Entre transiciones y Revolución en Oriente Medio

Otra vez más somos testigos de momentos históricos extraordinarios en que el orden establecido tambalea bajo la arremetida de una voluntad colectiva impetuosa que ya no aguanta más seguir viviendo de la misma manera

Entre transiciones y Revolución en Oriente Medio

Autor: Director

Otra vez más somos testigos de momentos históricos extraordinarios en que el orden establecido tambalea bajo la arremetida de una voluntad colectiva impetuosa que ya no aguanta más seguir viviendo de la misma manera. Es cuando los dueños del poder, de los privilegios y de la riqueza no pueden seguir gobernando como antes. En estos cortos períodos los poderosos y sus aliados globales temen que en el fragor intenso del conflicto lo imposible ocurra. No sea cosa que el poder vaya a cambiar de manos, de lado, de clase, de perspectiva. Son días en que la crisis política campea en la sociedad toda. Ahí vemos cómo las elites dominantes y sus dispositivos de comunicación se ponen en estado de alerta. Los agoreros del caos saben que para que vuelvan la “calma y la estabilidad”, además de utilizar los mecanismos represivos, no hay que perder la guerra por el control de las mentes. Y, sin embargo, por largos momentos, la pierden.

En Egipto, el Estado suspende el flujo libre de información. Interrumpe el servicio Internet y la telefonía celular para impedir que los ciudadanos insurrectos puedan comunicar sus iniciativas y darse puntos de reunión para organizar marchas y manifestaciones masivas difíciles de reprimir. En estas situaciones de emergencia el contenido de los mensajes del poder está impregnado de amenazas, chantaje y seducción; junto con promesas de medidas cosméticas imposibles de cumplir.

Pero el régimen no pudo impedir que las imágenes de rebelión enviadas desde Egipto por la cadena televisiva quatairota, Al Yazira, fueran vistas por todo el mundo árabe generando así un clima de efervescencia social.

Mientras la consigna ¡Mubarak fuera! era voceada por la muchedumbre, el dictador en su último discurso prometió empleos al pueblo y a la juventud egipcia en abierto estado de movilización para derrocarlo. El cambio de gobierno anunciado el lunes pasado no convence a nadie. Los egipcios exigen un cambio de régimen. Para mostrar su decisión, los manifestantes destruyen los símbolos políticos de la autocracia partidaria (la sede del PND (1), desarman las fuerzas policiales y las milicias e intentan fraternizar con los soldados del ejército egipcio. Pero construyen nuevos como la plaza Tahrir (de la liberación). Lo hacen con ira y resolución puesto que saben que es imposible que sus demandas socioeconómicas sean satisfechas sin el cambio de las autoridades actuales que se sometieron voluntariamente a las políticas económicas del Fondo Monetario Internacional. El FMI es responsable, como en Túnez, de imponer planes de austeridad y recortes presupuestarios que han generado desempleo y precariedad en las mayorías.

Es el común denominador de estas insurrecciones de masas que sacuden al Oriente Medio: son una respuesta de los sectores populares a las ofensivas neoliberales aplicadas por las elites políticas y las oligarquías dominantes bajo la presión de los poderes económicos mundiales.

Tanto en Túnez como en Egipto y quizás luego Marruecos, estamos en presencia de rebeliones contra el desempleo, la precariedad; pero también contra las humillaciones cotidianas, la dictadura, la corrupción organizada por el poder y el nepotismo. En las innumerables acciones precursoras de las masas tunecinas hubo siempre dos reivindicaciones que se expresaron con nitidez: trabajo y libertades, como únicas garantías de un cambio posible.

En realidad, son tiempos de inestabilidad con perspectivas revolucionarias. Precisamente porque las estructuras sociales pueden ser desmanteladas por el empuje de la actividad de cientos de miles de sujetos movidos por un único impulso: aquél que viene del deseo de liberación social, política y económica. Es la Razón que recorre el mundo moderno, decía G. F Hegel. Tanto en el siglo XX como en el XXI los tiempos de revoluciones son tiempos cortos, intensos e intempestivos de choque entre proyectos de signos diferentes con cambios bruscos de las correlaciones de fuerzas entre clases, fracciones de clases y actores políticos claves.

Para otros es el tiempo de las llamadas “transiciones”; las liberales y “posmodernas”, que además de torcer y cercenar el potencial de cambio quieren imponer el “fin de la historia” según los cánones de las oligarquías globales.

Después de las transiciones de los ochenta; las griegas, españolas, filipinas y chilenas, vemos que estos procesos políticos cupulares son imposibles sin su dosis de maniobras, traiciones y consensos entre interlocutores “válidos” cuyo objetivo es excluir y deslegitimar las demandas del actor social popular; de los movimientos ciudadanos o de las muchedumbres y de las clases explotadas.

Cabe señalar que en el Chile de hoy hay militantes políticos inteligentes que recién se despiertan de la pesadilla. Y sólo ahora, después de la debacle, parecen medir en su real dimensión lo que significó para el ideal ciudadano la transición pactada entre el Estado Mayor concertacionista y el personal político de la dictadura (la derecha en el poder con Piñera). Fue así como se amarró y consolidó desde arriba una institucionalidad que ahoga y estrangula a la democracia chilena y que hoy le permite al bloque dominante profundizar el neoliberalismo (2).

Lo mismo puede suceder en Oriente Medio y en el Norte de África.

En Túnez y Egipto, como antes en otras naciones y sociedades, el tiempo político se comprime y acelera. Así es como el acontecimiento imprevisto genera nuevas condiciones. Estas están siempre abiertas a la acción humana.

Tanto mejor si entre los que luchan por un mundo mejor hay un buen número de militantes organizados que además poseen la capacidad de dirigir por medio de la propuesta política y la acción concertada el curso de los acontecimientos. Si tienden unidos y disciplinados hacia objetivos validos y universales a los cuales hay que darles siempre un contenido concreto y real: programático para la ocasión; pero con objetivos claros en conjunción y abiertos a un futuro posible.

A riesgo de redundar. En estos momentos de vorágine social, se constata la necesidad de un colectivo dotado de un pensamiento estratégico (de una teoría del cambio social) que fruto del estudio de las posibilidades reales que se ofrecen a la acción sepan tensarlas con el fin de superar el estado de cosas vivido como insoportable en las conciencias y subjetividades. Para sentar las bases de una sociedad más justa, solidaria, igualitaria y libre de explotación.

Según esta concepción de la acción política, para construir una democracia real no se requiere del líder providencial, populista y carismático sino de mayorías decididas que renuncian a ser la parte excluida y que se plantean ser el todo. En tales coyunturas la intuición cuenta, pero lo más importante es la capacidad de liderazgo colectivo así como de pre-ver con hipótesis estratégicas las movidas de los actores y de sus intereses tanto en el plano nacional como internacional. Porque es en esos momentos neurálgicos cuando las alianzas se precipitan y los compromisos se anudan para escamotearle el poder transformador y creativo a los ciudadanos.

Pero es también cuando se comprueba de manera pragmática que nada estaba moldeado en concreto armado. Que todo puede de-construirse y construirse y que poder organizarse es ya poder para ejercer el Poder. Si algunas condiciones no existían o no fueron creadas, es importante entonces registrar las falencias para estar mejor preparados para la próxima oportunidad. Esta una concepción humana de la historia y de la política en marcha donde la acción colectiva es decisiva y a veces camina a contrapelo. Por lo mismo, hay que estar preparados.

La onda expansiva que tuvo su centro en Túnez y que incendia a Egipto pilló por sorpresa a moros, judíos y cristianos. ¿No fue desde el Cairo donde al comienzo de su mandato (2008) el presidente Barak Obama dirigió su mensaje al mundo árabe? ¿No fue aquel discurso un espaldarazo del imperialismo al aliado político árabe, el dictador Hosni Mubarak, que gobernaba desde hacía 27 años?

En Egipto y Túnez, los actores centrales hacen lo mismo que en el Chile de los ochenta: buscan fórmulas de recambio para promover reformas con miras a detener el potente movimiento de rebeldía de masas y mantener el sistema de privilegios. Hay quienes ven al Ejército egipcio como el verdadero centro de poder. Otros aseguran que Mubarak lo domesticó hasta transformarlo en una casta militar clientelista que vive de los privilegios y prebendas. Pocos creen en la presencia de algunos oficiales nasseristas (3) dentro del ejército. Pero por el monopolio ejercido sobre las armas, el ejército egipcio es más que un árbitro en un momento incierto. Es un actor de peso en la balanza del poder.

La tercera vía entre el régimen actual de Hosni Mubarak y los Hermanos Musulmanes, por la que Occidente se jugaría, es la que representa el funcionario de la ONU y premio Nobel de la Paz, Mohamed El Baradei.

La incógnita es la poderosa organización de los Hermanos Musulmanes, considerada la principal fuerza de oposición (tiene el 20% de apoyo de la ciudadanía). Sin embargo sus consignas no se escuchan en las marchas multitudinarias (4). Recién comienzan a salir de las mezquitas. El movimiento democrático que tomó de sorpresa a los líderes religiosos cuenta con comités populares que impiden la infiltración de la policía entre los manifestantes informan periodistas de la prensa occidental.

Egipto, con 80 millones de habitantes, es pieza clave en el dispositivo geopolítico imperial en Oriente Medio: el segundo país después de Israel en cantidad de ayuda norteamericana (5). Y sin embargo … se resquebraja bajo el ímpetu popular y el malgobierno. No es Túnez. Pero las masas tunecinas demostraron al resto de los ciudadanos de los países árabes bajo la dominación de castas, dinastías y dictaduras apoyadas por Estados Unidos que un pueblo armado sólo con su coraje y voluntad es capaz de expulsar a un dictador. El fervor político laico también es contagioso.

Hoy, además de Egipto y Túnez, también tiemblan y se resquebrajan los regímenes de Jordania, Yemen, Argelia y Marruecos. La estrategia del imperio y las políticas económicas neoliberales del FMI y del Banco Mundial así como la hipocresía de Occidente han quedado al descubierto y son mostradas con el dedo (6).

Si bien hay un modelo general que se desprende de las luchas contra las autocracias neoliberales, cabe reiterar que cada contexto nacional es histórico. ¿Por qué no buscar fórmulas y modelos institucionales que corresponden a cada nación y que se inspiran en su historia? Instituciones alternativas, populares que podrían garantizar el respeto y la aplicación de los derechos colectivos y que además eviten las trampas de los modelos de regímenes occidentales representativos, liberales y elitistas funcionales a las oligarquías y a sus intereses.

En Egipto, los periodistas informaban que en las manifestaciones los afiches con retratos del líder nacionalista Gamal Abdel Nasser y las del Che Guevara eran portadas por jóvenes, oficinistas y por hombres y mujeres vestidos con la larga túnica tradicional. La cultura de la rebelión global es híbrida. Muchos símbolos son compartidos.

Dato clave. Egipto es el primer país donde el Estado ha interrumpido por un día los servicios Internet y de telefonía celular. No tanto para aislar al país del resto del mundo, sino para impedir que su uso sirva para que las masas de individuos se organicen y congreguen y que las manifestaciones y marchas confluyan en un punto neurálgico transformado en un espacio de poder y de afrenta al poder central.

Por último, todo parece indicar que desde hace un lustro estamos en presencia en América Latina, Europa y ahora en Oriente Medio, de un nuevo ciclo de luchas ciudadanas anti-neoliberales promisorias que abre un ciclo de disputa por la hegemonía en los procesos democráticos y en la sociedad entera.

Por Leopoldo Lavín Mujica

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(1) El Partido Nacional Demócrata del dictador Hosni Mubarak.

(2) Es lo que se desprende después de una lectura del documento crítico a la Concertación del grupo disidente Océanos Azules.

(3) Gamal Andel Nasser fue un líder militar nacionalista que decidió nacionalizar el Canal de Suez que se encontraba en manos de dos consorcios extranjeros, uno británico y el otro francés, y que al hacerlo desencadenó represalias y un ataque contra Egipto de las fuerzas armadas judías, francesas e inglesas. Nasser influenció a muchos militares nacionalistas en los países del Tercer Mundo. Más precisamente a militares brasileños.

(4)“Muerte al Imperialismo”, “Muerte a Israel”, “El Islam es la solución”, son las consignas de los Hermanos Musulmanes.

(5) Según el diario israelita Haaretz, (31.01.11) el Gobierno israelita envió un mensaje diplomático a Washington y a las capitales europeas pidiéndoles de continuar apoyando a Mubarak. “Es de interés de Occidente y del Oriente Medio sostener el régimen”, plantea la misiva. “Desde la firma de los Acuerdos de Camp David en 1997 la estabilidad política en Egipto está en el corazón de los relaciones de Israel con Egipto”, señala el Jerusalem Post. Y agrega que “aunque las relaciones son frías la paz es tibia”.

(6) “Occidente, basta de hipocresía”, “USA apoya a un payaso”, “Necesitamos libertad”, puede leerse en las pancartas de la plaza Tahrir.


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