Entre el Nunca más y El derecho de vivir en paz. Hacia una educación sin uniformidad

Una nueva conmemoración del 11 de septiembre se acerca

Entre el Nunca más y El derecho de vivir en paz. Hacia una educación sin uniformidad

Autor: Carlos Montes

Una nueva conmemoración del 11 de septiembre se acerca. Un día oscuro para la democracia, para la Política con mayúscula, un atentado contra la cultura y contra el horizonte utópico de los derechos. Les recuerdo, no es el día en que comienza el desarrollo económico de Chile, en que se empieza a superar la pobreza, en que se logra vencer el analfabetismo (a propósito del día internacional de la alfabetización, un 08 de septiembre, la cual también es digital en el siglo XXI) o en el que se evita una catástrofe para el país.

Durante décadas he tenido que escuchar que gracias a la dictadura hemos superado todo lo descrito en el párrafo anterior, como si cualquier porcentaje o indicador numérico de color azul pudiese borrar la tortura, la desaparición forzada o los ejecutados políticos. Nada puede justificar que el Estado perpetre tales atrocidades. Y, recuerden, como dije hace unos días, soy independiente pero no neutro.

El Estado tiene la obligación ética y jurídica de garantizar los derechos de todos, todas y todes, sí todes, aunque la tradición conservadora de la academia lingüística crea que la “e” no enriquece nuestro lenguaje. Yo me pregunto si acaso todos los grandes cambios se logran de la noche a la mañana y sin detractores de por medio.

La discusión mediática por El derecho de vivir en paz no debe quedarse en una mera lucha sobre el populismo o sobre el patrimonio cultural que no tiene dueños. La decencia de la dignidad humana no puede permitir, nunca más, que en el nombre del desarrollo y estabilidad de un país se ejecute a un artista por cantar desde la disidencia política hacia la hegemonía y tiranía de un sistema opresor de las libertades fundamentales. El significado simbólico que un pueblo le atribuye a las letras de una canción también es patrimonio, inmaterial y vivo en cada voz al son de una cacerola. No se pide respeto en nombre de una ideología contraria, se pide respeto en nombre de una memoria.

Para que nunca más se tenga que exigir el derecho de vivir en paz, se vuelve urgente una educación en derechos humanos. Donde la diversidad se vuelva un tesoro y una riqueza intangible. Donde las artes y humanidades tengan cabida, donde la dignidad se vuelva algo curricular y no una resistencia cultural. El negacionismo ha intentado ocultar esta necesidad imperiosa de establecer cimientos de un respecto irrestricto por nuestros derechos.

Una sociedad que rinde homenaje a la uniformidad no madura, se mantiene en la infancia que no tiene voz, que no tiene opinión, que no tiene reflexividad crítica, que no se cuestiona sobre los temas centrales y de fondo. Genera tortura en nombre de la obediencia jerárquica, batallas campales en nombre de una camiseta de fútbol, represión y fuerza desmedida en nombre del orden público.

Los uniformes en el sistema escolar son el residuo de un modelo al que le acomoda el silencio y la estandarización. Un modelo al que le incomoda la diversidad de colores y de expresiones de una identidad en construcción. Escudarse en que el uniforme aliviana la tarea de vestirse día a día o que ayuda para no visibilizar las diferencias socioeconómicas para evitar actos de discriminación, no favorece la discusión sobre lo importante.

Lo que hay que erradicar no es la diversidad de marcas sino la uniformidad de ideas. Hay que educar en derechos humanos para que no exista discriminación por la ropa que usas o por el color de vestimenta que escoges. Como las mujeres no tienen que dejar de usar minifaldas, sino que los hombres tienen que dejar de mirar para abajo sin pedir permiso ni como si fueran objetos. Como los y las asistentes deben dejar los uniformes mientras sus jefaturas visten como deciden. Como las asesoras del hogar deben dejar de usar el delantal para salir a la plaza con los niños y niñas. Como el profesorado debe dejar de firmar contratos donde se les obligue a usar la cotona. Como las vestimentas tradicionales de los pueblos deben dejar de usarse como pijamas o disfraces desde el más puro sentido de apropiación cultural.

Nunca más un uniforme debería usarse para preservar la paz, sino que deben dejar de existir las guerras, las dictaduras y las discriminaciones. El derecho de vivir en paz es el derecho de educar para la diversidad y no para la uniformidad.

Juan Alejandro Henríquez Peñailillo

Profesor de Filosofía

Integrante de www.reedh.cl


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