Resulta cruel en estos momentos apocalípticos para Japón, y de hecho, para todo el mundo, derivar lecciones, pero no queda otra. Hasta hoy pareciera que no queremos aprender, que algo nos ciega a realidades demasiado evidentes. En los últimos siglos, ya asistidos por la ciencia moderna, nuestras acciones destructivas no han sido por ignorancia, en el sentido de no saber, sino de ignorar, haciendo caso omiso. ¿Seguiremos igual nuestra estampida hacia el abismo? Ya se escuchan cantos de sirena: que eran reactores antiguos, que no hay que cerrarse, que el desarrollo exige. Cuesta entender qué es lo que nos pasa como humanidad. ¿No somos la especie consciente de la creación, la más inteligente? Da lata decir “nosotros advertimos”, pero desde hace décadas mucha gente ha tratado infructuosamente de advertirle a la humanidad los riesgos terroríficos que acompañan muchas ambiciosas actividades industriales llamadas ‘productivas’, que conllevan un manifiesto potencial para transformarse en altamente destructivas, degradar ecosistemas claves, desestabilizar el sistema climático, e incluso poner en jaque la supervivencia de la actual biosfera y de la humanidad, indisolublemente interrelacionadas.
Hoy, qué duda cabe que una de éstas es el uso de la fisión nuclear para generar electricidad. Con ésta, de aprendices de brujo pasamos a algo que sólo podría ser calificado de desquiciado. La fisión nuclear genera incontrolables efectos deletéreos en el entorno, y esto en el corto, mediano, largo, y muy largo plazo, legando con los desechos, un pasivo ambiental atómico letal a las futuras generaciones. La extracción del uranio, o similares, su procesamiento, enriquecimiento, transporte y utilización en reactores o bombas, así como el acopio de los residuos, tiene feroces impactos para la biosfera y la humanidad. La radioactividad literalmente desgarra el tejido de lo viviente, incluyendo el ADN.
¿Cuál es la compulsión detrás de la utilización de una tecnología semejante? Evidentemente la ansiedad de un cierto tipo de desarrollo. No el de la evolución de la biosfera y la humanidad, sino el del mega capital, del mega negocio de las corporaciones, de la danza de los billones. Ahora en Fukushima ¿quién se responsabilizará por la irradiación de cientos y probablemente miles de personas debido a las fugas en los reactores nucleares? ¿Las empresas que los construyeron? ¿Los científicos que supuestamente los evaluaron exhaustivamente? ¿Los gobiernos que los autorizaron? ¿Las empresas que cosecharon pingües ganancias utilizando la energía generada por ellos? Porque hay que recordar que el sector residencial, las necesidades de las personas y familias siempre representan una fracción muy menor del consumo energético.
El gran negocio de la energía se retroalimenta con el gran negocio de la minería y de otras industrias semejantes. A riesgo de ser políticamente incorrecto en un momento particularmente doloroso, pero con la urgencia de crear conciencia, es importante decir que con lo que sucede en Japón hay una dramática justicia ambiental, o una suerte de vuelta de mano de la naturaleza hacia toda la humanidad. Los científicos están extrañados por la inusual y creciente frecuencia de mega-terremotos y tsunamis asociados en nuestro planeta. Al parecer, el cambio climático, del que todos somos responsables, al contribuir al derretimiento acelerado de los polos, hace que éstos pierdan peso y que nuestro planeta se ‘ahueve’ longitudinalmente, lo que hace jugar las placas tectónicas, aumentando la actividad sísmica y volcánica. En otras palabras, nos las estamos buscando. Lo acaecido en Japón nos vuelve a demostrar que es imperativo cambiar la orientación del quehacer humano. Pasar de la distorsión del negocio a cualquier costo, y de lo cuantitativo y mega, a la búsqueda consciente del bien común, de lo cualitativo y la conservación de la integridad de la biosfera. Este radical cambio de timón es claramente cada día más de vida o muerte.
Por Juan Pablo Orrego
Presidente de Ecosistemas. Coordinador Internacional Consejo de Defensa de la Patagonia.