir el futuro
Es necesario reabrir esta discusión, hoy, a 51 años del asesinato del presidente Salvador Allende por la arremetida sin tregua ni cuartel emprendida por los partidos de derechas no solo contra la memoria de Salvador Allende, sino contra los millones de familias que padecieron la dictadura civil y militar en nuestro país. Saber si el presidente Salvador Allende fue abatido en combate defendiendo la democracia y la libertad, o si su muerte fue provocada por un disparo suicida, sí es relevante. No porque una muerte sea más o menos digna que la otra. La causa política, el porqué de su muerte, sigue siendo la misma en ambos casos. Pero el cómo repercute de modo distinto, sobre todo cuando ese cómo es narrado y definido por los agresores y aceptado por los vencidos.
Los voceros de la UDI, RN, Evópoli y Republicanos sostienen —cual si fuera un rezo— que el gobierno de Allende fue el peor de la historia, que no les consta que haya tales desaparecidos, ni tales asesinados, y en último caso, de haber víctimas, fue producto de enfrentamientos entre ellos, o casos aislados de uniformados defendiendo la República del cáncer marxista. Para la derecha chilena, los informes Rettig y Valech son un invento de la izquierda para sacarle plata al Estado. De este nivel de salvajismo político estamos hablando. De partidos políticos, con representación en el Congreso de la República y otras instituciones, que niegan la verdad histórica y manchan la honra de miles de compatriotas.
Durante décadas se ha ocultado la causa de la muerte de Allende mediante el falso estudio de evidencias físicas, la alteración del sitio del suceso, el extravío inexcusable de sus restos óseos, falsos testimonios, desaparición del fusil del presidente y finalmente la imposición -y aceptación- del relato propagandístico de la dictadura por parte de los gobiernos de la transición pactada y la propia familia, con honrosas excepciones como Beatriz Allende, quien afirmó en su histórico discurso de La Habana lo siguiente:
«Vengo a ratificarles que el presidente de Chile combatió hasta el final con el arma en la mano. Que defendió hasta el último aliento el mandato que su pueblo le había entregado, que era la causa de la revolución chilena, la causa del socialismo. El presidente Salvador Allende cayó bajo las balas enemigas como un soldado de la revolución, sin claudicaciones de ningún tipo, con la absoluta confianza, con el optimismo de quien sabe que el pueblo de Chile se sobrepondría a cualquier revés y que lucharía sin tregua hasta conquistar la victoria definitiva».
Las razones de esta disputa necesaria ya las planteó Elías Canetti; el cómo muera el primer caído y la forma en que se entienda su muerte puede ser un llamado al combate y a la resistencia. Por eso cada pista ha sido contaminada, manipulada, perdida o distorsionada en beneficio del relato impuesto: el suicidio.
La muerte en combate o el asesinato a sangre fría del presidente Allende no puede seguir bajo el vergonzoso manto de la impunidad histórica, ni mucho menos puede seguir siendo contada por la derecha asesina y criminal.
Salvador Allende murió en combate en su heroica defensa del Palacio de la Moneda y del mandato que el pueblo de Chile le diera.
Por Jean Flores Quintana
Politólogo