El tapado mexicano

El actual presidente de México echó abajo una tradicional y añeja práctica política, conocida como "tapadismo"; es decir, mantener en secreto los precandidatos oficiales a la presidencia de la República

El tapado mexicano

Autor: El Ciudadano México

Por Enrique Condés Lara

Poco después de que fueran conocidos los resultados de las elecciones federales celebradas el 6 de junio pasado, el presidente Andrés Manuel López Obrador dio a conocer una lista de cinco personalidades que, desde su punto de vista, son los competirán por la candidatura presidencial de Morena en el año 2024. A tres años de distancia de la próxima sucesión presidencial, colocó en la palestra pública a quienes competirán por la preciada nominación del partido oficial, echando por la borda una práctica política de las de 70 años de antigüedad conocida popularmente como “tapadismo”. 

En efecto, ha sido común en México referirse a los precandidatos oficiales a la presidencia de la República como “los tapados”. De hecho, el cartonista Abel Quezada acuñó la expresión en 1957 en el marco de la elección presidencial a verificarse el siguiente año cuando, en la promoción de una marca de cigarrillos, dibujó un trajeado personaje con el rostro cubierto por una capucha con un par de agujeros para ver y, al pie, escribió: “El tapado fuma elegantes”.

Tras la popular expresión de “los tapados”, estaba la facultad meta-constitucional del Presidente saliente para designar a su sucesor. Al acercarse la elección presidencial, dentro del gabinete se iban decantando los posibles precandidatos, a partir de la situación y problemática del país, la correlación de fuerzas económicas y políticas en juego, presiones y aspiraciones de grupos, personalidad de los contendientes, etc.

El Presidente no podía escoger a cualquier individuo (por ejemplo, a su más entrañable compadre, a su mujer o su querida, a un desconocido sobrino o socio, etc.), pero sí decidir quién entre los viables. Finalmente, en un momento determinado “los sectores del Partido”, es decir del PRI, declaraban públicamente su respaldo unánime —destapaban— al elegido, citando una consulta interna de la que nadie tenía el menor indicio.

Para que el mecanismo funcionara era indispensable la más completa discreción, negar su existencia. De ahí la necesariedad de la farsa, del empeño continuado por demostrar:

  • 1. Que el Presidente de la Republica no decidía su sucesor
  • 2. Que todos los miembros del partido oficial tenían las mismas posibilidades de ser candidatos
  • 3. Que la selección del candidato se hacía en el interior del Partido, a través de procedimientos abiertos y estatutarios (Asamblea Nacional), luego de un análisis y de amplias deliberaciones. Se trataba de esconder a toda costa que el Partido estaba subordinado al titular del Ejecutivo Federal, que la designación venía de arriba hacia abajo y que tan sólo habían sido considerados dos o tres integrantes del gabinete.

A partir del destape, arrancaba una gran temporada de teatro político que tenía como escenario a todo el país. A diario se llenaban páginas y páginas de “espontáneas” adhesiones de líderes políticos, funcionarios, gobernadores, intelectuales atinados, dirigentes obreros y campesinos, empresarios, comerciantes, etc.; se organizaban grandes concentraciones públicas donde abundaban las matracas y las serpentinas para “hacer patente el respaldo de las mayorías” a la atinada decisión del Partido; las secciones editoriales de diarios, revistas y noticiarios de radio y de cine resaltaban cotidianamente las hasta poco antes desconocidas extraordinarias cualidades del candidato y derrochaban sesudos análisis sobre la acertadísima selección del candidato.

Pero la supuesta “fiesta cívica” era muy aburrida. Y no podía ser de otra forma porque de antemano se conocía el script que los actores debían seguir. “Lo difícil —aseguraban en los corrillos políticos— es lo anterior, la selección; con las elecciones no hay cuidado, son pan comido”. Tan era así, que con frecuencia “el candidato”, que tenía que asistir obligatoriamente a las demostraciones en su apoyo, ya ni hablaba en los actos públicos, y designaba para que lo hicieran en su nombre oradores conocidos como “jilguerillos”, para quienes era una oportunidad de oro para darse a conocer. Movía a risa cuando “el candidato”, salía con la sobada frase “sí el voto popular me favorece” porque todos sabían que eso estaba ya arreglado también dado que la Secretaría de Gobernación era la entidad responsable de preparar, organizar, realizar y calificar los procesos eleccionarios. Lo único divertido en épocas electorales eran, entonces, los cartones de Abel Quezada sobre “los tapados” y los políticos.

Sin todo ello, en adelante ¿qué vamos a hacer?

Recuerda suscribirte a nuestro boletín

📲 bit.ly/2T7KNTl
📰 elciudadano.com


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano