Francisca Morales (“Panchita”), dejó este mundo el lunes 27 de abril, a las 18:00 horas.
Había nacido hacía 85 años en la oficina salitrera de Humberstone. Fue bautizada con el nombre de Ivis. Realizó sus estudios secundarios en el Liceo Fiscal de Iquique. Luego, ingresó al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile donde estudió Pedagogía en Castellano. Más tarde sería, además, Orientadora Educacional, aparte de haber sido una destacada teóloga de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile. Tuvo una formación profundamente cristiana, pero en medios laicos que la impregnaron de fraterna tolerancia por la diversidad de opciones y de un espíritu de libertad evangélica. Es lo que transmitió durante toda su vida en la construcción de una Iglesia misionera, por su respeto al laicado y su opción por los pobres. Se adelantó así a las propuestas del actual Papa Francisco, quien llama a los cristianos a “salir a las periferias existenciales”.
Con una mirada amplia de la realidad eclesial, teniendo sólo 23 años ingresó a la Congregación del Amor Misericordioso, adoptando el nombre de María Francisca de la Resurrección. No era ésta una elección al azar, puesto que se trataba de una comunidad religiosa fundada en Chile en 1926, dirigida inicialmente a la acogida de “jóvenes madres solteras” y jóvenes prostitutas que querían conservar la vida que gestaban en su seno y que no encontraban misericordia en la sociedad chilena ni en la Iglesia institucional para conservar y enfrentar la vida propia y de sus hijos con dignidad y esperanza. Aún más que hoy, todo estaba condicionado a la legalidad y a las apariencias.
Así, desde la Congregación del Amor Misericordioso, nació el “Refugio de la Misericordia”, a lo que siguieron la “Olla del pobre” en épocas de hambruna como lo fue la crisis del salitre. Más tarde, ya con la presencia de Francisca y otras religiosas santas y valientes como fueron Elena Chaín y Blanca Rengifo, nacieron las “Ollas comunes” durante la dictadura militar-empresarial a partir de 1973, uniéndose también a la lucha de resistencia a la represión y por el retorno a la democracia. La comunidad religiosa de la hermana Francisca ha sido una materialización del “catolicismo social” del tiempo del arzobispo Crescente Errázuriz y luego del cardenal Raúl Silva Henríquez, siendo pionera en la inserción de religiosas en sectores populares y en la pastoral de la solidaridad, abriendo surcos a las directrices del Concilio Vaticano II (1962-1965) y de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968).
Siendo Superiora General de su congregación (1976-1985), Francisca alentó el espíritu de renovación de la Iglesia Católica y de la liberación del pueblo chileno. Así lo enfatizó al afirmar que “la vuelta a las fuentes nos ha permitido rescatar lo sustancial de nuestro carisma original, recuperando su dinamismo positivo, en su docilidad al Espíritu e ir recorriendo nuevos caminos de inserción en la Iglesia local, en medio de nuestro pueblo y a su servicio”. En este espíritu, las religiosas (y Francisca entre ellas), fueron primero a vivir a una población en Pudahuel. El entonces vicario zonal, obispo Fernando Ariztía, les señaló: “no hagan nada más que escuchar y aprender”. Francisca siguió ese consejo, lo que la llevó más tarde a afirmar que “descubrí mi vocación en la escuela de los pobres”. Esto, porque al conocer a los pobladores, constató que las casas de las religiosas, tal como indicaba el Concilio Vaticano II, debían ser abiertas y lugares donde los pobres se sintieran acogidos, donde incluso el hábito religioso debía dejar de ser una barrera que les separara del pueblo.
A Pudahuel continuaron las experiencias de inserción de comunidades en las poblaciones Neptuno, El Montijo, Peñalolén, Malaquías Concha, así como en sectores rurales como Talagante, Navidad, Pomaire, Batuco y en lugares de provincia como Arica y La Serena. Allí, dijo Francisca, “aprendimos a leer la historia como historia de la salvación. A compartir con gente que avanza hacia el Reino y que no tiene explícitamente nuestra fe. (…) En contacto con los pobladores aprendí a descubrir la presencia de Dios en cada detalle de mi vida. Aprendí, como los pobres, a agradecer y a confiar en la Providencia de Dios”.
Simultáneamente, Francisca trabajaba como Profesora de Castellano, lo que significaba que vivía de su trabajo. Siendo Orientadora de Liceos fiscales, integró la Asociación Gremial de Orientadores y en esa calidad formó parte del Servicio Nacional de Orientación, en Programas de Salud Mental Escolar, Prevención de Consumo de Drogas y Alcoholismo; en la creación de Grupos Diferenciales para abordar el déficit atencional, la dislexia, la discalculia, el síndrome autista, que en aquellos años de grandes reformas sociales eran coordinados por los ministerios de Educación, de Salud y de Justicia. Es así como Francisca se incorporó al Movimiento Mundial de Equipos Docentes que, como señala la profesora Mercedes Jerez, se trataba de que los profesores cristianos de la Educación Pública profundizaran en la fe para superar la miseria. Se trataba de alentar la búsqueda profunda del Dios de la Vida. Para Francisca fue entonces un paso natural el apoyo a las transformaciones estructurales programadas por el gobierno del Presidente Salvador Allende y su participación en el Movimiento Cristianos por el Socialismo, así como su posterior apoyo a los exiliados de la dictadura, como lo señala la profesora del Movimiento de Equipos Docentes, Georgina Araya, hasta hoy exiliada en Francia.
También recuerdan a Francisca sus amigos Aura Hermosilla y Patricio Fajardo, con quienes participó en la Acción Católica de Santiago y en la construcción de una Iglesia de comunidades comprometida con los pobres. Es lo que continuó Francisca durante la dictadura militar-empresarial a través de la organización de comunidades cristianas, especialmente en la población Malaquías Concha, de la comuna de La Granja, donde tuvo el privilegio de compartir con dos santos y sabios: Esteban Gumucio (actualmente en proceso de beatificación) y el teólogo Ronaldo Muñoz. Fue un período de compromiso con las organizaciones populares, la atención a las familias de los presos políticos, a los cesantes, a la salud de los pobladores, lo que ha sido una manifestación de la coherencia entre la fe en Dios y la lucha para superar los conflictos e injusticias vividas por el pueblo.
Mucho más se podría hablar sobre Francisca Morales. A modo de ejemplo, su participación en Amerindia, movimiento de teólogos de América Latina. Y la presidencia del Departamento de Justicia, Paz y Defensa de la Creación de la Conferencia de Religiosos de Chile (Conferre). Y su acompañamiento a los Alcohólicos Anónimos, instancia a la que ella calificaba como “una escuela de humildad y espiritualidad muy profunda”. Al respecto, en una de sus múltiples reflexiones, escribió “A propósito de Semana Santa”: “¿Quiénes son hoy en nuestro Chile –y a nivel global- esos seres, esos hermanos enterrados y excluidos de la vida, aquellos a quienes invisibilizamos porque su vista, el tomar conciencia de su deplorable existencia nos incomoda?. (…) “Son los otros “Cristos” victimizados y enterrados, los “no vivientes” y que están fuera del sistema y de las estructuras imperantes”. (1-4-2013).
Francisca fue una mujer de fe y una humanista en el sentido de poseer un pensamiento autónomo, acérrima adversaria de la opresión y del vejamen de la libertad espiritual. Hoy, en medio del estallido popular y de la pandemia del Covid-19, se extraña su palabra de esperanza, en un momento de la historia del mundo en que, al decir de Joaquín Sánchez, sacerdote de Murcia (España), “los poderosos están dispuestos a crear las condiciones para que mueran muchas personas para mantener ellos su sistema económico. Es visible que se están moviendo para encadenarnos aún más con la excusa de la pandemia y así poder actuar con mayor impunidad”.
Para enmarcar toda su existencia, parecieran dirigidas directamente a Francisca las palabras del profeta Isaías: “Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas”. (Is. 42, 6-7).
Por Hervi Lara B.
Comité Oscar Romero-Sicsal-Chile.
Santiago de Chile, 1 de mayo de 2020.