Cuando las personas nos comunicamos asumimos cierta base de conocimientos comunes. De otra forma no podríamos conversar. Cuando la conversación se extiende a diálogos de posiciones sociales, esa base de conocimientos se hace más amplia, tiene más interpretaciones y por lo tanto requiere un esfuerzo por precisar el significado de los términos cuya interpretación escapa de lo obvio.
Un país segregado como el nuestro, con una élite que comparte no sólo una posición social, sino muchas veces geográfica y cultural distintiva, permite que las bases de conocimientos sean también segregadas. El conocimiento del lenguaje es parte del ambiente cultural y, por lo tanto, el sentido que adquieren las palabras en una sociedad segregada tiene una relación cercana con la pertenencia o no a ciertos grupos sociales.
Dada la creciente autonomía e independencia social, económica, geográfica y cultural de la clase política y empresarial respecto al resto de la sociedad, es de esperar que sus palabras tengan un significado diferente al del resto de ciudadanos de a pie. A pesar de ello, esta élite no hace esfuerzos por precisar sus significados, y aún más, atribuyen la culpabilidad de la incomprensión a quiénes no les comprenden.
La jerga con la que los políticos de la élite presentan sus proyectos en el área de educación es un ejemplo de esta desconexión semántica. Una de los términos más usados, particularmente por los políticos de corte neoliberal, es “mejorar la calidad”. Antes de continuar, haga el siguiente ejercicio. Llega una profesora a una sala de clases y entrega un papel a cada uno de sus estudiantes. En el papel les pregunta “¿soy yo una buena o mala profesora?” A continuación, les pregunta “¿qué puedo hacer para mejorar?”
Imagine por un momento los resultados de tan breve encuesta en un curso. Luego escálelo a todos los cursos a los que esta profesora atiende. Ahora escálelo a todos los profesores de una escuela. ¿Qué resultados se le vienen a la cabeza? ¿Qué problemas visualiza usted al evaluar a la profesora de esta manera? ¿Se imagina alguna sugerencia para que un profesor “mejore”? ¿Se imagina otra? ¿Y otra? ¿Y qué relación tiene la “mejora” con que la profesora sea “buena” o “mala”?
La simpleza de estas preguntas esconde la complejidad de los significados. A medida que las experiencias se diversifican aumentan las formas de comprender el mundo, y por añadidura las formas con las que se comprende el lenguaje. Por ello, cuando se le habla a un país segregado como cada día lo hacen los políticos, se le está hablando a distintas experiencias de vida y de conocimiento. Se requiere hacer esfuerzos por establecer un ‘sentido común’ respecto a lo que queremos expresar con ciertos términos clave.
Lo que se infiere del último proyecto de ley de carrera docente, enviado por el gobierno al parlamento, es que ‘mejorar’ en educación significa aumentar los puntajes que obtienen los estudiantes en pruebas estandarizadas de conocimiento y ‘competencias’. Una pregunta que le hago a todos quiénes nos interesamos por la educación de Chile es ¿estamos de acuerdo en que ‘mejorar’ es aumentar puntajes en pruebas estandarizadas? Mi impresión es que se genera con esto un bullado espacio de interpretaciones diversas, resultado de la segregación misma que vivimos. Los significados se multiplican y reproducen, son un tumor semántico. Es quizá intencionado, pues ¿quién se opondría al slogan ‘que enseñen los mejores’? Los mejores, se puede inferir del proyecto de ley, son los que obtienen altos puntajes en la PSU. Coincidentemente, los que obtienen altos puntajes en la PSU son en su mayoría de la élite del país. Ergo, que enseñe la élite. ¿Es eso lo que queremos? Yo no. Yo quiero que enseñen los mejores, y esos no están necesariamente en la élite.
La falta de integración social repercute en los supuestos que hacemos sobre el conocimiento de otros. En el caso de la educación, pareciera que el sentido de ‘mejoramiento’ recae en una limitada y estrecha visión no sólo del proceso educativo en todas sus dimensiones, sino también de las aspiraciones comunes de la comunidad colectiva que llamamos Chile. Es la segregación la que alimenta el tumor semántico. Este tumor impacta no sólo el significado de tal o cual término usado en jerga política, sino también el significado de prácticas culturales y morales como el respeto a la vida, a la democracia y a lo que otros piensan. La segregación, por cierto, depende de factores que escapan al control del proceso educativo, y por ello ninguna política educativa impactará por sí sola la decadencia de la vida de desarraigo social que vemos crecer día a día frente a nuestras narices. Si se quiere ‘mejorar’ la educación, quizá sea más razonable atacar la razón del tumor semántico que nos impide conversar de lo mismo: la segregación social.
Por Iván Salinas Barrios
Candidato a Doctor en Enseñanza y Educación de Profesores, Universidad de Arizona, EEUU