Hay ensayos que tienen elementos de anticipación. Hace poco más de 20 años, la ensayista francesa Viviane Forrester publicó un breve texto titulado El Horror Económico, una alerta en pleno desarrollo neoliberal, desmontaje de los aparatos públicos y de seguridad social, sobre los efectos del capitalismo extremo contra los trabajadores. Aquel ensayo hoy se ha convertido en una realidad que bien desearíamos fuera una simple pesadilla. El horror económico de la ensayista es el neoliberalismo extendido como plaga por el mundo.
Forrester visualizó su distopía en una sociedad francesa que iniciaba un sesgo hacia la derecha en los últimos años de Mitterrand. Si aquello era una tendencia ya incorregible en la vieja Europa, en otras latitudes, como el lejano Chile, el capitalismo a ultranza, como ritual y objetivo de vida, ya se levantaba como señal y futuro. El neoliberalismo chileno iniciaba por aquellos años su primera madurez tras los primeros y más traumáticos pasos dados al interior de la cárcel levantada por Pinochet.
Qué pronosticaba Forrester. Desde entonces, una alerta trágica: fin de la protección social, de la estabilidad laboral, precariedad, explotación intensiva, grandes masas de desempleados y subempleados. Todos fenómenos causados por la implantación neoliberal y las desregulaciones laborales y económicas a favor de las grandes corporaciones. La posterior concentración de la riqueza, la creciente desigualdad, la irritación social y la ruptura del sentido de comunidad son, en buena parte, algunos de los efectos de esta última fase conocida de un capitalismo liberado a sus anchas.
La escena que se instala en nuestras urbes, ruidosas, contaminadas y peligrosas, también tiene una estética anticipada desde la literatura. Aquellos mercadillos húmedos y sucios extendidos por kilómetros por las calles de las ciudades latinoamericanas son una representación de las visualizaciones moldeadas por escritores de ciencia ficción del siglo pasado. Estas ferias, que mezclan desde jugos tropicales a sustancias medicinales, vestuario de alta tecnología hasta artículos de inteligencia artificial fueron anticipadas en las obras del maestro Philip Dick y, de forma especial y posterior, en William Gibson.
Tras la imagen, la representación del drama humano. Aun sin incorporar en esta escena el seguro e inminente recambio de la mano de obra humana por vastas aplicaciones de inteligencia artificial, hoy ya tenemos un escenario que honra la anticipación de Forrester: maquilas y hacinamiento, desprotección como uso y norma, inestabilidad y temporalidad, exclusión y precariedad. Pobreza. El desempleo, sus matices y derivadas, que en las economías europeas aún mantiene una red de protección, por estos lados, con gobiernos oficiantes del libre mercado, lo sufrimos sin mallas ni suspensores. Los trabajadores latinos somos equilibristas sobre el vacío.
La extrema concentración de la riqueza tiene diversas causas y factores económicos. Pero su explicación y fuente principal es política. Es el capital y su codicia por rentabilidades sin techo ni freno imbricado con el poder político, las comunicaciones y en la guía del pensamiento hegemónico. En esta condición totalitaria, de adquisición de conciencias y activos, se realiza aquel horror económico.
Los trabajadores chilenos son desde hace años aquellos equilibristas sin red. Funambulistas que terminan su vida laboral en el suelo, en una condición terminal garantizada por las miserables pensiones de las AFP, uno de los correosos brazos de los múltiples que tiene el capital financiero.
Si el horroroso final laboral tiene a la miseria y el hambre como certezas, la larga vida del trabajador chileno se desplaza de manera creciente hacia las calles. La gran empresa, en un proceso constante de reducción de costos, una deriva del bajo crecimiento, ya no requiere de mano de obra por barata que ésta sea. El modelo neoliberal, tan aclamado en este rincón del Cono Sur, ha iniciado una regresión cuyos efectos en pleno camino será el fin de la condición del trabajador. En su reemplazo, seremos más aventureros que emprendedores, cazadores y recolectores; sin duda, sobrevivientes.
PAUL WALDER