Hoy un virus tiene la última palabra sobre la economía, la política y la ciencia. Mañana, a esta última palabra, es probable que la tenga el clima. El ser humano postergó tanto la búsqueda de una solución efectiva a la crisis ecológica y climática que la naturaleza (de la que formamos parte aunque se nos olvide) ya no esperó más y comenzó a buscar un nuevo punto de equilibrio ambiental. Este proceso no es nuevo para ella; la naturaleza lo ha hecho muchas veces en estos 4.500 millones de años, es decir, desde que existe el planeta.
A diferencia del siglo pasado, cuando en el sistema democrático los votos de los ciudadanos dirimirían las visiones encontradas (especialmente entre los partidarios de sociedades con más mercado y aquellos que propugnaban una mayor presencia del Estado), ahora los nuevos procesos de validación de estas opciones parecen recaer en la naturaleza.
Ya lo dijimos en una columna publicada antes de que se declarase oficialmente la llegada de la pandemia a nuestro país: no hay tiempo para la mitigación del cambio climático. Al contrario, existe la necesidad de prepararnos para una adaptación profunda. Esta adaptación deberá estar centrada en cambios en los estilos de vida y en la migración a lugares menos vulnerables a la crisis climática. Las migraciones serán temporales o permanentes y tendremos que retomar ciertas formas de vida centradas en el nomadismo y en el minimalismo, como las sugeridas por el académico australiano Ted Trainer en su libro “La vía de la simplicidad”.
La pandemia viral volvió urgente esta definición. En primer término, como una decisión personal que debemos afrontar y, a medida que se vaya expresando la crisis climática con toda su magnitud, a nivel social. Pero en su sabiduría, la naturaleza junto con su dramática advertencia, también nos dio la oportunidad de tener un tiempo de reflexión obligatoria para enfrentar esta definición. Este es el tiempo que estamos viviendo ahora en nuestro país y en el mundo.
Hay que entender el lenguaje de la naturaleza pues a diferencia de los humanos ella habla por los hechos y, por consiguiente, ha impuesto un nuevo sistema de sensibilización y validación para las opciones de sociedad que debemos elegir.
Los ecologistas y ambientalistas hemos dedicado gran parte de nuestras vidas a realizar acciones de contención en defensa de la naturaleza, para evitar que la acción humana la destruya o la utilice más allá de su capacidad de regeneración. También hemos tratando de educar a la población sobre la necesidad de conservar y no traspasar los límites ecológicos que sostienen nuestra vida como especie. Sin embargo, muchos podríamos concluir que no hemos tenido éxito y que no hemos sido escuchados, ya sea porque nuestra voz fue débil o porque simplemente no nos quisieron escuchar.
Esta ventana de tiempo que existió para hacer las correcciones lamentablemente ya está cerrada. Mientras todos los días seguimos la evolución de las cifras de muertos y contagiados por la pandemia, dejamos de sorprendemos con otras noticias que también resultan alarmantes. En mayo de este año, el CO2 en la atmósfera superó las 417 partículas por millón. Esto se vincula con la catástrofe medioambiental que se vive en el Ártico, donde la temperatura alcanzó un nuevo récord de 38 grados. Al derretimiento del permafrost por la ola de calor, se le suman fallas estructurales como la que ocurrió en Rusia que terminó con un derrame de 20 mil toneladas de combustible.
Entonces, ahora más que nunca, necesitamos dar un gran giro como dice Joanna Macy y preocuparnos por impulsar nuevas prácticas, que nos permitan generar nuevas estructuras económicas y sociales. Todo con la esperanza de que estos cambios sean posibles de realizar, porque brindarán respuestas a una ciudadanía cada vez más desencantada con la clase económica, política y cultural dominante. Esta misma clase que hoy se encuentra desorientada y cuyos discursos ya demostraron no tener correlato con la realidad que vivimos.
Más que reactivar la economía para seguir haciendo lo mismo que antes, debemos ser capaces de reconvertirnos social y económicamente para sobrevivir en comunidad a los nuevos desafíos que nos acechan. Ya no bastará con votar como ciudadanos sino que ahora también tendremos que votar con los pies.
Por Manuel Baquedano
Pte. Instituto de Ecología Política