Por diferentes razones no soy de los que defiende gobierno alguno, pues ellos pueden muy bien defenderse solos. Pero si esta máxima es una norma, es doblemente cierta cuando se trata sobre un gobierno como el colombiano, cuya política de élites ha ocupado un lugar destacado en las violaciones a los derechos humanos en el continente.
Dicho lo anterior sólo tendría que agregar que no tengo ni arte ni parte en el reciente impasse diplomático entre los gobiernos venezolano y colombiano, un capítulo más de la serie de tensiones bilaterales de los últimos años, que en mi opinión, forma parte de una estrategia diseñada a cuatro manos y que permanentemente favorece a los palacios de gobierno de ambos lados del río Arauca. Lo único que tendría que decir sería mi testimonio personal acerca de uno de los temas presentes en la disputa: la presencia de grupos guerrilleros colombianos en territorio venezolano.
En el año 2008 junto a otros compañeros y compañeras visité en varias oportunidades la frontera venezolana, en el trecho correspondiente al estado Apure, debido a los preparativos para el recordatorio del vigésimo aniversario de la Masacre de El Amparo, lo cual incluía la grabación de un documental. En ese tiempo conocía los señalamientos acerca de la presencia de insurgentes en la zona, sin embargo, viviendo en la lejana Caracas consideraba todo aquello como parte del litigio mediático entre el chavismo y la oposición. Lo que más tomaba en cuenta, en aquel entonces, eran los informes de organizaciones de derechos humanos que registraban el reclutamiento de niños y adolescentes, por parte de los grupos irregulares en disputa -tanto paramilitares como guerrilleros-, en el que varios casos habían ocurrido en Apure.
Al llegar a Guasdualito, una población de poco más de 90.000 habitantes enclavada en el corazón del llano, comencé a corroborar que aquellos señalamientos no sólo eran verdaderos, sino que constituían parte de la vida cotidiana de todos aquellos, y aquellas, que hacen vida en frontera. Ese era uno de los elementos por el que la población de la zona era particularmente hermética con extraños, sin embargo cuando afloraba un poco de confianza con ella emergían cuentos y anécdotas que hablaban de un poder real y paralelo al constituido por las instituciones tradicionales.
No quiero dar más pistas de las necesarias, para no poner en riesgo a nadie, pero los elementos coincidían con quienes nos dieron la oportunidad de hablar sobre el tema, y fueron bastantes. De hecho la frase que más escuché de mis interlocutores en esas jornadas fue “aquí hay que hablar con los ojos y escuchar con las manos”, refiriéndose al tipo de silencio necesario para sobrevivir en el medio. Las anécdotas hablaban de mecanismos de aplicación de justicia y de mantenimiento del orden aplicado por los insurgentes; de la seguridad que ofrecía el padrinazgo guerrillero que permitía “dormir con las puertas abiertas”; de negocios como el tráfico de gasolina, el contrabando de víveres y el control del transporte de drogas y de cómo algunos pobladores habían tenido que irse de la zona tras tener problemas con algunos de los cuadros armados. Además, la incorporación de niños y adolescentes a “la montaña” no era un procedimiento tan clandestino como creía, e incluso, ante el status que aquello suponía, no eran pocos los chamos que lo elegían voluntariamente.
Despues de corroborar que el control de diferentes zonas por grupos armados, unos guerrilleros y otros paramilitares, me preguntaba una y otra vez cómo aquello era tolerado por unas fuerzas armadas que, teóricamente, habían sido educadas en las razones de la lucha por la soberanía nacional. A quien tuve la oportunidad de preguntárselo directamente fue a uno de los religiosos de la región, con tiempo en la zona, el cual en un gran mapa de Venezuela nos apuntó las regiones del país controladas por la AUC, la FARC, el ELN y el Frente Bolivariano de Liberación (FBL), a la sazón la única organización de factura criolla.
Su teoría, sin embargo, era extraña y no he podido corroborarla o contrastarla con nadie más. Según su explicación el gobierno venezolano había llegado a un acuerdo con la FARC y el ELN para tolerar su presencia en diferentes campamentos ubicados en las zonas fronterizas, como manera de tener “zonas de descanso” de la confrontación en su país de origen a cambio de convertirse en una suerte de primer “grupo de choque” en caso de una invasión de Estados Unidos al país desde Colombia. El cura me hablaba convincentemente, dando cifras y datos que apoyaban sus palabras.
De la misma manera me describió un corredor controlado por el FBL, que tenía según él, la encomienda de contener el posible avance de las propias guerrillas hacia el centro del país. Eran estos “petit marulandas” quienes controlaban a los consejos comunales de la zona y que tenían la capacidad de promover candidaturas para el gobierno regional. Sin embargo eso de que se tuviera que erigir una tercera fuerza para controlar a las otras dos no era un despropósito, pues en los últimos años, cuyos casos recordó con memoria de elefante el religioso, varias personas y niños habían muerto al quedar en medio de los enfrentamientos armados entre el ELN y la FARC por controlar… territorio venezolano. Era así como Guasdualito, en ese momento, era controlada por la FARC mientras que el vecino pueblo de El Amparo, con apenas 10.000 habitantes, estaba en manos del ELN.
Aquella conversación duró horas, y al terminar, en mi desconcierto, no sabía si había estado charlando con André Bretón o con Rómulo Gallegos.
No solamente tuve conocimiendo de aquello por el testimonio de otros, sino que en una oportunidad pudimos sentir en primera persona el grado de control de los grupos armados en la zona. Cuando comenzamos a grabar lo que sería el documental “Masacre de El Amparo: 20 años de impunidad” nunca pudimos hacer, abiertamente, tomas del pueblo o de la vida cotidiana en la comunidad. Todos y cada una de las personas que nos acompañaban nos alertaron de que eso podría traer consecuencias, por lo que las pocas tomas en video que hicimos fueron realizadas apurada y subrepticiamente.
Habiamos decidido hacer una entrevista a los dos sobrevivientes de la Masacre en el sitio en donde habían ocurrido los hechos: en el caño “La Colorada”, a unos 20 minutos del pueblo El Amparo. Sin embargo, hasta allá no podíamos ir sin un permiso autorizado por el ELN. Conseguir la autorización fue una odisea en la que tuvimos que armarnos de paciencia, pues había que hablar con una persona que a su vez haría llegar el mensaje a sus jefes a través de una serie de intermediarios. La respuesta positiva, despues de esperar un par de días, se nos dió en un paraje alejado de curiosos. Teníamos que ir a La Colorada literalmente escoltados por otro automovil en el que suponíamos iban personas relacionadas con la insurgencia.
Al llegar al sitio, que había sido despejado de la posible presencia de los alzados, nos dieron un tiempo determinado para estar allí y devolvernos. Tras el periplo comenzamos a grabar, con la mala suerte que una fuerte lluvia hizo que nos retiráramos antes de tiempo y aprovecháramos a medias aquella oportunidad -estar en aquel sitio con los dos sobrevivientes- irrepetible.
Dos años después desconozco si la situación se mantiene igual o se ha agravado. No puedo hablar de su equivalente en Táchira o en el Zulia, pues no he estado en sus límites fronterizos. Aún no logro explicarme, convincentemente, la razón de la tolerancia con esta situación, que seguramente tiene muchas matizaciones y ramificaciones que no se han hecho visibles.
Y como no creo ni en fronteras ni el poder que supone el control territorial, no me interesan las razones alegadas ni por el Estado colombiano, el Estado venezolano o las aspiraciones de convertirse en Estado de las FARC, las AUC o el ELN. Las únicas razones, vivencias y reivindicaciones que me interesan son las de la gente humilde, atrapada entre dos y tres fuegos, que debe adaptarse a la situación para poder sobrevivir, ajena al juego de las diplomacias y el aire acondicionado.
Por Rafael Uzcátegui
Editor de El Libertario y Coordinador en Provea
Julio 29, 2010
Fuente: rafaeluzcategui.wordpress.com