El fantasma de una nueva crisis financiera ronda el planeta. Un temor que se agrega a un panorama mundial que aún no ha logrado salir de los efectos de la crisis anterior, desatada en 2008 en Estados Unidos por la especulación con los instrumentos financieros derivados de las hipotecas subprime. Desde entonces, aun cuando los mercados han vuelto a sus equilibrios, la economía real ha estado golpeando a los trabajadores y ciudadanos a través de altas tasas de desempleo, trabajos precarios y enormes niveles de endeudamiento. Aunque los casos más conocidos son los países del sur de Europa, en el resto de las grandes economías, incluso Estados Unidos, estos efectos también se han hecho sentir.
El gran trance de la década pasada fue remontado con el protagonismo de China. Una nueva vuelta de tuerca a la máquina del consumo que benefició durante varios años a los países productores de materias primas. El alto precio de los commodities por largos años permitió que las naciones emergentes, como el caso de las latinoamericanas, pudieran sortear la crisis de una manera exitosa. En el caso de Chile, que gozó de un precio promedio del cobre sobresaliente durante el inicio de la actual década, permitió olvidar rápidamente tales obstáculos al disfrutar de altas tasas de crecimiento del PIB.
A menos de diez años del colapso de las subprimes, hay señales, esta vez desde China, de serios problemas en la economía mundial. Lo que en estos días parece quedar en evidencia es una economía mundial incapaz de superar los problemas estructurales que condujeron a la crisis pasada. Lo que está expresando el derrumbe de las Bolsas de Valores chinas es una recaída, manifestada en otros mercados, de la economía global. Los países golpeados durante la década pasada nunca lograron levantarse con fuerza como para sostener una demanda persistente en el tiempo.
Señales hubo. Como la fuerte caída que tuvieron el año pasado los precios de los commodities. Desde mediados de 2014 el petróleo cayó a valores inéditos en las últimas décadas, en tanto el cobre, con un poco de menor intensidad, perdía gran parte de los valores alcanzados después de la crisis subprime. Hoy, cuando estallan las Bolsas en China, el cobre está a la mitad del precio logrado entonces y el petróleo marca nuevos mínimos. A diferencia de 2008, esta vez sí la crisis, hasta el momento sin tanto ruido, afecta a las naciones latinoamericanas.
El derrumbe bursátil y de los precios de las materias primas son expresiones del malestar con la economía real china, en franca desaceleración. Si hace décadas el mundo se apoyó en una China que crecía a tasas cercanas al diez por ciento, lo cierto es que una expansión del PIB del siete por ciento, como en 2014, parece insuficiente para mantener los equilibrios necesarios.
El momento actual ha tocado en la línea de flotación de las economías latinoamericanas. Aun cuando no se acerca a la crisis de la deuda de los años ochenta, hay aspectos que son, por el momento, preocupantes. Por un lado, está el efecto directo de la desaceleración china, que es la caída de los precios de las principales exportaciones y de los ingresos de divisas. Ello, a su vez, ha conducido a un fuerte proceso devaluatorio, con complicaciones cambiarias. Aun cuando una moneda devaluada favorece a los exportadores, no lo hace con el conjunto de la economía. De prolongarse y aumentar este proceso habrá alzas en los precios de productos importados o con componentes importados y aumentos en las deudas en dólares.
El otro componente en la depreciación de las monedas latinoamericanas ha sido estimulado por una fortaleza especulativa del dólar. Para los operadores de mercados, es posible un aumento de las tasas de interés en Estados Unidos, rumor que se ha traducido en la apreciación de esta moneda y en el perjuicio del resto de las divisas. En este proceso, que tiene desde elementos de guerras cambiarias, medidas proteccionistas indirectas, caída de precios y componentes recesivos, el riesgo a corto plazo es de una crisis de impredecibles proporciones.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 836, 21 4 de septiembre, 2015