Dos cosas: primero, es curioso que en la última edición dominical de El Mercurio –ni en el cuerpo Nacional, ni en el de Reportajes– no haya una sola imagen de la Presidenta Bachelet, cuya segura aparición resultaba obvia tras la encuesta Adimark que la lanzó al piso con un 72 por ciento de rechazo; segundo, no fue necesario que hubiera tal imagen. En rigor, la Mandataria sí aparece dando una entrevista en el Cuerpo D. Lo hace a través de su ventrílocuo Nicolás. ¿En qué cabeza cabría la ingenua idea de que un ministro del equipo político, sobre todo en tiempos de crisis, corra con colores propios, echando a correr un mea culpa de semejante magnitud? “La gestión del Gobierno no ha sido buena”.
La entrevista concedida por el ministro secretario general de la Presidencia a El Mercurio, no es una como cualquier otra que denote el consabido ejercicio periodístico de preguntas y respuestas; ella es, cómo no decirlo, una ‘entrevista especial’. Desde ya puede ser leída como una entrevista consensuada entre la Presidencia y el medio: Damos la entrevista, pero nos incluyen un comunicado.
En el fondo, la entrevista al ministro es un homenaje al hipertexto, tras la que subyace una declaración tipo comunicado de prensa, diagramada, incluso, en letra cursiva –comunicado en clave de ‘análisis’, ‘una reflexión profunda, pensada por meses (del ministro)’ según las periodistas Pilar Vergara y M. Soledad Vial–; reflexión, al fin y al cabo, escrita con toda tranquilidad en la víspera, con toda certeza revisada palabra por palabra por varios asesores del segundo piso y hasta del alto cielo. ¿Acaso Bachelet también se enteró por la prensa este domingo que el ministro de la Segpres había recibido al decano?
No es el ministro Eyzaguirre quien habla, es la propia Presidenta de la República la que utiliza la voz de su agente legislativo para manifestar lo que en boca suya, más que mea culpa, sonaría a renuncia irrevocable; Bachelet no delega este mensaje en el vocero de Palacio, quien ha demostrado no tener dedos para tocar ese piano, toda vez que a mitad de semana tuvo que desdecirse luego de las declaraciones del jefe informático de La Moneda, por la suerte corrida por el computador de Sebastián Dávalos, luego de su renuncia en febrero.
“Decidí hablar, porque el país está pasando por un momento muy delicado”, señala el ministro, en su rol de ventrílocuo, bajo el epígrafe “La autocrítica del ministro Eyzaguirre”, frase que no podría sino ser leída desde la dialéctica autoflagelante-autocomplaciente que inmortalizó la Concertación, como autoinmolación de un fiel colaborador que sale a dar la cara ante la falta de liderazgo y el pésimo estándar comunicacional de Michelle Bachelet. En todo caso, bien por la Jefa de Estado, ojalá el Presidente Salvador Allende hubiese tenido esa clase de gladiadores en su defensa, por el contrario, ante los primeros movimientos de tanques en la plaza, muchos huyeron, cuestión que en su momento les valió el desprecio cubano. Incluso, el propio Pinochet hasta hoy sigue siendo defendido por su fanaticada, lo cual podrá gustar o no, pero denota lealtad y consecuencia con el líder.
“Era imposible hacer las cosas bien a ese ritmo” se lee en un subtítulo. Otro: “Caval, el caso más grave”. Bajo éste comienza a chorrear la sangre presidencial, la pena profunda que la tiene devastada. Eyzaguirre (Bachelet) habla de la crisis de confianza: “…la crisis en la que estamos actualmente es Penta, Soquimich y, lo más grave de todo Caval”. Luego se explaya: “La Presidenta era (no dice, es) la líder incombustible. Frente a los políticos, frente a los empresarios que habían cometido abusos, había (¿ya no la hay?) una persona distinta, que era ella”. Hasta que al borde del llanto, es de imaginarse, el hijo de Delfina se manda esa cuña que todo periodista, ávido de golpear a su editor, sale a buscar en cada reporteo: “Lo de Caval es devastador, porque a pesar de que ella es completamente proba, aparece su hijo disfrutando de los privilegios que se trataba de desmontar. El país entonces se queda sin fe”.
Respecto a cómo recuperar la confianza perdida, el secretario de Estado destaca que la ventaja de la Presidenta es que ella no es candidata. “No es un enemigo potencial para los otros que se intentan poner la banda. Contrariamente a lo que se dice, (ella) ha delegado bastante la gestión, la administración en el comité político, nos empodera bastante y está muy preocupada de restituir el clima de confianza y de mejorar la gestión del Gobierno”.
Y ahí viene el mea culpa que añora la elite, el pueblo llano, la prensa sangrienta, el verdadero, el que Bachelet no puede, o no se atreve a confesar frente a los chilenos, pues, de hacerlo, equivaldría a dimitir. “La gestión del Gobierno no ha sido buena. Los problemas que tenemos en salud y en seguridad ciudadana son inaceptables. Inaceptables. Hay que mejorarlos sí o sí”, remata Eyzaguirre a modo de ultimátum.
De perseverar el estilo del ventrílocuo dominical, y de los análisis hipertextuales que enloquecen a estudiosos del discurso, como el holandés Teun van Dijck, habría que preguntarse si será por ese tipo de performance que el país alguna vez se enterará que la Presidenta acabó refugiándose en Caburgua, donde esperará a su hijo mimado para que le expliqué por qué le causó el daño irreparable que la botó del podio de los winners.