Hace algunas semanas atrás el Colegio de Ingenieros dio a conocer un estudio elaborado por Fernando Sierpe, Alvaro Covarrubias y Luis Jobet titulado “Programa de Desarrollo de Centrales Nucleares en Chile, 2009-2030” el que busca, según palabras del presidente de dicha asociación gremial “contribuir al mejor conocimiento de los beneficios que ofrece la energía nuclear.
Sin embargo, curiosamente, en su capítulo 6 “Localización de sitios para el emplazamiento de plantas nucleares en Chile”, los criterios de selección comienzan con “zonas de baja densidad poblacional” y “lejos de zonas densamente pobladas”. Es decir, nuevamente el centralismo impone su tesis de que todo lo que sea peligroso o tóxico debe ir a parar a comunas pequeñas y pobres, pese a todo lo inofensiva que se nos dice que es la energía nuclear.
Entre las zonas sugeridas por el estudio para instalar cuatro reactores está una franja de territorio que va desde un punto a 40 kilómetros al sur de San Antonio y no menos de 120 kilómetros al sur de Santiago. Por cierto, dicho estudio recomienda que sea una zona costera para aprovechar el agua de mar como refrigerante.
El estudio muestra varias fotos de centrales instaladas en diversas partes del mundo, algunas de ellas cerca de lugares considerados turísticos, como una forma de convencernos de las bondades de la energía nuclear. Poco o nada dice sobre los costos y riesgos que ella implica, especialmente pensando en que el uranio enriquecido que las plantas usan no se puede eliminar y es altamente tóxico, ni sobre la condición sísmica de nuestro país.
A propósito de este debate nadie parece haber recordado la tragedia de Chernobyl, producida en 1986, en Ucrania, aquella explosión de una planta nuclear que liberó 500 veces más energía que la bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki y que significó, aparte de las muertes inmediatas, que más de 130 mil personas debieran ser evacuadas en 155 mil kilómetros cuadrados.
Nadie dice que hasta el día de hoy casi dos millones y medio de personas, medio millón de ellas niños sufren las consecuencias de su exposición a la radiación. Las cifras de cáncer, leucemia, problemas a la glándula tiroides y al corazón, al sistema endocrino, respiratorio, inmunológico e intestinal, así como la aparición de cataratas, hidrocefalia y la detección de entre mil y tres mil defectos congénitos.
Por eso, quienes no queremos que se siga hipotecando el futuro de la provincia de San Antonio y se siga consolidando la práctica gubernamental de considerarnos el patio trasero de la región, nos oponemos a la construcción de una central nuclear. Porque no significará puestos de trabajo, no mejorarán las condiciones de vida de la mayoría y, más encima, estaremos expuestos a riesgos hoy inimaginables.
Por lo demás, también hace poco se dio a conocer el resultado de un estudio realizado por una consultora inglesa, con financiamiento del BID y a petición de la Comisión Nacional de Energía de Chile, que revela el enorme potencial que tiene nuestro país en la energía que producen el mar y las olas. Dice el estudio que si Chile utilizara solo el 10% de ese potencial que está entre la V y XII regiones, generaría más energía que la que hoy hay en todo el Sistema Interconectado Central. Y entre las zonas donde hay mucho potencial de esta energía está la zona de San Antonio.
Para quienes apostamos a un desarrollo sustentable para el país, la energía nuclear es la peor opción, por cara y peligrosa. Generar energía mareomotriz es mucho más barato y rentable desde todo punto de vista. Si de lo que se trata es de generar energía limpia y no de subsidiar los negocios de empresas francesas y rusas que han visto cerrarse mercados en los países de Europa que viene de vuelta y están abandonando la energía nuclear, la alternativa para San Antonio, la región y el país está clara: energía mareomotriz.
Sería bueno que en lugar de los dinerales que se están gastando en el sector público y privado para tratar de convencernos de las bondades de la energía nuclear, se utilizara parte de ellos en apostar al turismo, a recuperar la actividad pesquera artesanal, al desarrollo de un ambiente urbano cultural que forma parte de la historia de Chile y a la construcción de instituciones de educación superior que potencien el futuro en nuestra ciudad y provincia.
No queremos ser el Springfield de los Simpson, y menos aún queremos ser Chernobyl. Por eso, a quienes andan promoviendo instalar reactores nucleares en San Antonio les decimos fuerte y claro: ¡¡¡energía nuclear NO, gracias!!!
por Cosme Caracciolo