Mientras escribo esto, se lleva a cabo la ceremonia de toma de protesta de nuestra presidenta, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo. Una mujer inteligente, preparada, que ha sabido sortear de una manera sorprendente, los múltiples -y para ella, multiplicados- problemas de la política en cada uno de sus encargos, el último de ellos, como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
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Se trata, en muchos sentidos, de un evento histórico. Por primera vez en América del Norte, una mujer dirigirá de forma democrática la vida de nuestros pueblos. Una mujer, que además, ha recibido la votación más abundante de la historia del país, y ha ganado por la diferencia más grande de cualquier elección contemporánea. Igualmente, se trata de un proceso de continuidad, con una persona que no sólo pertenece al partido del gobierno, sino que, de forma activa, ha construido la vida partidaria, los principios y políticas de este.
Junto con este evento, se da también el adiós a quien ha sido, sin duda alguna, el más grande político de nuestra generación. Andrés Manuel López Obrador se va del gobierno con una popularidad abrumadora, con una tasa de aprobación nunca vista (¿recuerdan ustedes como hasta poco antes de las elecciones, la derecha insistía en decir que sus números “no eran nada espectaculares” y que seguramente caerían cuando “su candidata” -como le llamaban en un alarde machista- perdiera las elecciones?) y con los mejores resultados que se han visto en combate a la pobreza y a la desigualdad en la historia del país.
Como en otros momentos, el cambio de gobierno genera diversos movimientos en espacios de poder. Por un lado, vemos a la oposición que intenta, de forma desesperada, aprovechar este momento para encontrar -o generar- condiciones de ruptura entre la presidenta y el proyecto de la 4ª Transformación, al que identifican como si fuera algo exclusivo del gobierno que hoy acaba.
Tanto en nuestro país como en otros, esta estrategia ha funcionado, incluso aunque sea parcialmente. Pienso en Ávila Camacho limitando los alcances de las reformas cardenistas, por ejemplo, o en la forma en que, Lenin Moreno en Ecuador llevó a cabo un retroceso de las potencias democráticas de su país, utilizando para ello, en gran medida, los discursos y las formas de su antecesor, Rafael Correa.
A pesar de ello, queda claro que este no es el caso. Claudia Sheinbaum no es, al contrario de los antes mencionados, alguien ajeno o bien tangencial en el desarrollo del proyecto que llamamos 4ª Transformación. Ella ha sido no sólo una parte activa de su forma actual, sino también una de sus principales constructoras. La continuidad no se deriva de un partido, ni de una supuesta dependencia de nuestra presidenta hacia quienes unos pocos insisten en intentar convertir en “el caudillo”, sino que es la continuación de un trabajo propio en un encargo diferente.
Esta continuidad no salva, sin embargo, el momento de cierre. Esta administración tendrá, necesariamente, diferencias fundamentales respecto al gobierno de AMLO. El enorme poder carismático del expresidente, la centralidad de su figura en la política institucional y la polarización sobre su persona, así como el tono de sus apariciones públicas, fueron sin duda un sello específico de esta administración y es difícilmente replicable. El éxito del ejercicio comunicacional de la conferencia mañanera, por colocar el ejemplo que mencionó nuestro compañero Jorge Hernández Aguilera en su columna y en la entrevista realizada a Inna Afinogenova, no será igualado, aunque se mantenga como espacio de comunicación directa.
Mi deseo, para este nuevo momento, es, por supuesto, que nuestro país tenga los mejores resultados posibles. Espero -no pasivamente- que aquellos retos que se nos han presentado durante todos estos años, y que como sociedad hemos enfrentado, sean dentro de no mucho, cosa del pasado. Igualmente, espero que el efecto simbólico de tener un cambio, sí, generacional, pero especialmente de género en nuestras instituciones, permita el fortalecimiento de los procesos de inclusión, equidad y justicia social que tanta falta nos hacen en el país.
Finalmente, me permito un deseo mucho más personal. Durante estos seis años, muchas y muchos de mis familiares y amigos, centraron su experiencia social en un ataque constante, visceral y totalmente irracional, en contra de Andrés Manuel y quienes, de forma abierta o velada, le apoyaban. El sexenio ha terminado; y con él, espero, también lo haga esa dinámica.
Gracias por todo, señor presidente. Nuestro apoyo, total, señora presidenta. Y por el bien de todos, primero los pobres.
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