El día de hoy me he enterado del fallecimiento de Don Iván Ramón; chamán popular, cuya historia de vida se fue mitificando en las letras de Jacobo Grinberg.
Don Iván, pariente de la gran María Sabina y aprendiz de Doña Pachita, vivió como uno de los pocos Chamanes contemporáneos que mantenía en su desarrollo energía pura y misticismo propio del hombre milagro.
Conocí a Don Iván por recomendación de un gran amigo.
Lo visitamos en su domicilio y me consultó debido a una gran carga de tristeza que tenía yo acumulada en el estómago, dado el fallecimiento de mi padre y en ese momento la gravedad de la enfermedad de mi mamá.
Me consultó, me habló, me curó.
Su casa, convertida en templo, en la avenida ferrocarril de Cuernavaca de la colonia Lomas de Hidalgo, guardaba -reitero- un misticismo abrupto.
La humildad y sabiduría de Don Iván se tejía y entregaba en cada una de las palabras, que lentamente arrojaba -con sencillez- de su boca.
Siempre guardaré conmigo un exhorto puntual, que Don Iván invocó para enfrentar las adversidades y contradicciones que se desarrollan en la ordinaria vida.
“A esta vida venimos a aprender a no sufrir». Sentenció aquella ocasión con firmeza y dulzura. Como si padeciera yo de una inocencia innata, que me impidiera comprender aquella profunda incitación.
Gracias Don Iván, por ser ejemplo de que los grandes hombres y las grandes almas trascienden cualquier abismo de interés superficial.
Gracias por la paz y el alimento, aquél que no se mastica, pero que llena el espíritu.
Nos volveremos a encontrar, viajeros del espacio, viajeros del tiempo.
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