Los anales de la República Romana han reservado un espacio minúsculo, pero interesantísimo para un tal Albucio, a saber, ciudadano de Pompeya y propietario de la llamada Casa de las Bodas de plata, donde Humberto y Margarita de Saboya celebrarían sus imperiales bacanales, quien participó en las últimas elecciones que se llevaron a cabo en aquella ciudad antes de que el Vesubio la sepultura bajo toneladas de ceniza.
A pesar de no tener mayor información sobre Albucio no es difícil imaginarle en campaña, recorriendo las calzadas romanas en compañía de una pequeña comitiva integrada por uno que le susurraba al oído el nombre de sus vecinos y otro que les entretenía con su flauta, al tiempo que otros colaboradores, más adelante, daban las últimas pinceladas al grafiti imperecedero en el que aún puede leerse, en grandes letras rojas: “Albucium aed[ilem]”, “[Elegir] a Albucio como edil”.
Podemos imaginarle, también, ataviado con la típica toga blanca que los postulantes a algún cargo público usaban para causar una buena impresión a sus conciudadanos. En la cultura romana, la llamada toga candida estaba íntimamente asociada a la honorabilidad; tal atuendo sugería, para Horacio, que su portador era “verdaderamente bueno” y para Cicerón, que “no tenía nada que ocultar y ofrecía su pecho desnudo a la opinión pública”, y que “sus manos estaban limpias, su corazón era puro y su vida, intachable”.
Los candidatos, se observa, entonces, representaban los más elevados valores de la sociedad romana; su mera manifestación de intenciones implicaba, en consecuencia, compromisos sociales relativos a la integridad personal, a la valentía cívica o a la vocación de servicio así como al respeto a las costumbres, a las leyes y a las instituciones republicanas que, tras siglos de abaratamiento de la política, hoy podrían parecernos extraños.
Los candidatos que próximamente asomarán sus enormes cabezas por las ventanillas de los coches y descargarán su aliento mentolado sobre los sorprendidos conductores antes de intentarse en la negrura de una junta auxiliar por la que no ha pasado ni Júpiter no son muy distintos de los antiguos romanos; como aquellos, nuestros políticos asumirán, de antemano, compromisos sociales similares y, como aquellos, deberán comportarse a la altura del honroso (y muy bien remunerado) cargo que buscan desempeñar.
Inaugurados los juegos del hambre, concluyó, bien harían quienes tengan el privilegio de ser sus protagonistas en evitar las prácticas que rebajen el oficio del político y abrazar aquellas que lo ennoblezcan y (re)dignifiquen.
Foto: Archivo El Ciudadano
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