¡Hasta siempre, querido presidente!

El gobierno de López Obrador, que debió ocurrir en 2006 y no hasta 2018, marcó una diferencia entre el pasado y futuro de México

¡Hasta siempre, querido presidente!

Autor: Eduardo Gandur

No hay manera de escribir esto sin llorar, y de veras que lo intento. Así que agárrense unos kleenex y no digan que no se los advertí.

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Se termina una gran parte de la historia de la que muchos estamos plenamente agradecidos por haber vivido. Nunca olvidaré un chascarrillo que escuché el 1 de julio de 2018, cuando un compañero dijo: “¿Qué se hace cuando se gana? Yo ya traía mi tienda de campaña para tomar el INE.”. Mientras tecleo, las lágrimas necean con salir a relucir por el inevitable sentimiento de final, de orfandad, de nostalgia y de incertidumbre que se apodera de nuestras filas.

La vida política de México ya no puede explicarse sin la incursión de Andrés Manuel López Obrador. Su gobierno, que debió ocurrir en 2006 y no hasta 2018, marcó una diferencia entre el pasado y futuro de México. Quienes caminaron junto a Villa y Zapata repitieron hasta el cansancio que, personajes como ellos, aparecen cada cien años. Quizá por ello me duele tanto el fin del mandato del Presidente AMLO, porque, como nostálgico irremediable, ya empiezo a extrañar lo que nunca se repetirá.

Su gobierno y el inicio de la Cuarta Transformación deben explicarse a partir de su administración en la Ciudad de México, que se ganó la atención del Pueblo; del desafuero, que encendió la mecha; y de la resistencia al fraude electoral de 2006 que derivó en la organización de la Convención Nacional Democrática, en el Gobierno Legítimo y en el Movimiento Regeneración Nacional. Cuando Gabriel Biestro me invitó a una reunión de no más de 30 personas -mayoritariamente de adultos mayores- me recibieron con efusivos aplausos sin saber mi nombre, porque eran los tiempos más oscuros del movimiento Obradorista, donde fue diezmado y vilipendiado, al grado de que nadie volteaba a verlo y cualquier adhesión era una victoria. Yo, muerto de vergüenza por aquel acto innecesario de bienvenida -para un incauto que solo estaba ahí por casualidad-, sólo me dediqué a escuchar y a contar los minutos para salir de ahí y nunca regresar. Sucedió que hablaban de una conspiración, de una rebelión electoral; de organizar al Pueblo para luchar contra el gobierno corrupto, para devolver la dignidad a los desposeídos y para que la gente tuviera justicia. Un par de horas después salí de ahí asombrado, enamorado, revitalizado, esperanzado y dispuesto a sumarme a un esfuerzo colectivo, como los que solo había leído en la biografía de Pancho Villa que compré en un Sanborns -faltaba más-, escrita por su nieta, Guadalupe Villa.

Desde ese momento mi vida cobró sentido. Ateo desde que llegué a la edad de la razón, constantemente me preguntaba por qué y para qué existíamos. ¿Cuál era el sentido de estar vivos, lejos de estudiar, trabajar, comprar, y reproducirnos? Ahí es donde supe bien qué es lo que tenía que hacer y cuál iba a ser mi trinchera de lucha: derrotar a la mafia del poder por la vía pacífica y apoyar un gobierno popular en beneficio de las mayorías. Y mi sueño se cumplió.

A lo largo de estos seis años tuve muchísimos aprendizajes, durísimos. Primero, porque incursioné en la administración pública; segundo, porque lo hice sin perder el rumbo de navegación, siempre a la izquierda, siempre con honestidad y amor al Pueblo; y tercero, porque mi equipo político tuvo misiones espectaculares que pusieron en riesgo nuestra propia integridad, y que hoy son grandes historias de una guerra victoriosa.

A mi presidente Andrés Manuel López Obrador le debo una nueva apreciación de México, donde se toma en cuenta a los pueblos olvidados, a las comunidades marginadas y a las históricas demandas no atendidas en el pasado. Nada nos queda a deber, porque dedicó su vida a la lucha para sentar las bases de la transformación que hoy está en curso. Su tenacidad, su necedad, su abnegación, su valentía, su incorruptibilidad, su constancia y su entrega son ejemplares para las generaciones que nos sucederán.

Cada vez que recuerdo el documental Fraude: México 2006, de Luis Mandoki, se me retuerce el estómago y me hierve la sangre de coraje, pues las imágenes de un movimiento surgido del descontento social y la organización popular al que le arrebató el triunfo electoral una cúpula de mafiosos es un recordatorio de lo que la mafia le hizo a este país y de que nunca debemos rendirnos, por más cuestas que haya qué subir.

Valió la pena que Andrés Manuel López Obrador recorriera todo el país, porque ahí fue donde nació la esperanza, porque ahí tocó las fibras más sensibles del Pueblo y recogió su pulso y su sentir. Valió la pena caminar de Tabasco a México, porque ahí se abrió una grieta en la anquilosada política mexicana, mostrando que había otra forma de hacer las cosas. Valió la pena paralizar avenida Reforma y tomar pacíficamente el Zócalo, para que los rostros de la resistencia se conocieran y supieran que no estaban solos en sus estados y municipios, sino que había más entusiastas que compartían su amor por la Patria. Valió la pena cada reunión desgastante llena de necedades, disparates y cafecito; cada recorrido agotador en las colonias populares, cada manifestación que consumía recursos familiares; valió la pena cada barda pintada, cada puerta tocada, cada afiliación realizada, cada comité conformado, cada mítin convocado, cada capacitación tomada e impartida; cada cómputo electoral, cada recuento, cada revisión de actas; cada limpieza del lugar del evento, cada peso invertido, cada pancito y café cooperado, cada torta preparada, cada discurso redactado y recitado, cada discusión sostenida, cada foto y cada video editado, cada publicación de redes realizada y compartida; cada momento de tensión, de angustia y de sufrimiento; cada iniciativa ganada, cada pequeña victoria local y nacional, cada asamblea constitutiva de morena, cada consejo estatal y nacional. Valió la pena el registro del partido, las primeras curules y el 1° de julio de 2018, nuestro día de la Victoria. Valió la pena todo lo que hicimos, para llegar a este gran momento de la historia en el que el Pueblo derrotó a los atracadores de la nación y tomó las riendas de su propio destino

El presidente Andrés Manuel López Obrador nos dio muchas lecciones, pero la más importante fue la de no claudicar, porque no tenemos derecho a fallar. Muchas gracias por enseñarnos a organizarnos, por enseñarnos a no desesperarnos, por enseñarnos que otro México sí era posible. Muchas gracias por ser ejemplo de dignidad, de resistencia, de lucha, de patriotismo y de amor al Pueblo.

La historia de nuestro movimiento está llena de lágrimas, desde que nos robaron el triunfo en 2006 y luego en 2012, el intento de saqueo del petróleo en 2008 y su consumación en 2013, las compañeras y compañeros que no llegaron a este momento de la historia, las batallas perdidas de la militancia contra las mafias locales. Hoy las lágrimas son de otra naturaleza, de la que hace cimbrar el corazón y retumbar en lo más profundo del ser, y el presidente cierra este gran ciclo de intensas emociones con una última gran lección: “no hay razón para la tristeza, pues tenemos que sentirnos muy contentos, orgullosos, todos, millones de mexicanos que hemos participado en este proceso de transformación.”

Y por último, este momento se siente hondo en el alma porque millones de personas lo queremos mucho, como parte de nuestras familias, y haber caminado con Andrés Manuel López Obrador fue una revolución interna que transformó nuestras vidas para siempre.

Muchas gracias por ser la conciencia honrada que se sublevó ante la injusticia; muchas gracias por luchar por una nueva vida y trabajar incansablemente por una Patria nueva.

¡Fue un honor haber luchado a su lado, Presidente!

Usted vaya a casa; su corazón se queda con el Pueblo.

¡Gracias por todo, gracias por tanto!

¡Es un honor estar con Obrador!

¡Lo queremos desaforadamente!

¡Hasta siempre, querido Presidente!

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