Por Carlos Gutiérrez P.
Se ha cumplido un año del ataque del grupo armado Hamas a territorio israelí, que ha dejado como secuelas una cantidad de personas secuestradas que aún se mantiene en esa condición, miles de civiles palestinos muertos -particularmente menores de edad y mujeres- en los territorios de Gaza y Cisjordania, que ha sido declarado como un genocidio llevado a cabo por parte del estado Israel, así como miles de desplazados y ciudades arrasadas.
En este año han quedado claras algunas características propias de lo que han sido los conflictos en el Medio Oriente, y otras que se comprenden como parte del mundo unilateral basado en las reglas establecidas por Estados Unidos que predominan, pero que viven su ocaso.
Hasta ahora no se vislumbran soluciones posibles; sigue el peligro de escalada a través de actores más bien secundarios y siempre considerando un margen del azar, entre ellos líderes absolutamente desprestigiados que ven en la guerra su medio de subsistencia, y en cambio aparecen regularidades que podrían mantener el conflicto sin una victoria estratégica para nadie.
Ninguna de las guerras de Israel contra los países árabes ha tenido un desenlace absolutamente nítido que marque un cierre estratégico. Ambas partes siempre han declarado una cierta narrativa de éxito, que hace recurrente el eterno retorno al conflicto armado, donde cada parte aprende algo nuevo en relación a la última confrontación, y agrega nuevos elementos de la guerra moderna, como sistemas de armas no tripulados, y todo el arsenal de cohetería, misilería y sus correspondientes métodos de anulación.
Los israelíes agregan nuevas nociones en la lucha urbana, mientras que palestinos y grupos insurgentes aliados perfeccionan a su vez esta misma demanda táctica, para defenderse del poderío tecnológico de Israel.
Una diferencia en esta coyuntura es que los esfuerzos tácticos de los palestinos y sus aliados insurgentes se han concentrado en una guerra de desgaste, ampliando el teatro de operaciones para estirar las líneas de defensa y la movilización israelí; llevar la guerra a lo más profundo de la urbe que les permite achicar la brecha tecnológica y poderío en el recurso humano de los israelíes, y de esta forma mermar las condiciones materiales económicas del soporte militar; incorporar otros actores que también ayuden al diversionismo, como es el papel que cumplen los hutíes.
Irán sabe muy bien que una guerra en forma contra Estados Unidos es imposible de ganar, por eso su estrategia de largo plazo es el desgaste. A su vez, Estados Unidos también sabe el alto costo que le significa mantener desplegada una fuerza de tareas enorme, como la que actualmente tiene en el Mediterráneo, y que no puede solventar por mucho tiempo.
Ya han salido a la luz pública los costos económicos de esta guerra para Israel, y claramente son preocupantes en la medida que el conflicto se mantiene. Aun considerando todo el apoyo estadounidense en esta materia.
La gran novedad de esta guerra ha sido la participación activa de Irán, uno de los actores estratégicos en la región, que tiene aspiraciones de liderazgo en esa zona, y que no solo ha actuado a través de terceros, como han sido los grupos insurgentes directamente involucrados en la lucha armada, sino propiamente a través de los bombardeos al territorio israelí.
Un conflicto decisivo entre Israel e Irán se ve poco probable, salvo por la intervención directa de Estados Unidos en una invasión al estilo Irak. Entre ambos países no hay contigüidad territorial, lo que impide una victoria militar en toda regla, y esta se ve reducida a bombardeos mutuos, incluso aunque pudieran pasar al nivel de ataques a infraestructuras críticas esenciales. De esas posibles bajas, podrían recuperarse.
Pero, hasta ahora, han sido ataques calculados, sin buscar efectos catastróficos y con el objetivo de mantener un prestigio soberanista. Debemos recordar que al menos los dos ataques iraníes han sido avisados diplomáticamente a la parte enemiga a través de terceros y con los tiempos adecuados para tomar las medidas necesarias.
De esta forma Irán demuestra que tiene capacidad de respuesta político-militar, e Israel es capaz de vanagloriarse de que sus sistemas de defensa aérea, en particular sus escudos, son de alta gama y satisfacen las necesidades de protección.
Los israelíes han sido menos contenidos, con bombardeos indiscriminados que han cobrado muchas vidas de civiles, y con un plan de asesinato selectivo de líderes de los grupos insurgentes. Pero, ellos también saben muy bien que estas estructuras de mando no son de gran rigidez y, por lo tanto, pueden soportar bajas en su alta dirección, no afectando su capacidad operativa en el mediano y largo plazo, como lo han demostrado por décadas estos mismos grupos.
Las mismas características de lucha urbana que tiene esta guerra, tiene su eje principal en pequeños grupos con alta autonomía de mando y descentralizada logística, que les permite mantener el conflicto bajo condiciones extremas.
En el campo político, también hay un cierto juego perverso entre Estados Unidos e Israel, que intenta demostrar que hay ciertas diferencias entre ambos en el manejo del conflicto, cuando en realidad hay una total simetría estratégica entre las partes, ya que para ellos es fundamental la existencia de una Irán débil, que permita configurar a su imagen y semejanza la realidad geopolítica de la región.
Pequeñas sutilezas podrían encontrarse entre los liderazgos de demócratas y republicanos, pero su apoyo a Israel es incondicional, y así lo han demostrado en todas las resoluciones en el ámbito del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Estados Unidos tiene que demostrar que sigue siendo el factor clave para articular el orden en la región, más allá de que los tiempos actuales están algo más díscolos que hace unas décadas para el relato estadounidense.
La novedad aquí la han brindado los hutíes que se han atrevido a tensionar la navegación en el mar Rojo, a pesar de las advertencias estadounidenses, y los propios controlados ataques iraníes al territorio israelí.
Todos los actores regionales formales involucrados, de una forma u otra, están vinculados a consultas a actores extra regionales, lo que hacen que, en definitiva, las soluciones están en otras latitudes; juegan más intereses de alcance global y, por lo tanto, optan por riesgos calculados.
El mejor ejemplo de ello es que todos esperarán los resultados de la cercana elección presidencial en Estados Unidos para seguir moviendo piezas, ya que una vez instalado el gobierno en pleno para un período de cuatro años podría ser un factor decisivo a considerar.
Esta guerra en el Medio Oriente tiene una doble faz. Por un lado, la frialdad del tablero de ajedrez, en que ganas y pierdes piezas pensando en el resultado final, que sigue siendo el equilibrio geopolítico global, donde Estados Unidos, Rusia y China son los determinantes.
Y por el otro lado, el rostro y el cuerpo martirizado de miles de civiles, dolorosamente infantes y mujeres palestinas, que una vez más seguirán esperando al calor de sus muertos una solución viable a su demanda histórica de un territorio y un Estado a su satisfacción, que no se vislumbra en el horizonte inmediato.
Por Carlos Gutiérrez P.
Carta Geopolítica 17, 8/10/2024
Centro de Estudios Estratégicos de Chile – [email protected]
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