El tejido de la relación estudiante/maestro en la BUAP

Si hablas de premios también hablas de castigos. Si hablas de verdad también hablas de falsedad. Esta es una de las características del lenguaje descriptivo: la bipolaridad.

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Por esta razón me parece descabellado que al incremento salarial anunciado para los profesores(as) hora/clase (PHC) se le califique de ‘premio’. Es claro que si no obtienes el premio, se te impone un castigo.

Pero esto no es lo único descabellado, también lo es hacer depender este ‘premio’ de la evaluación de los alumnos(as) que califican al profesor(a) cada semestre a través de una plataforma que la administración central de la BUAP se sacó de la manga: el Programa Institucional de Evaluación (PIEVA)

Imaginemos el proceso.

Para abrir la posibilidad de obtener el ‘premio’ el profesor(a) debe ser evaluado por el estudiantado, pero la evaluación que hacen los alumnos(as) no es obligatoria. Ya, desde el principio del proceso, el profesor(a) está en desventaja y es el primer paso hacia una desigualdad cada vez mayor.

El siguiente paso es la calificación misma, que en promedio no debe ser menor a 80, en un rango de 0 a 100. Digamos que según la escala de calificaciones, el desempeño del maestro(a) debe merecer un “muy bien”. Y de aquí se derivan dos posibilidades: o el maestro obtiene el promedio requerido o no lo obtiene.

Luego, el incremento en el ingreso del maestro para ese año lectivo depende de lo que diga el estudiantado y no de las horas trabajadas.

Al maestro(a) hora clase – porque este premio es sólo para el profesor(a) hora clase– se le paga solamente por la hora que dedica a dar la clase. No se le remunera el tiempo para preparar la clase, las tareas, los exámenes, ni a calificar éstos, etc. Aunque esto es de suyo injusto, lo cierto es que los profesores están en las mismas condiciones: cada uno dedica el mismo tiempo que su compañero(a) a dar la clase y cada uno(a) fue contratado(a) porque cumplía con las credenciales para desempeñar dicha labor.

Así, lo más reprobable de la instrumentación de este premio condicionado a la calificación estudiantil es la falta absoluta de respeto al maestro(a). Este condicionamiento al que lo(a) someten lo(a) priva de toda dignidad y autonomía. ¿Acaso no se entiende el principio jurídico-laboral según el cual “a trabajo igual salario igual”?

Más bien, esta medida perversa obedece a los principios netamente utilitaristas, en donde a la administración de la universidad le parece que “cuesta menos” o “es más fácil” o “es más conveniente” poner en manos del alumno(a) la decisión de aumentar el ingreso del maestro(a).

Y lo más grave es que esta medida es un desacato a las normas morales más elementales, pues con ello pervierten la relación Maestro(a)/Alumno(a). Ya no se trata de una relación en la que el alumno(a) valora espontáneamente la formación humana y disciplinaria de su maestro(a), de una relación en la que el(a) profesor(a) valora en su justa medida las retroalimentaciones del estudiantado. Se le ha puesto precio a esa relación y, con ello, los sentimientos de la docencia de ser castigada, de ser remunerada –con sobrada razón– injustamente, ahora se tratan de dirigir al estudiantado.

Así, la administración central se quiere desentender de sus obligaciones: propiciar por los mecanismos debidos que los maestros se desempeñen adecuadamente, garantizar a los alumnos(as) la formación que buscaron al ingresar a la universidad y remunerar como es justo y debido al docente.

Pero esto no es ninguna ocurrencia de la administración, es una medida calculada para incrementar el ya enorme control que ejerce sobre los maestros(as) hora/clase, definitivos o no, ese sector de maestros y maestras totalmente desprotegido.

Y para lograr esto tienen una “fe ciega” en el mercado, como los más neoliberales de todos los neoliberales.

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