La política, como la vida, está regida por el destino, según Nicolás Maquiavelo: lo que se trata en el arte de gobernar es canalizar este torrente que es la vida política. Hasta el último día, víspera de elecciones siempre podría darse un hecho que cambie el sentido de la opinión pública y, por ende, de los procesos electorales.
Los debates presidenciales se hicieron famosos cuando J. F. Kennedy derrotó a Richard Nixon. La historia no se repite, por consiguiente, no ha habido otro debate presidencial en que un candidato termine por enviar a la lona a su rival, pues todos se resuelven por puntos.
Las encuestas de opinión hacen el papel de los horóscopos en la vida de sus consultores: ¿quién no quisiera saber si ganará el loto en la siguiente jugada, incluso si encontrará trabajo, si el año venidero será favorable a sus anhelos? Sin este tipo de predicciones la vida sería insulsa y desesperanzadora. Con la política ocurre otro tanto: aun cuando la mayor parte de los políticos dice no creer en las encuestas – sobre todo si les es desfavorable – al final, se dejan conducir por sus resultados. La ley electoral actual que prohíbe publicar resultados de encuestas está forzando a los políticos en carrera a buscar otros oráculos que, en este caso, pretendió serlo el último debate, realizado el 6 de noviembre último.
En política, la frase de Poncio Pilatos, “qué es la verdad”, tiene más validez que nunca, pues no se trata de la pos-verdad, tan mentada en estos días, sino en la capacidad de enfatizar y comunicar todo aquello que gusta oír el elector, por consiguiente, el uso adecuado de la parábola, de la alegoría, de la metáfora, la frase asertiva, puede llevar a un candidato al triunfo, así días antes las encuestas lo declararan fuera del ring.
Lo más sorpresivo del último foro, organizado e implementado por ANATEL, con la participación de canales abiertos, fue el importante rating de más del 50% de televidentes, lo cual demuestra que, por el contrario de lo que señalan las encuestas, la ciudadanía está interesada en estas elecciones que, desde luego, no significa que la gente concurra en masa a las mesas de votación el próximo 19 de noviembre, pero tampoco excluye que este milagro pueda producirse, (“se han visto muertos cargando adobe”).
Al preguntar a los electores si ya están decididos por alguno de los ocho candidatos a La Moneda, el 8% de los encuestados responde que se decidirá el día mismo de la elección – si es que las frazadas no se le quedan pegadas -, además, hay un alto porcentaje de indecisos, también otros que “manifiestan su intención de votar” cuando, en el fondo, están ya decididos a abstenerse; como bien dice la directora de Latino barómetro, “una cosa es la encuesta de opinión y otra muy distinta, la electoral”; según Marta Lagos, en la encuesta de opinión se dio triunfo a Beatriz Sánchez, pues cuenta con la mayoría en el apoyo de los jóvenes y siempre se ha presentado como una novedad atractiva, pero la realidad es que los jóvenes y las personas de las comunas pobres son las que menos votan.
En definitiva, la abstención es el actor principal en estas elecciones, y es la que define no sólo la representatividad de los comicios, sino también determina quién va a ganar, así como los candidatos a ocupar el tercero, cuarto o quinto lugar…, respectivamente. Por ejemplo, si vota un 75% del universo electoral – como debiera ocurrir en toda elección normal – el resultado estaría por verse, incluso, Sebastián Piñera debiera perder, como tampoco es seguro que, en estas condiciones, Alejandro Guillier pudiera perder el segundo lugar. Si vota sobre el 60%, el que llegue segundo podría ganar a Piñera si logra la unidad de todos los anti-piñeristas. Sólo en el supuesto de que vote el 55% posibilitaría el triunfo de Piñera, incluso, en la primera vuelta.
Los ocho candidatos protagonistas del debate del lunes debieron recurrir a distintas estrategias pugilísticas: Piñera – como siempre, el rey de los narcisos – se siente seguro, una especie de Jesús, salvador del pueblo, hace tiempo viene metiendo la mano en la boca a los ingenuos y despolitizados electores: los ha convencido de que en su gobierno, el pueblo se alimentó de leche y miel, prodigados por él mismo; el país creció a récord nunca vista en la historia política de Chile, terminó con la delincuencia, se eliminó la cesantía y se crearon empleos de calidad, pero llegó el “demonio disfrazado de mujer” y hundió el país, con sus “malditas” reformas sociales en pro de la equidad, y todo lo conquistado durante mi gobierno.
Piñera mira a los “rotos” y a la clase media como tontos y sabe que a ellos les importan muy poco la mezcla entre la política y los negocios, así como La Moneda la convierta en su propia empresa que le da jugosos dividendos y que, incluso, creen que alguno se van a beneficiar; que haya cometido delitos en el Banco de Talca y luego, prófugo de la justicia, a nadie le importa; el que tenga dinero en paraísos fiscales demuestra que es inteligente y sabe burlarse del Fisco. Al fin y al cabo, el 50% de los impuestos corresponden al pago del IVA y el resto lo evaden los más ricos del país. Lo que le conviene al púgil Piñera es repetir dos lugares comunes clásicos: “vendrán tiempos mejores y arriba los corazones”. Mientras más mudo esté y a menos debates concurra – salvo los de ENADE y de Casa Piedra – y lo que le conviene es un estadio sin público.
Guillier, gran periodista y comunicador, ha decepcionado porque justamente, no ha utilizado estas capacidades de comunicador social, que le podrían haber dado el triunfo. Usa un lenguaje académico, muy apreciado por Ricardo Lagos, el “gran docente”, en general de extensos discursos, pero poco útil, pues su objetivo es explicar – el periodista, en cambio, lo hace con frases cortas, pues se trata de explicar, emocionar, convencer y movilizar, que bien elaborados, pero carentes de Pathos.( quien mejor escribe en frases cortas en la lengua española es Azorín)
Los demás candidatos deben buscar, lanzar a la lona, por cualquier medio, a los dos primeros, aparentemente favorecidos en las encuestas, pues se trata de propinarles un certero golpe en la mandíbula, (los médicos dicen que el KO es una muerte momentánea).
Es indiscutible que Marco Enríquez tiene una capacidad comunicativa y dotes histriónicas superiores y es, de lejos, el más instruido y político de los candidatos, aunque tanta genialidad e ideas, programas, preguntas y respuestas, que le salen a borbotones y que, a veces, es un poco difícil seguirlo. Cómo no va a ser genial la idea de suprimir los impuestos a las Pymes, el pago de impuestos a los más ricos que invierten en la Bolsa.
La estrategia de Marco Enríquez es golpear, por igual, a Piñera y a Guillier, tratando de demostrar que es el único que puede derrotar al candidato de la derecha, estrategia hábil si se considera que el porcentaje que no vota por Piñera es de más del 50% del electorado, a quien repudia como virtual Presidente de Chile, y que considera que el rey de “los lugares comunes” nos conducirá por el despeñadero, (el “todos contra Piñera” tendría tantas posibilidades de éxito, como antes, “el todos contra los radicales” y el “Todos contra Ibáñez”).
La estrategia de la controversia puede ser muy útil, como contraproducente en algunos casos, (como lo anoté en el artículo anterior, la controversia fue de gran provecho a candidatos durante el período republicano: Ibáñez contra los radicales, Alessandri contra Allende, Frei contra Allende). La dialéctica de la contradicción sirve para definir el clivaje electoral, es decir, el dilema por el cual debe optarse en una elección, (Enríquez define bien el clivaje, en el sentido del avance de las reformas o el retroceso de las mismas).
La candidata Beatriz Sánchez, según mi opinión, mejoró mucho su discurso, sin embargo, no logra dirigirse y convencer al electorado, es decir, aquellos que dicen no votar o bien, se declaran indecisos, que son jóvenes y habitantes de comunas más pobres y desprotegidas. Si El Frente Amplio se conforma con los izquierdistas convencidos y se conforma con un 8%, no tendrá mejor destino que los candidatos marginales de los partidos de izquierda, en las múltiples elecciones en el período de la transición.
Carolina Goic juega a la candidata no conflictiva y como “la quinta esencia de la ética”, olvidando que su Partido, el democratacristiano, es una agencia de empleos y asaltan el botín del Estado sin problemas de conciencia, (como buenos pechoños, les basta una acto de contrición, con una simpática penitencia de cinco Ave Marías). De perder la mitad de los diputados, la Democracia Cristiana se disolvería yendo, muchos de ellos y con “la frente marchita” a apoyar a Guillier y, otros, desde luego, a Piñera, (a la Democracia Cristiana le gustaría ser un partido de centro-bisagra).
(En este análisis me resta escribir sobre los candidatos de los extremos, tanto de derecha como de izquierda, a quienes me referiré en la siguiente entrega).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
07/11/2017