Por Gabriela Carrera Valdés
Como egresada de la Universidad San Sebastián (USS), he experimentado una mezcla de frustración y decepción en los últimos días. La reciente polémica sobre Marcela Cubillos, que reveló que ha estado recibiendo un millonario sueldo sin trabajar en la universidad, ha sido un golpe difícil de digerir para muchos/as de nosotros/as. La noticia no solo nos dejó sorprendidos, sino que además nos hizo cuestionar profundamente cómo se gestionan los recursos de la institución y qué valor se le otorga a educación recibida.
Ingresé a la Universidad San Sebastián en 2014, con el sueño de convertirme en abogada, la primera de mi familia en alcanzar ese logro. Elegir una universidad privada fue una decisión difícil, especialmente por los altos costos de los aranceles y el sacrificio que esto implicaba para mi familia de clase media. Sin embargo, estaba motivada y llena de expectativas, confiando en que la inversión en mi educación me abriría puertas. A lo largo de mis años en la USS, tuve la fortuna de aprender de docentes excepcionales que me inspiraron y me brindaron valiosas oportunidades de crecimiento profesional.
La universidad, al igual que cualquier otra institución educativa, debería priorizar la calidad académica y el bienestar de su comunidad, asegurando que cada peso invertido sirva para mejorar nuestra experiencia como estudiantes. Sin embargo, enterarnos de que una figura pública como Cubillos ha estado recibiendo un sueldo de más de $17 millones mensuales sin cumplir con ninguna labor académica evidente, nos hace sentir traicionados. Mientras muchos de nosotras/os, estudiantes populares, luchamos por costear nuestras matrículas, útiles, y otros gastos asociados a nuestra formación, ver que estos recursos son mal utilizados genera una sensación de indignación.
Esto no es solo una cuestión de ética laboral, sino también una cuestión de transparencia. La Universidad San Sebastián ha intentado justificar el salario de Cubillos argumentando que su contrato incluye una cláusula de no competencia. Pero ¿es suficiente esa explicación? Para quienes fuimos y son estudiantes, este tipo de decisiones impacta directamente en la percepción que tenemos de nuestra universidad y en la confianza que depositamos en quienes toman las decisiones a nivel administrativo.
El caso Cubillos también pone de relieve una problemática mayor que afecta a muchas universidades privadas en Chile: la falta de rendición de cuentas sobre el uso de los fondos. Muchas veces, como estudiantes, no tenemos acceso a la información necesaria para entender cómo se manejan los recursos financieros de nuestras instituciones. Esto abre la puerta a la opacidad y la mala gestión, dejando a la comunidad estudiantil en la oscuridad.
Este escándalo llega en un momento en el que la educación superior ya enfrenta serios desafíos, desde la falta de financiamiento hasta la creciente demanda de mayor equidad y acceso. Que un plantel privado como la USS se vea envuelto en una controversia de esta magnitud solo agrava las tensiones entre quienes buscamos una educación de calidad y aquellos que parecen más interesados en lucrar con ella.
Personalmente, este caso ha cambiado la manera en que veo a la universidad. He llegado a cuestionar si verdaderamente están comprometidos con brindarnos una educación que valoremos y que esté alineada con los principios éticos que deberían regir cualquier institución educativa. Si los recursos que pagamos con tanto esfuerzo no se destinan a mejorar nuestra experiencia como estudiantes, sino que son canalizados hacia contratos injustificables, ¿qué queda para nosotras/os?
Es importante que las universidades, incluidas las privadas como la San Sebastián, entiendan que las/los estudiantes somos quienes sostenemos estas instituciones. No somos simples consumidores, sino futuros profesionales que merecemos ser tratados con respeto y recibir una educación que esté a la altura de nuestras expectativas. Casos como el de Marcela Cubillos no hacen más que desacreditar a nuestras universidades y aumentar el escepticismo que muchos ya sienten hacia el sistema educativo en Chile.
Hoy más que nunca, necesitamos un cambio en la manera en que las universidades manejan sus recursos y en cómo rinden cuentas a su comunidad. Es hora de que los estudiantes levantemos la voz y exijamos más transparencia, ética y responsabilidad de quienes dirigen nuestras instituciones. Porque al final del día, somos nosotras/os quienes más perdemos cuando estas fallan en cumplir con su deber.
Por Gabriela Carrera Valdés
Vicepresidenta de la Mujer de la Juventud Socialista de Chile
Abogada USS
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