De partida, hay que aclarar que en estos contextos neoliberales no hay guerra que no sea económica. El fenómeno de esta obviedad es el punto que deseo remarcar. No es secreto la dificultad que presenta el hacerse una imagen desde la lejanía de un conflicto tan complejo como el que tiene lugar en el Medio Oriente y, en este caso particular, entre Israel y Palestina. En los países europeos (y con ello también entiéndase aquellos países de marcado corte neoliberal), existe un enorme aparataje de desinformación al respecto y un descarado maquillaje comunicacional, los análisis políticos que se presentan son pobres y meramente coyunturales. Mientras los grandes consorcios sigan manejando y monopolizando los canales de información se seguirá pasando el rastrillo a los sucesos acorde a intereses privados. El escepticismo acerca de los medios tiene que siempre ser una regla y es por ello que un par de puntos deben ser puestos a la palestra.
Lo que hay es un hecho concreto, que dicho de una forma cruda, no es más que la expulsión de un pueblo de su territorio por una potencia colonial. Sin embargo, Israel no está sola en su avanzada, sino que viene secundada por las principales potencias imperialistas, siendo la columna vertebral de los países árabes y, casi de perogrullo, la Casa Blanca sus mejores exponentes. No es verdad que el conflicto sea meramente religioso, o que sus causas estén tendidas en esa dirección. Es un hecho que el conflicto se ha presentado como una gran intolerancia de unos sobre otros respecto a las creencias religiosas, pero estas disgresiones son ahora más bien el producto del conflicto mismo, donde el fanatismo (de ambos bandos) se ha vuelto un pilar para con su respectivo pueblo en pos de la justificación de las agresiones. Debemos ser cautos y comprender este fenómeno solo como un aspecto parcial del problema. Se ha de reconocer esto mismo ya que en Palestina, tanto en la franja de Gaza, como en las cercanías de Cisjordania, habitan a un mismo tiempo diversas comunidades islámicas y cristianas, que al momento no han presentado problemas en su convicencia, dando a entender que el origen del problema no es de por sí del orden de un fundamentalismo cultural.
Se recalca aquí que el conflicto es primeramente de interés económico y que éste expone en seguida un segundo que es de seguro más importante, que se traduce en la cantidad de víctimas civiles cobradas en los últimos años. Los bombardeos perpetrados por Israel en los últimos días son de hecho condenables, sobre todo considerando la poca apertura al diálogo que se ha marcado el conflicto de manera paulatina. Y si bien no es que Hamas cultive rosas, quien está sufriendo las mayores consecuencias es el pueblo palestino (las muertes se elevan por cerca de los 1.300, en comparación a tres israelitas). Desde el 2006 cuando Hamás llega al poder se ha vuelto un lugar común el calificar a esta organización como terrorista, sin embargo, en este caso, el hecho de haber llegado al poder no es una causa del problema, más bien, como nos dice Carlos Taibo, no se trata de una inmediata simpatía del pueblo palestino al rigurismo religioso que representa Hamás, sino que se traduce en una consecuencia clara ligada al derecho de resistirse al coloniasmo israelita en el rechazo a los acuerdos de paz alcanzados en Oslo. Este derecho lo formula el pueblo palestino, entre otras cosas, con una explícita petición del fin a la violencia. Por ello no es verdad que se trate meramente de un movimiento antiisraelita en Palestina, sino que es la respuesta al andamiaje imperialista comandado desde Tel Aviv.
Como bien reza el título, no hay que olvidar que esto es en primer lugar una lucha por la hegemonía económica, donde la franja de Gaza se presenta como una región rica en recursos naturales, en la cual variadas multinacionales tienen actualmente intereses implicados, sobre todo las que tienen inversiones en la industria del cemento y de materiales de construcción (quizás los ejemplos más emblemáticos sean Heidelberg Zement, CRH, Cemex, empresas que sacan réditos directamente del conflicto). La agresión desde Israel es la expresión de la depredación económica de un país, donde el robo de su patrimonio se ha mantenido en silencio por los medios europeos. Con la creciente apertura mercantil de Israel hacia Europa, los países de la UE se mantienen como cómplices del conflicto pasando por alto los mismos acuerdos que ellos dicen respetar. Hoy en día Israel ya rotula como productos nacionales aquellos que se encuentran en territorio ocupado, de esta forma evita la reglamentación del derecho internacional que prohíbe la comercialización de productos provenientes de terrenos de conflicto de interés soberano, generando un lucro que produce un serio conflicto humanitario. Junto con ello Israel está destruyendo la economía palestina, la cual ya tuvo que cerrar cerca del 97% de su industria en Gaza a causa del bloqueo imperante en la región, el cual concentra particular énfasis en el cierre de puertos, matando con ello el intercambio económico con otros países y condenando a la población a un empobrecimiento continuo. La lógica de la guerra nos dice que lo primero de todo es pulverizar el sustento económico de tu enemigo y en ello el modus operandi el Gobierno de Israel acata al pie de la letra, algo no solo no muy distinto al bloqueo norteamericano en Cuba, sino que aún más extremo al tener control total de las fronteras palestinas. Esta lógica imperialista es la que respaldan las grandes potencias y es justamente esta lógica la que tiene que ser rechazada enérgicamente. Es por ello que llamados a la condena internacional de los ataques por parte de Israel como el realizado recientemente por Evo Morales y Hugo Chávez llegan a ser tan importantes, para que de una vez por toda la comunidad internacional tome cartas en el asunto, antes de que se tengan que lamentar consecuencias aún más desastrozas.
Por Pablo Pulgar Moya
Doctorando en Filosofía por la U. Heidelberg