Lo que ha pasado este 17 de diciembre no tiene por qué sorprender a nadie: se veía venir una derrota del oficialismo. La sorpresa importante y determinante estuvo en el camino: la definición del Frente Amplio, el 30 de noviembre recién pasado, con su posición deliberadamente ambigua ante el balotaje, porque al margen de las inocencias en juego, operó un evidente cálculo, que no pudo quedar al azar, a la improvisación o a la imprevisión, sin ofender la inteligencia de quienes tomaron dichas decisiones. La sorpresa vino de la mano con la evidencia de un particular tejido teórico y pasional de fondo, que traiciona la sensatez, el sentido común y la confianza.
Los hechos hablan de ciertos defectos vertebrales en el FA, que tocan fibras fundamentales, si se considera que pretenden proyectarse como referente del campo popular. Esto queda en evidencia en el desajuste entre diseño y realidad operativa, que es, no sólo una cuestión ética, en abstracto, sino un tema de sintonía general con las variables políticas.
De algún modo el Frente Amplio pareciera imaginarse propietario de una potencialidad capaz de pasar por el lado de importantes e históricas fuerzas políticas, que persiguen igualmente, transformaciones referidas a temas estructurales y profundos, que implica hacerse cargo de importantes cuotas estratégicas de poder. Para ello, todo el arco anti neoliberal requiere enfrentar a una poderosa y organizada clase dominante, que no sólo es propietaria de los medios de producción, como pudo entenderse en un pasado cercano, cuando la realidad era significativamente menos poliforme y los mecanismos de control del poder, notablemente más simples; cuando las condiciones internas de dependencia del tejido social subyugado, contaban con un nivel de sofisticación muy menor. Cuando el entorno planetario, además, reunía condiciones dinámicas de poder, también muy diferentes a las de hoy; cuando en síntesis, el chileno, en particular y el ser humano, en general, no era el de hoy. No parece necesario entrar en detalles sobre estas evidencias.
La cúpula del Frente Amplio comete un grave error al pensar que el proceso histórico puede ser un “experimento en ambiente controlado” en medio de una línea de producción de “obsolescencia programada”.
No se puede pensar con idealismo ingenuo, que el proceso de agudización de las contradicciones sea tan lineal ni predecible: La reconfiguración de los poderes fácticos, en lo que va corrido del siglo XXI, indican con evidencia que las fuerzas no hegemónicas de la sociedad capitalista, se hallan en la mayor de las desventajas: precariedad orgánica, marginalidad económica, difuminación ideológica, carencia de medios de comunicación eficientes, efectivos y propios; fuerzas de escasa maniobra en diversidad de ambientes de lucha, en fin: una larga lista que apunta a una vulnerabilidad generalizada, poderosamente controlada y acotada, que implica claramente una política imperiosa de avance por los intersticios y no la formación de bloques de marcha frontal y rígida, como una asonada del 1900, frente a monarquías decadentes.
En esta falta de concordancia entre diseño, realidad de clase y referencia política, el Frente Amplio toma la destemplada decisión de poner a la base y en frente un juicio político desbocado a la Nueva Mayoría; un juicio que en parte (sólo en parte) es lo que hoy llamamos una pos verdad. Es, por tanto, un juicio que contiene también un importante apoyo sobre los hechos, pero que sin embargo, pierde de vista toda la ascendencia y descendencia, que le ata a esa realidad –al menos teórica y declarativamente propia- y que demanda y necesita los cambios, aunque cabe también la lamentable posibilidad de que no se considere vinculado esencialmente a ella.
El Frente Amplio, sienta en la misma picana, al chincol y al jote: es decir, no sólo a quienes históricamente juegan un rol estratégicamente vacilante, sino a quienes se la jugaron por apoyar una instancia que estaba lejos de ser la deseada, pero que con pragmatismo político (certero o erróneo) deciden abordarla. Personalmente he sido crítico de esa opción encarnada fundamentalmente por el PC, sin embargo no hay que perder de vista que cuando el PC toma esa decisión de alto compromiso táctico, articular un referente de alianza popular con una definición más clara de clase, estaba aún bastante lejos, como aún hoy queda demostrado que lo está, aunque de no haber desbaratado la recientemente instancia, tal vez estaría a distancia de una mano.
Cuando dichas decisiones fueron tomadas, el Frente Amplio no representó siquiera un factor menor y despreciable de la realidad, pues no existía. En este sentido, sin quitarle responsabilidad, esta circunstancia le ofrece la gracia de una atenuante, por carencia de antecedentes, en cuanto es enjuiciado hoy, exactamente en el mismo sentido que él enjuició tan duramente a quienes no procede enrostrar una alianza estratégica con su enemigo fundamental, aun cuando se le pueda reclamar ser insuficientes en profundidad de incidencia en el momento oportuno, rebajando la importancia de ciertas condiciones de la realidad.
El Frente Amplio, que sólo se entiende en oposición a la más férrea burguesía, actuó nítidamente en alianza por omisión, con esa derecha que se supone su enemigo estratégico, en una coyuntura clave, con independencia incluso de que el resultado no hubiese sido diferente. Este enemigo estratégico, es igualmente enemigo estratégico de fuerzas que sin duda hegemonizaron el avance progresista (con todas la limitaciones y distorsiones que se reconozcan) de transitar desde la Concertación hacia la Nueva Mayoría y tensionó a esta, hacia una dirección programática que distanció la intencionalidad de los sectores filo-derechistas de su conglomerado. Este resultó ser un escenario real. Ya no una disputa de intenciones, sino la instalación concreta en la realidad de una condición que, nos guste plenamente o no, tardó treinta años en construirse. Haya costado más o menos, se logró instalar una candidatura de alta sintonía implícita y explícita con el mismo programa frenteamplista, que el FA no supo o no quiso leer, en el contexto de contener la adhesión circunstancial, electoralmente necesaria, de los sectores más vacilantes, tal vez obnubilado por las disputas del camino, en las que no quedan plenamente claras las definiciones ideológicas, que implican la solidez de fondo de la viabilidad histórica de sus propias posiciones, asunto que no es menor.
Es legítimo preguntar al Frente amplio: ¿cuál es la estrategia?, ¿la decimonónica pedagogía de que con sangre la letra entra? Perdón: esta no es estrategia del pueblo, porque es éste el que pone el hambre, la marginalidad; es éste el que sufre la represión, la injusticia y los muertos, que no están en la historia para ser repasados por una turba de intelectuales desesperados, que sin dudar de intensiones ni corazones, son astillitas de la misma burguesía. No es más que una presumida estrategia dirigida al pueblo, que no es lo mismo y tampoco es igual que una estrategia del pueblo: ¡te sumerjo la cabeza en el agua hasta que lo único que desees sea un poco de oxígeno; una bocanada que te salvará la vida! ¡Ayúdame a quitarte el aire y verás lo hermoso que es respirar: Instalaremos un gobierno en tu contra, porque te aseguro que mañana iremos todos juntos por el poder!
Leyendo fino, no fue el programa del FA, necesariamente, el que no tuvo la adhesión de la mayoría del campo popular, pero es la lapidaria e indesmentible realidad electoral y esta era una contienda electoral. Nadie dice que la lucha electoral es la panacea de la reivindicación del pueblo, pero cuando se asume, se debe comprender su cabal sentido, sobre todo, cuando estratégicamente no se puede optar por un escenario que eluda dicha opción: la unidad de teoría y viabilidad práctica, lo ha puesto del modo más evidente.
A mí no me cabe duda de que el Frente Amplio respetó la lucha electoral que se propuso, lo que no implica la comprensión del sentido de ella. Eso es exactamente lo que hace que sea grave: el Frente Amplio realizó una lectura, o bien, malintencionada, o bien, pobre de lo que significaba pasar a segunda vuelta: malintencionada si es que lo que operó en su postura fue un cálculo frío, oportunista, egoísta y sin consideración por lo que ha implicado avanzar en derechos para la ciudadanía. Pobre, rígida, carente de talento político, si no vieron la oportunidad de construir un escenario en que el enemigo fundamental no se enquiste nuevamente con “legitimada” profundidad, en el principal órgano político de poder de clase: el Estado. En lógica militar sería algo así como: “¡te declaro la guerra, pero dale, te doy el tiempo para que te armes bien!”
El tema era muy claro; demasiado claro: cerrar el paso a la derecha y empujar hacia la profundización de los intereses populares representados en un gobierno más cercano, apoyado en la fuerza de la movilización de masas, que por lo visto, el Frente Amplio la descarta como factor desequilibrante, pues manifestó cero confianza en ello, en momentos en que su evaluación debió ser del mayor peso estratégico.
El infantilismo, nuevamente da muerte prematura a dicha opción, porque la inexperiencia (tal vez y espero que sea sólo ello) legitimó la absurda y simplona ecuación de que la Derecha y la Nueva Mayoría son exactamente lo mismo, por tanto, todo lo demás.
No veo muchos matemáticos en el Frente Amplio. En ecuaciones, seguramente no son expertos, pero esta era una ecuación de orden político, social e histórico, que una organización política debe dominar a la perfección o declararse en interdicción, por el sólo respeto a la humanidad. Así es que por ese costado, hay una responsabilidad de la que tienen que hacerse cargo a tiempo, sin acudir a la disculpa inmadura de señalar que “sólo en el oficialismo se deben encontrar las culpas de haber perdido la opción, porque era sólo su opción”, pues así llegamos al simple razonamiento de que “este muerto no lo cargo yo”. Demasiado fácil, porque el cadáver no es la Nueva Mayoría, es una condición histórica, un escenario político. Moralmente les corresponde sumarse a un lado del féretro, porque la del que encontró a don Gollo, no es más que vergonzosa distancia afectiva, respecto a los intereses de la gente que dicen o deben representar.
No involucrarse con urgencia en frenar el avance de la derecha, es no ofrecer defensa alguna a las conquistas alcanzadas con largos años de lucha, con todo lo que ella ha implicado, en dolor, en penosa insuficiencia, en errores, en alegrías, en entrega de tantos que no han claudicado definitivamente ante una derrota que no fue menor; es no dar la mano al compañero que se ahoga, y negarle toda asistencia para decirle: te lo dije… y sentirte superior por la simple ratificación de un hecho, en definitiva, deliberadamente inducido en la realidad, como profecía auto cumplida para gozar de una razón de baquelita.
Nadie dice aquí: la Nueva Mayoría y la Concertación están libres de culpa. Todo lo contrario: son las principales responsables. En especial son responsables aquellos sectores más permeados por la seducción de la vida burguesa y por su propia dispersión ideológica, así como es responsable también de la derrota, un Partido Comunista obsecuente, que se alejó de la demanda activa de las bases, entre la espada de una alianza y el desvelo de su alma, atrapado en una estrategia que le ató las manos en una opción que sólo se confunde con traición, desde una lectura distorsionada, básica e insensible de los hechos.
El Frente Amplio es responsable de proyectar una mezcla de oportunismo, arrogante infantilismo, vanidad y ambiciones insanas, que no ahora, sino hace un rato ya, viene deslizando en una cierta pasta que debe con urgencia corregir: un 20 % no es menor. Es una gran gestión que debe ser valorada como historia, como proyecto. Sin embargo esta historia, este proyecto sólo será futuro cuando comprenda que no puede quedarse en el diseño de estrategias sesgadas, débiles, sin carácter, incapaces de enfrentar las vicisitudes de la marcha histórica y de comprender la necesidad y posibilidad de los otros, porque el campo popular es demasiado y felizmente amplio; mucho más amplio que lo que abarca la amplitud del horizonte del propio “Frente Amplio”, que por ahora ostenta demasiado ancho nominal, para su propia sustancia.
QUE QUEDE CLARO: El Frente Amplio no es el culpable de que Guillier no haya ganado, PERO su condición circunstancial de llave, le hace responsable de que Guillier haya perdido, aun cuando su apoyo no hubiese alcanzado a ser suficiente, porque sin duda, escudarse en ello sería apoyarse en otra pos-verdad. Si no comprenden la diferencia, les sugiero “con todo respeto” que lo piensen unas cuantas veces más. Así y todo, con cariño, los del pueblo, esperamos que no estén muertos y que sólo anden de parranda, porque necesitamos TODOS converger en un urgente proyecto de transformación de consenso popular.
Chiloé, 19 de diciembre de 2017
Marcos Uribe Andrade
Chiloé, 19 de diciembre de 2017