El Presidente de Chile, Sebastián Piñera, sostiene a veces encuentros con los corresponsales extranjeros para comentar temas de su elección. Es una buena idea: Él introduce un tema y luego responde preguntas. Al contrario de lo que se pudiera pensar, los corresponsales son casi siempre amables y obedientes con el protocolo, así que no hay sorpresas.
La falta de sorpresas, que no es culpa del Gobierno, torna eventos como éste en ejercicios unilaterales, en que una de las partes escoge el escenario y los términos, y la otra se limita a seguir instrucciones. Tengo la impresión, imposible de corroborar, de que además se toma cuidado de que quienes pudieran dar una sorpresa se vuelvan invisibles cuando levantan la mano.
Y hay una precaución adicional: todo es off-the-record. O sea, si llega a surgir una noticia, no se podría publicar con fuente; y se sabe que una noticia sin fuente no es sino un rumor. Esto tampoco es culpa del Gobierno: Son los periodistas extranjeros quienes aceptan, aparentemente de buena gana, tales condiciones.
En preparación del aniversario del terremoto del 27 de febrero se realizó uno de estos encuentros, en donde el Presidente hizo un resumen de los grandes logros del Gobierno en materia de reconstrucción. No lo puedo citar, pero no hace falta: Todo lo que dijo está casi exactamente igual en un “resumen ejecutivo” publicado por el Ministerio de Vivienda.
Tal vez sí se me permita revelar lo que no dijo: No mencionó los 500 mil nuevos pobres, ni reconoció atraso alguno. En este punto, él y la ministra de Vivienda Magdalena Matte dijeron, al pasar, palabras que podrían resultar reveladoras acerca de su idea de la magnitud del impacto social del terremoto y de la importancia que le dan a las cerca de 450 mil personas que viven en chozas de 18 metros cuadrados, sin aislación térmica, ni baño ni agua.
Es aquí que uno comienza a calibrar la importancia del off-the-record. Los estadounidenses lo inventaron para manipular. En los años ’80, durante la agresión lanzada por Estados Unidos contra Nicaragua, Elliot Abrams, secretario de Estado adjunto para América Latina, se reunía con los corresponsales de Naciones Unidas en briefings. Casi todo lo que decía Abrams era mentira, como quedó comprobado después. Le atribuía a los sandinistas las actividades que la CIA y sus mafiosos de “la contra” realizaban desde Honduras contra Nicaragua: Masacres a campesinos, terrorismo, tráfico de drogas, minado de puertos y otras especialidades de la política exterior. La mayoría de los corresponsales, feliz, difundía todo eso porque parecía fruto de meticulosas investigaciones y contactos confidenciales de alto nivel, y la fuente era intachable.
Otra forma de hacer esto es enviar funcionarios a contar “secretos” a los periodistas, como si fuera una conversación privada. Así descubren rápidamente a los más ávidos de parecerse a los periodistas de las películas, y les dan cuerda. En Argentina, este procedimiento de inteligencia se conoce como “carne podrida” y en Chile se usa sin asco. Un ejemplo: Las versiones “confidenciales” de fuentes policiales y judiciales sobre los sofisticados métodos terroristas atribuidos a los comuneros mapuche. De este método surgió en Estados Unidos una serie de notas “exclusivas” publicadas por The New York Times, que “demostraban” la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Como se sabe todo era falso. La autora de estos trabajos, Judith Miller, es ganadora de un Premio Pulitzer, y fue clave en ganar apoyo del público yanqui para la invasión de ese país en el 2003.
Lo extraño del caso criollo, es que sea el mismísimo Presidente quien haga el briefing, ante unos cien periodistas que él no conoce. Con plena sinceridad, no puedo afirmar que Piñera intente manipular; si lo hace no se nota, pero igual está prohibido contarlo.
Por Alejandro Kirk
El Ciudadano Nº97, primera quincena marzo 2011