Por Janis Meneses
El “Acuerdo Por Chile” abre un abanico de posibilidades respecto de la materialización del Estado Social de Derecho. Una de las peores posibilidades es la señalada por la Diputada Carmen Hertz y el ex Constituyente Jorge Baradit.
La diputada acusó que estamos ante una “subsidiaridad enmascarada”, mientras el ex constituyente señaló que “amarraron subsidiaridad”. Dado el texto, ambas interpretaciones son posibles, sin embargo, hay matices que diferenciar para comprender la dimensión del problema.
El Estado Social ha cambiado sus límites según han cambiado las correlaciones de fuerzas en los países que declaran tenerlo. Lo preocupante es que el cambio apunta de forma sostenida en una sola dirección, avanza un vaciamiento de su sentido original, al punto que se está transformando en un Estado Subsidiario de facto.
Los Estados determinan la forma en que se ejerce el poder, hablar del Estado es hablar de sus expresiones y límites, una disputa ideológica de primer orden. Antes de los años 70, las derechas del mundo no lograron levantar grandes críticas contra los Estados Sociales debido a su origen predominantemente liberal, es decir, hablamos de una concepción plenamente compatible con los intereses de clase presentes en las élites financieras e industriales que, por esos años, tenían su atención puesta en el desarrollo de las industrias y los grandes mercados financieros.
Conforme avanzó el tiempo, las élites tomaron el control total de los medios de producción, sin una contraparte capaz de detenerla o, dicho de otra forma, sometiendo a su contraparte, la clase trabajadora.
Pese a lo anterior, la derecha en Chile nunca logró una mayoría suficiente para instalar de forma democrática sus ideas, necesitaron de un golpe de Estado para imponer el modelo neoliberal y el actual Estado Subsidiario.
Desde la instalación y por más de 30 años, hemos tenido una extrema privatización y destrucción de lo público, creando una cultura competitiva e individualista, con mínimos espacios comunes para ejercer la ciudadanía y vivir la democracia. Cambiaron a las personas para producir la crítica al Estado Social que antes no existía.
Chile desde la dictadura no conoce otra cosa que un Estado subsidiario y cualquier intento por transformarlo requiere de al menos preguntarnos: ¿Qué características debe tener un Estado Social de Derecho en Chile? Y en ese sentido, ¿Cuáles de esas características son posibles dada la actual correlación de fuerzas?
En el debate constituyente ya terminado, del que fui parte, nos hicimos estas preguntas y algunas de las respuestas apuntaron a que el Estado Social de Derecho que Chile requiere, debe partir de lo gestado por el Estado Subsidiario y proyectar desde ahí un futuro mejor, lo anterior teniendo presente la realidad material y las subjetividades gestadas por el modelo neoliberal.
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Es necesario sin ninguna duda otorgar explícitamente un trato preferente y especial a las instituciones público-estatales, lo anterior sin negar la existencia de instituciones privadas en la provisión de servicios, ni mucho menos terminar con libertad de elección alguna, pero sí con la competencia entre instituciones que son fundamentales para la garantía de derechos. Todo esto para generar una cultura nueva, fundada en la colaboración, con más espacios comunes para el ejercicio de la ciudadanía y vivir una democracia plena.
Las razones tras el rechazo están en discusión. No es cierto que, al rechazar la propuesta, el pueblo de Chile aceptara el neoliberalismo, ni mucho menos el Estado Subsidiario. Es indiscutible el descontento acumulado en cada rincón del país.
Sin embargo, es posible que la élite acepte nuevamente un acuerdo para cambiar la Constitución, tienen una experiencia acumulada que les empodera y no dudará en mover cientos de millones nuevamente. Buscarán legitimar en las urnas el modelo y el Estado Subsidiario, hasta ahora el acuerdo se los permite, haciendo posible la denuncia de Carmen y Baradit.
Por otro lado, debemos tener en consideración que, pese a todo, las élites de Chile y el mundo han tomado una decisión desesperada, se encuentran financiando a la ultraderecha y a medios de comunicación para manipular la opinión pública, es posible que la violencia y mentira al contrario de la solidez que proyectan, a la larga, no sean más que un síntoma de una importante pérdida de hegemonía y antesala de su más importante derrota.
Dependerá de nosotras y nosotros.
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